
Para Sebastián, “la compra o venta de una propiedad es probablemente una de las elecciones más trascendentes en la vida de alguien”. Desde esa convicción, relata cómo acompañar a las personas en decisiones que movilizan emociones, economía y logística, y reflexiona sobre un mercado cada vez más exigente y atravesado por la tecnología.
¿Cuáles fueron los principales desafíos de emprender en un mercado como el argentino?
Empezar siempre es difícil. Todo cambio, todo producto o servicio que da el primer paso suele encontrar resistencia. En mi caso, llegué desde el interior del país a Buenos Aires con una idea distinta, y recuerdo que al principio muchos la miraban con desconfianza.
En las charlas de sobremesa siempre aparecía la pregunta: “¿Por qué esa idea iría a funcionar si el mercado ya está acostumbrado a otra cosa?”. Creo que a todo emprendedor le pasa: uno ve que en el “rompecabezas” falta una pieza que otros no ven. Esa convicción es la que te empuja a avanzar, aun cuando parece que la mayoría no lo entiende.
En esos inicios, ¿tuviste momentos de duda?
Sí, claro. Creo que todo emprendedor atraviesa momentos en los que no sabe dónde termina la pasión y dónde empieza la “demencia”. En nuestro caso, los primeros años fueron duros: proyecciones que no se cumplían, inversiones que tardaban más en recuperarse, y la sensación de remar contra la corriente.
Pero al mismo tiempo, siempre sentí que el desafío no estaba en el concepto, sino en el equipo humano. Si algo funciona en otros mercados y en el tuyo no, muchas veces no es por la idea, sino por cómo la estás ejecutando. Eso me ayudó a retomar fuerzas y volver a apostar por la visión que teníamos.
¿Cómo influyen los factores logísticos en la decisión de compra de una propiedad?
Son determinantes. Muchas veces se habla de la famosa “location”, y tiene que ver justamente con eso: logística. La cercanía al transporte público, a las escuelas, a los comercios, a los centros de salud o al trabajo son aspectos que no solo inciden en la calidad de vida, sino también en el valor futuro de la propiedad. Una buena decisión logística puede sostener el precio en tiempos de crisis y hacer que la inversión sea más segura.
Lo que ocurre es que muchas veces la persona se enamora de una casa sin pensar en estos detalles. Ahí es donde el asesor tiene que intervenir y decir: “mirá, pensá que cuando quieras vender, lo que hoy parece una ventaja puede no serlo si la zona no tiene infraestructura adecuada”. Evaluar la logística alrededor de una propiedad no es un detalle menor: es un factor clave para evitar errores en una de las decisiones más importantes de la vida.
¿Qué enseñanza te deja tu recorrido en relación al vínculo entre personas, decisiones y logística?
Que todo se trata de ayudar a las personas a tomar buenas decisiones. La compra o venta de una propiedad es probablemente una de las elecciones más trascendentes en la vida de alguien, porque no solo moviliza emociones y proyectos, sino también a la economía en general.
Una mudanza genera movimiento en múltiples sectores: desde el transporte hasta la pintura o la instalación de servicios. Por eso, más allá de los números, creo que lo más valioso es la confianza que se construye con las personas. Si uno logra aportar claridad y acompañar con honestidad, el resto viene solo.
¿Se puede hablar de un comercio internacional de servicios en este rubro?
Sí, definitivamente. Aunque el trabajo diario sea local, hay un componente global muy fuerte. La posibilidad de intercambiar buenas prácticas con otros países, de aprender cómo se enfrentan a problemas similares —como la inflación o las crisis—, enriquece mucho la mirada.
Durante la pandemia, por ejemplo, fue clave poder hablar con colegas en Europa para anticipar escenarios y tomar decisiones mejor informadas. Ese ida y vuelta demuestra que el comercio de servicios no tiene fronteras: lo que aprendés en otro lugar podés adaptarlo a tu realidad local.
¿Qué papel juega la experiencia en otros países en tu forma de ver el trabajo?
Viajar y convivir con distintas culturas me dio una mirada más amplia. Vivir en lugares tan distintos como España o la ex Unión Soviética me permitió salir de la “pecera” y mirar el mundo con otros ojos. Eso cambia la forma en que uno entiende a las personas y también a los negocios.
En lo profesional, siempre traté de transmitir esa apertura: más que capacitar solo en lo técnico, me interesa desafiar la mentalidad de quienes trabajan conmigo. Creo que, si primero se forma a la persona, después será mucho más fácil que se convierta en un buen profesional.

¿Qué cambios observás hoy en el mercado?
Creo que después de la pandemia la gente empezó a valorar más los espacios abiertos, la posibilidad de estar en contacto con la naturaleza y, al mismo tiempo, la cercanía con la ciudad. Además, el cliente actual es mucho más exigente: tiene información al alcance de la mano, compara, investiga.
A veces se dice que la tecnología va a reemplazar al agente inmobiliario, pero yo no lo creo. La inteligencia artificial es una herramienta muy útil, pero el costado humano sigue siendo insustituible. Sí está en riesgo quien no se actualiza ni incorpora nuevas herramientas.
En este escenario de sobreinformación, ¿qué rol cumple el asesoramiento profesional?
Un rol central. Hoy estamos ante una cantidad de información abrumadora. Cualquiera puede entrar a internet y encontrar miles de datos, pero no siempre sabe cómo interpretarlos. Ahí entra la figura del asesor inmobiliario de confianza, alguien que pueda ordenar ese ruido y decir: “esto sí, esto no”. Es como tener un médico clínico o un abogado de cabecera: alguien que conoce tu situación, que te guía y que te da seguridad al momento de tomar una decisión importante.
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