
Para Melanie, “hay muchas problemáticas que requieren soluciones, y siempre algo de logística va a haber”. En esta nota, comparte los puntos más relevantes de su recorrido como emprendedora y la importancia de la cadena de abastecimiento en ese trayecto. Su objetivo es trascender lo económico y generar un impacto social, y la logística es un agente fundamental.
Tu accionar está guiado por generar negocios de triple impacto. ¿Cómo surgió eso?
Creo que no tengo muy claro de dónde nace ese deseo, pero sí sé que tuve emprendimientos anteriores más comerciales. Siempre me gustó vender, me iba bien, pero en un momento me agarró un vacío: vendo, ¿pero qué me deja? Empecé a entender que quería solucionar problemáticas y ahí fue donde nació mi empresa.
Me gusta pensar que el día de mañana puedo abordar otra problemática social o ambiental. Ese es mi gran propósito. Siento que encontré una forma de relacionarme que refleja mi esencia, no solo desde lo laboral.
¿Cuál fue el principal miedo que tuviste al emprender y qué te motivó?
Tenía 22 o 23 años y me tiré de lleno. No tuve tanto miedo. Pero sí aparecían preguntas como: ¿hay mercado?, ¿le va a gustar a alguien?, ¿es viable la idea? Salís con un producto mínimo viable y empezás a probar. La mayor motivación siempre fue solucionar problemas.
La idea de negocio empezó porque vimos que había productores de alimentos que no podían competir con el consumo masivo y que, además, era engorroso para los consumidores conseguir productos saludables. Había un problema dual y dijimos: esto lo podemos solucionar. Ahí se me prendió la lamparita. Sentí que estaba ayudando a muchos. Mi objetivo es educar, acompañar a una vida más saludable y sustentable. Eso me mantiene con la llama encendida.
¿Qué dificultades encontraron para abastecerse o conectarse con los productores?
Miles. Empezamos viajando a provincias, armando agendas con gobiernos locales para visitar productores. En el ideal todo era hermoso: veíamos una cerveza en Jujuy o frutos secos en Mendoza y decíamos “dale, vamos con eso”. Pero después nos preguntábamos cómo mover eso o cómo un transporte podía llegar con algo chico.
Era el comienzo y nos la rebuscábamos. Al principio queríamos que los productos fueran directo a las casas, sin intermediarios. Pero no era coherente: no podíamos mandar una mermelada hoy y una frutilla mañana. Terminamos creando nuestro propio depósito. Pasamos a ser un marketplace curado y, sin darnos cuenta, una empresa de logística. La mayor dificultad era hacer logística para ambos lados: para que nos entreguen los proveedores y para llegar al cliente.
¿Cómo resolvieron esos desafíos logísticos?
Los productores empezaron a llegar al depósito por correo, camionetas, lo que tuvieran. Nos apoyamos más en productores cercanos, sobre todo con fríos y congelados. La distancia hace difícil desembarcar en el interior, salvo que abras una tienda física y trabajes con proveedores locales.
Otro punto clave fueron las alianzas con proveedores logísticos y tecnológicos, porque el cliente quiere trazabilidad. Con las tecnologías de hoy en día, el cliente puede ver dónde está su pedido en todo momento. Todavía hay mucho por mejorar, pero fue un gran avance.
¿Qué tipo de contingencias desarrollaron para los problemas logísticos?
Todo parte del abastecimiento. De cara al consumidor es importante anticiparse a posibles faltantes, ofrecer reemplazos o devoluciones, y comunicarlo. En ventas corporativas, por ejemplo, una buena estrategia es trabajar con categorías más amplias con varios productos que pueden reemplazarse. Siempre buscando brindar la mejor experiencia.
¿La última milla fue una decisión desde el inicio o una respuesta a una tendencia?
Desde el principio. En 2015 creíamos que todo se iba a comprar online. Pero la realidad es que en Argentina todavía hay trabas: no siempre hay alguien en casa para recibir, y si no hay, necesitás logística inversa. Hoy tenés tiendas físicas, opción de retiro gratuito, envío a domicilio, plataformas de última milla... Las opciones se van adaptando a los hábitos del cliente.

¿Qué sentís que ganaste y qué perdiste desde aquella inocencia emprendedora?
Perdí la impulsividad de hacer todo ya, de decir sí a todo. Aprendimos a decir que no, a tener foco. Gané experiencia, claro. Empecé siendo pulpo: atención al cliente, redes, marketing, logística, todo. Una vez nos pidieron 10.000 cajas y no teníamos cómo cumplirlo. Contratamos gente, pusimos música fuerte y trabajamos día y noche para concretar el pedido. Aprendí a liderar, a hacer preguntas y dejar que mi equipo traiga las respuestas. Eso fue clave.
¿Qué rol tuvieron las personas y los vínculos en todo este proceso?
Tener una socia fue clave. Más allá del negocio, nos divertíamos. Dormíamos con la compu al lado. Cuando una caía, la otra empujaba. Al principio costó formar equipo porque estábamos muy en la operación. Hoy estoy más enfocada en pensar a largo plazo y armar los equipos necesarios para llegar a esa meta.
¿Cuáles son tus expectativas a futuro?
Mis expectativas suelen ser altas. No tienen que ver con lo económico, sino con querer transformar el mundo. A veces siento que hago poco, pero también entendí que cualquier aporte suma. Mi mensaje es emprender con impacto. Hay muchas problemáticas que requieren soluciones, y siempre algo de logística va a haber. Hace poco me sumé a una red global de mujeres líderes. Está buenísimo abrir la cabeza, ver qué hacen otras personas. Hacia ahí voy.
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