
“El comercio exterior no es sencillo. Hay que trabajar en forma responsable y profesional”, afirma Cris. En esta entrevista, comparte cómo el sector se vincula con la energía argentina, desde parques eólicos hasta centrales termoeléctricas.
¿Cómo se vincula el comercio exterior con la industria energética actualmente en Argentina?
Es una pregunta difícil porque la industria energética tiene muchas aristas. Puede ser el petróleo de Vaca Muerta, pero también están las energías renovables: la generación eólica, la solar y la hidroeléctrica. En todas ellas el comercio exterior está muy involucrado.
Desde 2006 o 2007 vengo trabajando como despachante en proyectos de este tipo y llevo más de 40 proyectos energéticos en la espalda: centrales térmicas, centrales a carbón como la de Río Turbio, hidroeléctricas y parques eólicos.
Exceptuando el petróleo, que es producción nacional, el resto de las energías renovables dependen casi totalmente de la importación. Eso significa que el comercio exterior está directamente vinculado tanto a la provisión de los bienes como a la logística de trasladar paneles solares, turbinas eólicas o transformadores.
¿Cuáles son los principales mercados de origen para estos productos?
En energía fotovoltaica, el origen es mayormente China, aunque la tecnología tiene raíces en Europa, con Alemania y España como pioneros. En lo que respecta a la energía eólica, Europa también marcó el camino: Dinamarca y Alemania están muy avanzados, al punto que cualquier persona con espacio puede instalar una turbina y vender energía al sistema.
En esos parques eólicos, ¿cuáles son los principales retos logísticos para trasladar piezas tan grandes?
Las piezas eólicas no son tan pesadas, pero sí enormes. Las palas pueden medir 60 o 70 metros y requieren transporte especial desde origen hasta el puerto, con maniobras muy cuidadas para que no se dañen.
Luego, en destino, hay que contar con grúas que permitan elevar piezas de hasta 30 toneladas a más de 100 metros de altura. Es un desafío fascinante, que demanda precisión y especialización en cada paso.
Personalmente soy de los que se involucra y va al puerto. Subo a los barcos y viajo para ver la descarga. Es casi una pasión. Uno aprende mucho del movimiento de bultos pesados: transformadores, turbinas de gas o de vapor.
¿Qué rol específico tiene un despachante de aduana en estos proyectos?
El rol principal es la liberación en aduana, pero va más allá. Por curiosidad y por pasión, me gusta ver cómo lo que llega desarmado finalmente se convierte en una central o un parque.
Estos bienes ingresan bajo regímenes especiales de la Aduana, conocidos como “embarques escalonados”. Un mismo bien puede llegar en 10 o 15 embarques diferentes, como si fueran “porciones de una pizza” que se ensamblan en destino.
Cada porción puede venir de países distintos y todas pasan por canal rojo obligatorio. Luego la Aduana verifica en el sitio final que esas piezas realmente se hayan convertido en la unidad funcional prometida.
Es muy enriquecedor participar de esas verificaciones finales. No es lo mismo ver piezas sueltas en 20 embarques que contemplar una termoeléctrica completa funcionando.

¿Qué puertos argentinos se utilizan para estas operaciones?
Depende de la ubicación del proyecto, pero lo cierto es que “Dios atiende en Buenos Aires”. El puerto en Buenos Aires no puede recibir cargas de gran porte por cuestiones de calado, por lo que suelen usarse Campana y Zárate.
Para proyectos en la Patagonia se emplean puertos como Bahía Blanca, Puerto Madryn o Punta Quilla. Sin embargo, gran parte de la mercadería igual llega a Buenos Aires y luego se transporta en camión. Es un problema serio que Argentina no tenga un ferrocarril desarrollado para mover cargas desde el puerto hacia el sur.
Hoy incluso se hacen trasbordos en Montevideo, desde donde bajan barcos más pequeños a puertos patagónicos. A los proveedores extranjeros les resulta increíble que un país como Argentina no tenga ferrocarril para trasladar su propia carga pesada.
¿Cuáles son, a tu criterio, las claves de gestión para ser eficientes en este rubro tan complejo y dinámico?
Hay que analizar muchas variables: el volumen de carga, el puerto de ingreso y el destino final. En algunos casos ni siquiera conviene entrar por Buenos Aires. Cuando la carga viene de China y se dirige a proyectos en el norte argentino, puede ingresar por Antofagasta (Chile) y cruzar en camión hacia Jujuy o Salta.
Hoy no hay nuevos proyectos eólicos o solares en gran escala. Sí hay movimiento en minería y en Vaca Muerta, pero en el área eléctrica hay pocas inversiones nuevas. Por eso, cada operación debe pensarse con detalle para no generar costos innecesarios.
¿Qué es lo que más te apasiona de todo esto?
Me apasiona el movimiento de cargas. Ver cómo atraviesan el Atlántico, imaginar las tormentas en alta mar, los barcos con bodegas repletas de piezas pesadas. Una vez en Punta Quilla recibí un buque con hierros que habían quedado como “palitos chinos” tras una tormenta, y ver cómo los marineros resolvían esa situación fue impactante.
También me sorprende pensar en la navegación histórica. En Puerto San Julián hay una réplica a escala real de una carabela de Magallanes, y al verla entendés lo que significaba lanzarse al océano en esos barcos diminutos. Esa comparación con la logística moderna me resulta fascinante.
Para cerrar, ¿qué mensaje te gustaría dejar sobre este trabajo?
Quiero remarcar que el comercio exterior no es sencillo. No se trata de “traer dos cosas de China y ya está”. Hay que trabajar en forma responsable y profesional, al estilo alemán: de sol a sol. La única forma de sacar a Argentina adelante es con trabajo serio y constante. Esa es la convicción con la que encaro cada proyecto.
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