
“El concepto de ‘machine as a service’ es clave: no vender solo la máquina, sino el servicio completo que hay detrás”, sostiene Gustavo al explicar cómo la industria del aire comprimido evoluciona. En esta entrevista, también repasa el rol estratégico de la logística y el comercio exterior para garantizar que este insumo invisible pero vital llegue en tiempo y forma a cada planta productiva.
¿Dónde vemos compresores de aire? ¿Qué usos tienen?
El aire comprimido se usa en todo tipo de industria, lo ves en todas partes. Está en la petrolera, en la minería, en la alimenticia, en la automotriz, en un taller chico, en una gomería. Es una energía que atraviesa todo.
Es como tener el pulso de la industria: según cómo se mueva el aire comprimido, se nota cómo se va moviendo la economía del país. Básicamente lo que hace es alimentar maquinarias o herramientas neumáticas y funciona como un reemplazo de la electricidad.
¿Por qué reemplazar la electricidad? ¿Qué ventajas tiene?
Bueno, primero que nada por la eficiencia energética, que es lo que todo el mundo busca hoy. En aire comprimido significa lograr más aire con menos energía. Y después por seguridad. Nadie en una carpintería metálica se va a electrocutar si se corta una manguera de aire.
Además, cuando tenés que hacer fuerza, como el brazo de un robot que suelda chapas, con un pistón neumático lo resolvés. Si quisieras lo mismo con un motor eléctrico, sería algo gigante y muy costoso. Entonces por eso se usa aire comprimido. También lo ves en ascensores hidráulicos, en máquinas grandes, en cualquier línea de producción. Es un recurso presente en todos lados aunque muchas veces no se le dé importancia… hasta que falta.
¿Y qué pasa cuando falta?
Y ahí se nota todo. Porque si se corta el aire comprimido en una planta, la producción se detiene. Y ese costo es altísimo. A veces nadie le da la importancia que merece hasta que se quedan sin aire, y ahí se dan cuenta de lo fundamental que es.
Cómo se vincula esto con el comercio exterior. ¿De dónde traen los insumos y cómo se trabaja con otros países?
Gran parte se importa: equipos completos, repuestos, componentes que vienen de Europa o de Estados Unidos. Hay pequeñas cosas que se pueden armar o ensamblar acá, pero la mayor parte llega del exterior. Y ahí el despachante de aduana se convierte en un socio estratégico. Es clave para nosotros, porque si no libera la mercadería, la producción se para. El forwarder también es fundamental, porque entiende el producto, conoce la importancia de que llegue en tiempo y forma. Sin ellos sería imposible.
¿Qué cuidados requieren estos equipos para ser trasladados?
Depende del tamaño. Hay equipos que pesan 200 o 300 kilos, más chicos que una mesa, y hay otros que pueden llegar a cinco o diez toneladas. Son máquinas muy grandes, que ocupan salas completas. Aunque vienen embaladas y preparadas, los movimientos bruscos las pueden dañar.
Si se caen o se golpean fuerte, no se pueden reutilizar: hay que devolverlas y eso es un costo enorme. También es un problema de tiempo, porque el cliente no siempre puede esperar. Por eso pedimos mucho cuidado en la manipulación. Con los repuestos es más simple, salvo con los aceites, que requieren cuidados especiales y normas internacionales de transporte.
¿Qué es lo más importante en el transporte terrestre?
Para mí lo principal es la puntualidad y el cuidado del producto. Hay de todo: piquetes, rutas en mal estado, robos de camiones enteros con máquinas adentro y demás. Eso fue un problema grande en algunos años.
Hoy la tecnología ayuda mucho: con el seguimiento satelital podemos ver dónde está la carga y también informarle al cliente con precisión cuándo le va a llegar. Y eso se valora, porque no son máquinas baratas, son inversiones importantes para que ellos puedan producir.

Con tantos años en la industria, ¿qué aprendizajes o hitos recordás?
El más grande para mí fue la pandemia. Fue un desafío enorme. Hubo que reformular todo, trabajar desde casa, pero seguir brindando un servicio que fue declarado esencial. Porque si se paraba el aire comprimido, se paraba la producción. Entonces los técnicos estaban en la calle, en medio de todo ese contexto complicado. Hubo que acompañarlos, cuidar a la gente y a sus familias, dar seguridad. Y al mismo tiempo asegurar que el negocio siguiera funcionando. Fue el reto más fuerte que tuve en mi carrera.
¿Cuáles son las claves de competitividad en este sector?
La diferenciación. Porque al final todos vendemos equipos, todos damos posventa. La diferencia está en ofrecer algo más: asesoría técnica, mediciones de eficiencia, outsourcing y servicios personalizados. El concepto de “machine as a service” es clave: no vender solo la máquina, sino el servicio completo que hay detrás. Eso implica transformar a la empresa, no solo en lo comercial sino también en la cultura interna.
¿Cómo se hace ese cambio cultural?
Cuesta. Porque venís de años de vender equipos, de hacer una transacción, y de repente tenés que brindar un servicio integral. Eso requiere un cambio de mentalidad en la gente. Yo siempre digo que no sobrevive ni el más fuerte ni el más inteligente, sino el que se adapta más rápido a los cambios. Y Argentina cambia todo el tiempo. Entonces adaptarse rápido es fundamental.
Finalmente, ¿qué rol juega la sustentabilidad en todo esto?
Es central. Si lográs más aire con menos energía, sos más eficiente y más sustentable. Reducís costos, pero también cuidás el medio ambiente. Hay que pensar en todo: en los repuestos, en los filtros, en los aceites usados y cómo tratarlos. En reducir la huella de carbono. Creo que ahí hay un campo enorme para que el aire comprimido siga creciendo.
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