
Al momento de analizar los debates presidenciales suelen surgir dos temas recurrentes de discusión, tanto en los distintos medios de comunicación como en la opinión pública. Por un lado, nos solemos preguntar qué impacto electoral finalmente tienen los debates. Aquí las respuestas oscilan entre los efectos mínimos, es decir, no modifican el curso de una elección, hasta las visiones que plantean que efectivamente los debates pueden ser decisivos y definitorios. Por el otro, buena parte de la discusión pone el foco en el formato del debate: hasta qué punto se permite la interacción e intercambio entre los participantes-candidatos, y en qué medida la dinámica implementada genera un debate en el sentido estricto del término.
Sin restarle importancia a estas cuestiones, fundamentales en la literatura sobre comportamiento político y campañas, aquí me gustaría focalizar la atención sobre algunos puntos poco tratados en el “debate sobre el debate”, que son de vital importancia para las democracias representativas. En primer lugar, los debates no solamente pueden impactar definiendo, cambiando o reafirmando el voto de la ciudadanía, sino que también tienen efectos en la medida que brindan información sobre la oferta electoral y con esto permiten diferenciar a los candidatos y sus espacios políticos. Si entendemos a la democracia como una forma de elegir gobernantes, es importante que los electores conozcan sus opciones y puedan reconocer diferencias entre las distintas alternativas. Si todos los candidatos dicen lo mismo y no hay diferenciación, votar se vuelve más complejo y hasta peligrosamente absurdo.
En este sentido, considero que los debates presidenciales de este 2019 han sido muy efectivos. Tanto en el primer debate como en el segundo la ciudadanía tuvo la posibilidad de conocer posturas y propuestas muy distintas, que prácticamente abarcaron todo el abanico ideológico y tuvieron el mismo tiempo de exposición según el formato acordado. Así se escucharon distintas opiniones y concepciones sobre educación, derechos humanos, seguridad, salud y pobreza, proponiendo desde la legalización integral de la marihuana hasta la baja en la edad de inimputabilidad, desde el arancelamiento de la educación pública hasta la promesa de una ley de interrupción voluntaria del embarazo.
En segundo lugar, los debates también tienen un efecto del otro lado del mostrador, o en este caso del atril. Esto es, los debates generan una oportunidad extraordinaria de exposición para que los candidatos puedan desplegar sus estrategias de posicionamiento electoral. A pocos días de los comicios, el debate se convierte en el evento más trascendente de una campaña. Recordemos, en 2015 el debate entre Daniel Scioli y Mauricio Macri, una semana antes del balotaje, tuvo cerca de 50 puntos de rating, sin contar las repercusiones en redes sociales. Así las cosas, el debate les permite a los candidatos desplegar sus estrategias tanto para retener a sus votantes como para captar y disputar otras porciones del electorado. Si entendemos a la democracia como una forma en la cual las elites políticas compiten por el voto popular, es sumamente relevante observar cómo se despliegan las estrategias en dicha competencia.
Aquí entonces es pertinente reseñar brevemente cuál fue la performance de algunos de los candidatos en estos debates. Con la amplia diferencia obtenida en las PASO, Alberto Fernández se dedicó sistemáticamente a cuestionar la gestión Cambiemos, sobre todo en el terreno económico, afirmando por ejemplo que “el presidente uberizó la economía”, sin dar demasiadas precisiones sobre su eventual gobierno. Aquí la estrategia fue conservar los votos obtenidos en agosto, votos que si se repiten este 27 alcanzan para superar el 45% que marca la Constitución para consagrar a un presidente. Lejos de polemizar explícitamente con otros candidatos, decidió mencionar y coincidir con Roberto Lavagna, rememorando de algún modo los años de mayor aceptación del kirchnerismo.
Por su parte, el actual presidente buscó retener a sus votantes, pero no a los de las PASO de este año, sino a los del balotaje de 2015. Así utilizó buena parte de sus intervenciones para marcar una identidad política opuesta al kirchnerismo, resaltando la continuidad que representa Alberto Fernández y su índice acusador. Antes que discutir abiertamente con Gómez Centurión o Espert, oferta hacia la cual migró una porción de su electorado, Mauricio Macri prefirió reseñar sus modestos logros de gestión a partir de lo más valorado por la opinión pública: seguridad y obra pública. Aprovechando el envión anímico de “La marcha del millón”, se busca consolidar el voto propio y mejorar el desempeño de las PASO.
Mención especial merecen Nicolás del Caño y José Luis Espert. El primero fue el único que en ambos debates destacó la importancia de la elección legislativa, celebrada en forma simultánea con la presidencial, apelando a la importancia de que el Frente de Izquierda logre más bancas en el Congreso. El segundo se presentó como un outsider, con un discurso muy crítico de la clase política y sus “corporaciones”, para atraer al votante desencantado y apático.
En resumen, independientemente de los efectos sobre el voto y la discusión sobre su formato, los debates presidenciales en este 2019 han arrojado resultados para nada despreciables: la exposición para la ciudadanía de una oferta política diferenciada y la oportunidad para los candidatos de desplegar sus estrategias electorales.
El autor es politólogo y docente (UBA) y gerente de Opinión Pública en Opinaia
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