
“Las empresas empezaron a ver que, más allá de vender un producto, también generan impacto” afirma Francisco. En esta entrevista, describe cómo el triple impacto deja de ser un gesto altruista para convertirse en una ventaja estructural en sectores como la logística y el comercio internacional.
¿Qué retos representa para una empresa considerar al mismo tiempo el impacto económico, social y ambiental?
El principal desafío es integrar el triple impacto a la propuesta de valor. Históricamente, el impacto social o ambiental se miraba desde la lógica del altruismo, de la caridad. Y esos conceptos, en el lenguaje de negocios, son un gasto, y no hay empresa que trabaje para escalar gastos.
Las compañías pioneras en triple impacto son las que logran integrarlo como valor. En el momento en que lo integrás a tu propuesta de valor, si ganás vos, gana la sociedad.
¿Cuáles son los beneficios que tienen las empresas que logran integrar este enfoque?
Las empresas que gestionan con lógica de triple impacto no lo hacen desde el altruismo, sino desde la lógica del valor y la innovación. Y acá es importante algo: valor no necesariamente es monetización. Puede venir de distintos lados. Por ejemplo, desde la construcción de marca, al generar alianzas o al ser elegido por un cliente. También puede surgir desde la marca empleadora, cuando un colaborador decide trabajar en tu empresa por sobre otra por tus políticas de capital humano.
El concepto de beneficio es algo más de corto plazo, como un descuento que genera una venta extra. En cambio, el valor tiene que ver con percepciones más profundas y a largo plazo. Ese valor lo dan los stakeholders, los que rodean a la empresa, y que cada vez exigen una oferta distinta.
¿Cómo evoluciona el vínculo de las empresas con la sociedad y con estos grupos de interés en relación al triple impacto?
Ese valor que las empresas de triple impacto entregan tiene que ver con una mayor conciencia. Pensemos que hace 60 años una empresa se diferenciaba solo por su producto. Después vino el servicio. Luego, la experiencia. Y hoy, además de todo eso, hay una exigencia social más amplia.
También la sociedad cambió: hace 50 años los chicos no opinaban en su casa; hoy no concebimos que se queden callados. Esto se trasladó a todos los órdenes: el consumidor, el colaborador, el proveedor, todos opinan y exigen más.
Hace décadas, a las empresas no les importaba lo que pensaba el cliente. Hoy sería impensado no medirlo. Pero además, se empezó a mirar más allá del cliente, a todo lo que lo rodea: la comunidad, los proveedores, los procesos y demás.
Todo eso forma parte de esta evolución hacia el triple impacto. Las empresas que lo entiendan primero van a estar mejor preparadas para competir en los mercados que ya lo exigen como norma.

¿Cuáles creés que son las claves del triple impacto en el comercio exterior y la logística?
En Latinoamérica, esto todavía se ve como innovación, pero en otras partes del mundo, como en Europa, ya es política pública. Hoy, si una empresa no cumple con ciertos estándares de triple impacto, ni siquiera puede comercializar en esa región.
Entonces, si desde Latinoamérica querés exportar y abrir mercados, y no estás considerando el triple impacto, no estás viendo ni el presente ni el futuro. Eso cambia completamente las conversaciones en las rondas de negocio.
En logística y comercio exterior, el tema clave es la trazabilidad: ¿de dónde viene mi producto, cómo llegó hasta acá, quién lo produjo, qué energía se usó? Hoy hay acceso a más información, y el consumidor lo exige. Por eso, las empresas que quieran tener nuevos clientes deben empezar a considerar estas preguntas, que antes quizás ni se hacían.
¿Cuáles son los primeros pasos para empezar a trabajar de forma efectiva con triple impacto?
El primer paso es definir tu propósito. ¿Qué es el propósito? Es lo que te mueve, lo que te gustaría dejar en la sociedad por el solo hecho de existir. Puede ser un tema social, ambiental, la huella de carbono, la educación, la pobreza o la inequidad. Una vez que identificás tu propósito, que es ese gran “para qué”, lo siguiente es integrarlo a tu compañía y compartirlo con tu equipo.
Cuando lo compartís, vas a encontrar personas a las que les mueve lo mismo. Y si lo encontrás, todo va a ser más fácil. Luego, hay que definir el impacto. Así como el propósito es el “para qué”, el impacto es el “cómo”. ¿De qué manera voy a acercarme a ese propósito?
Para eso, existen herramientas gratuitas online para medir el impacto. Y se puede trabajar desde cinco áreas clave: políticas de gobernanza, políticas hacia los colaboradores, cadena de valor, comunidad y clientes.
Por ejemplo, imagina una empresa cuyo propósito es reducir la inequidad. Puede impactar desde sus colaboradores, por ejemplo, achicando la brecha salarial o ayudando a que todos terminen el secundario. Desde la comunidad, trabajando con productores locales o desarrollando proveedores en un pueblo chico. Otra empresa, desde el rubro financiero, puede dar acceso al crédito a personas que no lo tienen.
Fijate cómo ante un mismo propósito, se pueden generar múltiples impactos. Esa construcción se hace con el equipo que comparte ese sueño. Por eso, lo fundamental es: definir un propósito y definir un impacto. Así es como se empieza a gestionar.
¿Cómo ves el ritmo de adopción de estos cambios en Latinoamérica?
Este tema es relativamente nuevo. Como en toda adopción, primero aparecen innovaciones en distintas partes del mundo y después, según la idiosincrasia de cada región, se incorporan de manera distinta.
En Latinoamérica ya se ven emprendimientos que nacen con esta filosofía. Y esos emprendedores, con propuestas disruptivas, empezaron a inspirar a empresarios y empresarias que buscan transformar sus modelos actuales.
En otras regiones, como Europa, los cambios vienen impulsados por regulaciones. Pero vivimos en un mundo interconectado, y lo que pasa en un lugar inspira a otros. Por eso, cualquier empresa que quiera expandirse más allá de sus fronteras necesita instalar estos temas. Ya no es una opción, es una necesidad instalada.
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