
Al referirse a su rol en la industria textil, Juan comenta que su trabajo “empieza de la puerta de la empresa hacia afuera”. En esta entrevista, analiza cómo la logística internacional, los pagos al exterior y la adaptación regulatoria marcan el pulso del comercio exterior argentino.
¿Cómo ves la situación actual de la industria textil en Argentina?
Hoy la industria textil está en un proceso de adaptación. Los costos, la situación económica y la demanda hacen que tengamos que estar muy atentos a los contextos y ajustar rápidamente cualquier proceso, tanto productivo como de abastecimiento.
Desde el lado del comercio exterior, se nota una simplificación en los procesos aduaneros y menos burocracia, lo que empieza a generar más operaciones. Además, los aranceles de varios productos textiles bajaron, lo que también incentivó el movimiento.
Ahora bien, eso no se traduce en más personal: las operaciones aumentan, pero con la misma estructura. La mejora en los trámites compensa la carga de trabajo, aunque seguimos igual en cantidad de gente.
¿Cuáles son los principales desafíos al pagar a proveedores del exterior?
El más grande es la normativa bancaria. Hoy no se pueden hacer pagos anticipados accediendo al mercado único de cambios, salvo algunas excepciones. Solo se permite pagar “a la vista” —cuando la mercadería ya está en tránsito— o “diferido”, una vez que ya está en el país.
Esto genera demoras: entre que recibo la proforma y puedo concretar el pago, pueden pasar diez o quince días. Las alternativas son pocas: financiar importaciones, abrir cartas de crédito o tener dólares declarados afuera.

¿Se perciben avances en sustentabilidad dentro de la industria textil o en la logística?
No demasiado. Es un tema que todavía no está tan instalado en la práctica diaria. He intentado optimizar operaciones, por ejemplo, compartiendo espacio en contenedores o coordinando cargas para evitar envíos semivacíos, pero no siempre se puede.
El ritmo de diseño y compra es muy rápido. Las áreas creativas trabajan con tiempos distintos y cuesta alinear la planificación logística con la productiva. A nivel local, hay iniciativas municipales —como el reciclado de agua de lluvia—, pero todavía no se integran a gran escala en la industria.
¿Cómo está el panorama exportador para el sector?
Hoy las exportaciones son muy marginales. En otro momento, se exportaba a Estados Unidos, Europa y varios países de la región, pero ahora es mínimo.
El problema principal es la falta de competitividad. No por falta de producto, sino por los costos. Argentina tiene inflación en dólares: mientras los precios internos suben, el tipo de cambio se mantiene. Eso hace que el producto pierda atractivo en el exterior.
El gobierno plantea que la competitividad se va a recuperar bajando impuestos y regulaciones, no por el tipo de cambio. La idea es buena, pero todavía no se ve en los hechos.
¿Qué lugar ocupa la logística en todo este proceso?
Es fundamental. Yo estoy a cargo de todo lo que ocurre desde que la mercadería sale hasta que llega a destino.
La logística internacional se volvió más compleja por factores que escapan al control de cualquiera: el clima, conflictos armados, huelgas en puertos o demoras en conexiones. Brasil, por ejemplo, es un punto de tránsito que a veces genera retrasos.
Siempre digo que mi trabajo empieza “de la puerta de la empresa hacia afuera”. En comercio internacional, intervienen muchas manos, y si una falla, todo se retrasa. Por eso, la comunicación es clave: adentro, con el equipo; afuera, con agentes y proveedores.
Me gusta trabajar con operadores logísticos que sean proactivos, que no esperen a que los llame. El servicio hace la diferencia: los problemas van a existir, pero lo importante es cómo se resuelven.
¿Qué aprendizaje te deja tu experiencia en este rol?
Que la empatía y la comunicación son igual de importantes que el conocimiento técnico. En un entorno lleno de presiones, mantener un buen clima laboral y una relación de confianza con los equipos hace que todo fluya mejor.
En comercio exterior, el error existe y los imprevistos también. Pero si hay transparencia y respeto, se puede resolver todo. Y eso, más que una habilidad profesional, es una forma de trabajar.
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