
Al referirse a la operatoria con mármoles y porcelanatos, Marcos comenta que “el problema no está tanto en el transporte, sino en cómo descargar la mercadería”. En esta entrevista, comparte su visión sobre la logística de materiales frágiles y voluminosos, un proceso que exige equipamiento, planificación y experiencia técnica.
¿Qué particularidades tiene la logística de materiales como mármoles o porcelanatos?
Es una logística bastante delicada, porque si bien se trata de productos duros, son frágiles al movimiento o impacto. La ventaja es que vienen muy bien embalados, con sistemas que impiden que las piezas se muevan dentro del contenedor. Obviamente, si hay una caída o golpe fuerte, puede haber roturas, pero eso es poco frecuente.
Lo que sí genera más dificultades no está tanto en el transporte internacional, sino en la descarga local. Muchos clientes todavía no tienen equipamiento o infraestructura preparada para recibir estos productos. Antes se usaba mucho el contenedor “open top”, que se abre por arriba y permite levantar la carga con una grúa puente. Pero hoy conseguir uno de esos es muy complicado.
¿Por qué se volvió tan difícil acceder a contenedores “open top”?
Principalmente porque la mayoría de esos contenedores vienen de Brasil y su disponibilidad bajó mucho. No sé si se están asignando a otras industrias o si hay menos en circulación, pero conseguir uno puede llevar entre uno y tres meses. Y los clientes no pueden esperar tanto. Entonces, la mayoría optó por usar contenedores “dry”, los estándar, que se abren por el frente. Eso obligó a muchas fábricas a adaptar sus galpones y sistemas de descarga, lo que generó un pequeño bache operativo.
¿Cómo se resuelve ese problema en la práctica?
En algunos casos, busqué depósitos intermedios que estuvieran preparados para descargar este tipo de carga. Con maquinaria adecuada, se puede hacer sin riesgos. Hay máquinas con un sistema de presión que permiten bajar las placas con cuidado.
De todos modos, no todos los clientes tienen acceso a ese equipamiento, y las piezas pueden llegar a pesar hasta 300 kilos cada una. Es un trabajo que requiere precisión y experiencia, porque son piedras, pero frágiles.

¿Qué te llevó a enfocarte en sectores tan distintos como la electricidad, la construcción y la maquinaria industrial?
Fue algo que se dio con el tiempo. Empecé con algunos clientes del sector eléctrico y, a partir de ahí, el boca en boca fue abriendo nuevas oportunidades. Trabajar bien, cumplir con los plazos y conseguir buenos precios en fletes o depósitos fiscales te posiciona.
Al final, son los propios clientes los que recomiendan. Así fui armando una red que combina industrias distintas, pero todas con una necesidad en común: eficiencia y confianza en el proceso aduanero.
¿Cuáles son las principales inquietudes que te transmiten los importadores hoy?
En general, la falta de conocimiento sobre el proceso. Hay muchas personas que creen que importar es algo simple, casi como ir a un kiosco y comprar un producto. Pero detrás hay una estructura compleja: buscar proveedores, cerrar condiciones de venta, negociar formas de pago, contratar el contenedor, pagar almacenaje, coordinar transporte y nacionalización.
Cuando se enfrentan a todos esos costos y pasos, muchos se dan cuenta de que no estaban dimensionando el proceso real. También hubo un tiempo en el que el gran obstáculo era el cepo cambiario: no se podían hacer giros anticipados al exterior. Eso frenó muchas operaciones. Ahora la situación está un poco más ordenada, pero todavía se nota el impacto.
¿Cómo ves el panorama actual del comercio exterior en Argentina?
Creo que estamos en un período de transición. Con las elecciones recientes y los ajustes económicos, las operaciones se estabilizaron, pero sin grandes saltos. No espero ni una caída fuerte ni un crecimiento abrupto. En este país todo cambia rápido: normas, costos, políticas. Por eso, mantener una línea de trabajo constante es difícil.
Históricamente, noto que marzo suele ser el mes que marca la tendencia del año. Si marzo arranca bien, el comercio exterior repunta. Pero la falta de previsibilidad sigue siendo un desafío estructural para todos los que trabajamos en esto.
¿Qué reflexión te deja tu experiencia en la profesión?
Ser despachante de aduana es un trabajo apasionante, pero cada vez más exigente. Las normas cambian todo el tiempo, hay que estar actualizado, leer, interpretar resoluciones y adaptarse rápido. Hay muchos grises que resolver, y eso requiere criterio y conocimiento.
Por otro lado, la logística en Argentina ha avanzado mucho, sobre todo en lo digital. Pero no todo lo nuevo es necesariamente mejor: algunos sistemas generan más demoras que soluciones. La tecnología agiliza, sí, pero también hay que mantener el contacto humano y la coordinación directa, que sigue siendo clave para destrabar operaciones.
A pesar de todo, el comercio exterior en Argentina sigue siendo un sector lleno de oportunidades. Hay mucho por mejorar, pero también mucho por hacer.
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