
En El juego infinito, Simon Sinek distingue entre dos tipos de juegos: los finitos y los infinitos. Los juegos finitos tienen jugadores definidos, reglas claras y un objetivo establecido que es ganarle al rival. El fútbol es un ejemplo de juego finito en el cual uno compite para ganarle a un rival. Por el contrario, en los juegos infinitos los jugadores van y vienen, las reglas pueden cambiar y no hay un final establecido.
Según Sinek, estamos siempre jugando múltiples juegos infinitos: en las amistades, los matrimonios, en nuestros emprendimientos. La vida misma es un juego infinito. Ninguno de estos juegos tiene ganadores y perdedores; el rival no es el otro, sino uno mismo. El objetivo de los juegos infinitos no es otra cosa que la búsqueda constante por ser mejores.
Si usamos este marco conceptual para pensar la política argentina, es fácil identificar el juego finito en la coyuntura actual: existen varios partidos políticos, dos de los cuales reúnen más cantidad de votos que el resto, que compiten para ganar una elección presidencial. Quizás sea más difícil reconocer el juego infinito: el que los argentinos jugamos continuamente contra la resignación, contra la idea de que no podemos ser mejores. La clave para el desarrollo de nuestra democracia está en el justo equilibrio entre el juego finito e infinito.
Hoy a la tarde miles de personas empezamos a marchar. La convocatoria tiene un tono positivo: marchamos porque creemos que podemos cambiar, que podemos ser mejores. Lo hacemos porque estamos convencidos de que en las elecciones de octubre está en juego nuestro futuro, y que no nos podemos quedar en nuestras casas callados sin manifestar de manera pacífica nuestras convicciones, nuestros valores más profundos. Sabemos que somos miles, millones, los que creemos que, a pesar de los errores y de los problemas, estamos yendo por el camino correcto, que se puede, y que tenemos que seguir mejorando.
En este juego infinito, no existen ganadores y perdedores, no se trata de uno u otro partido, sólo hay un atrás y un adelante: los argentinos avanzamos todos juntos o retrocedemos todos juntos. Depende de nosotros seguir adelante o dar marcha atrás por el camino del cambio que ya empezamos a transitar. Porque cambiar no es una utopía imposible, no es de soñadores. Después de décadas de desidia y frustraciones, no hay nada más realista que cambiar. Por eso, esta tarde, se sale a marchar.
El autor es director del programa Argentina 2030
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