
“Certificar puertos y buques no solo protege a las personas y a la mercadería, también muestra al mundo que cumplimos con las reglas internacionales”, destaca Marcelo al referirse a la seguridad portuaria. En esta entrevista, comparte su trayectoria entre el despacho aduanero y los puertos, y explica por qué la confianza, la adaptación y la actualización constante son claves para el comercio exterior argentino.
Desde tu experiencia profesional, ¿cuál es el campo de acción de un despachante de aduana?
El despachante de aduana es, en esencia, un gestor que interactúa entre la aduana y los clientes, tanto importadores como exportadores. Al rol tradicional se le pueden sumar muchas otras funciones: asesoría, acompañamiento en normativas y todo lo que va cambiando día a día con las reglamentaciones. Hoy ya no alcanza con recibir documentación y liberar cargas; hay que dar un valor agregado constante.
Para mí, la clave está en diferenciarse con asesoramiento y en mantenerse actualizado. El despachante ya no puede limitarse a la gestión documental: tiene que estar al tanto de los cambios en las normas, pero también de los cambios mundiales en el comercio internacional y en la tecnología.
La confianza es lo más difícil de lograr. Es una profesión ingrata en ese sentido, porque gran parte del trabajo ocurre en las sombras y al cliente le cuesta ver lo que pasa. Por eso el despachante tiene que transmitir transparencia y hacer que el cliente confíe. Representamos a esas empresas frente a la aduana, casi como un abogado.
Estás estudiando abogacía. ¿Qué tipo de habilidades podés sumar a tu trabajo con esa formación?
La idea de estudiar abogacía es sumar toda la parte de derecho internacional como servicio complementario. Eso le da más potencia al comercio exterior desde la mirada del despachante de aduana.
También ejerciste como oficial de protección de instalación portuaria. ¿Qué implica esa función?
Ese rol surge después de los atentados a las Torres Gemelas. La Organización Marítima Internacional estableció protocolos para reforzar la seguridad de los puertos. En nuestro país, la Prefectura es la autoridad que audita y exige que los puertos estén certificados. Así surge la figura del oficial de protección de instalación portuaria (OPIP), mientras que cada buque tiene un oficial de protección de buques (OPB).
Cuando un buque llega a puerto, el OPIP y el OPB se reúnen, intercambian documentación y certifican que todo esté en condiciones de seguridad. Sin ese procedimiento, muchos buques directamente no pueden atracar.
¿Cuáles son las principales dificultades de ese trabajo?
Yo lo ejercí en puertos desde Campana hasta San Lorenzo, en Santa Fe. El OPIP controla la instalación portuaria: todo el perímetro donde atraca el buque, los accesos y la seguridad del lugar. El OPB, en cambio, se ocupa del buque.
La información que se intercambia entre ambos es clave para evitar riesgos. Si un puerto no cumple con las reglamentaciones, queda fuera de la categoría de puertos protegidos, lo que genera complicaciones enormes. Es un mundo muy riguroso y exigente.
La importancia radica en la seguridad de las personas que trabajan en el puerto y en la protección de la mercadería que entra y sale del país. Contar con puertos certificados garantiza al mundo que estamos cumpliendo con los estándares internacionales, y eso brinda confianza a los buques que operan acá.

¿Cómo se dio tu vínculo con los puertos?
Nací prácticamente en un puerto. Mi papá era de Prefectura y desde chico estuve rodeado de ese ambiente. Todos mis trabajos estuvieron vinculados a los puertos, incluso antes de dedicarme de lleno al comercio exterior. En un momento trabajé en un barco en el casino flotante, pero siempre hubo un puerto en mi vida.
En un sector tan dinámico como el comercio exterior, ¿cómo se hace para adaptarse?
Para mí, el requisito principal es estar 100% informado. La logística, el despacho aduanero, las exigencias de las empresas y los costos en puertos cambian todo el tiempo. Es clave tener cintura para adaptarse rápido. Si te quedás quieto, quedás afuera.
¿Cómo está posicionada Argentina en materia de instalaciones portuarias?
Hoy la veo como un sector con buena perspectiva, pero todavía con mucho por desarrollar. A nivel mundial seguimos un poco trabados. Hay conceptos claros y puertos reconocidos, pero falta inversión y dinamismo para estar a la altura de otros países.
Al inicio de tu carrera trabajaste en el puerto. ¿Qué aprendizaje te dejó esa experiencia?
Arranqué como operativo, yendo al puerto a sacar cargas. Era el famoso “derecho de piso” de la profesión. Tenías que interactuar con verificadores, revisar cargas y moverte en un ambiente muy exigente. Ahí es donde realmente se ve el comercio exterior. Todo lo demás es documentación y mails; en el puerto está el “barro” de la actividad. Ese trabajo te hace perder la vergüenza y los nervios, porque tenés que resolver en el momento. Creo que todos los despachantes deberían pasar por ahí alguna vez.
¿Cómo describirías la actualidad del comercio exterior argentino?
La veo favorable. Todavía falta desarrollo, pero se nota un proceso de dinamización. Cuando yo empecé, se implementaron restricciones que hicieron todo muy engorroso. Hoy lo veo más ágil, más dinámico y menos agotador. Eso da un buen panorama.
¿Qué mensaje te gustaría dejar para cerrar?
Para mí lo central es remarcar la importancia de la seguridad portuaria y del trabajo serio en comercio exterior. Certificar puertos y buques no solo protege a las personas y a la mercadería, sino que también muestra al mundo que el país está comprometido con las reglas internacionales. Eso abre puertas y genera confianza.
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