
“Hoy el desarrollo no depende solo del Estado ni de las empresas por separado: requiere acción colectiva”, afirma Javier en esta entrevista, donde explora el rol de las empresas como actores sociales y propone una visión transformadora en la que la logística también puede ser motor de cambio.
¿Cómo describirías la razón de ser de tu actividad y de la asociación?
Hay una idea que dice que no hay empresas exitosas en sociedades que fracasan. Si entendés que el entorno en el que producís, vivís y trabajan tus empleados es interdependiente con tus propias acciones, empezás a reconocer tu rol como actor social. Si sos parte de esa comunidad, también incidís en ella, y viceversa. Esa reciprocidad institucional implica que tu conducta ética, tus compromisos y tus acciones sociales son parte integral de tu desempeño, incluso en lo económico.
Hoy en la asociación somos casi 100 instituciones movilizadas por contribuir al bien público.
Funcionan un poco como un hub logístico que ayuda a gestionar y distribuir…
¡Totalmente! La asociación funciona como un hub logístico, en el sentido de ser una plataforma de acción colectiva. Desafiamos la idea compartimentada de que las empresas solo existen para generar riqueza, el Estado para garantizar derechos, y la sociedad civil para resolver lo que los otros no pueden. Creemos que el todo es más que la suma de las partes.
La acción colectiva permite alinear esfuerzos, capacidades y recursos para resolver problemas estructurales. Las empresas no son solo actores económicos; también son actores sociales. Y en la medida en que generemos conciencia y medios para alinear esfuerzos, podremos liderar iniciativas con impacto real.
¿Qué desafíos enfrentan las organizaciones para equilibrar objetivos económicos con impacto social y ambiental?
El principal desafío es identitario. Todavía predomina una mirada compartimentada del rol de cada institución. Por ejemplo, si una empresa necesita empleados capacitados y no los consigue, suele culpar a la educación pública. Eso refleja una visión limitada. Pero también está la opción de involucrarse, generar alianzas y desarrollar iniciativas para mejorar esas capacidades. Así se fortalecen las comunidades y también el negocio, en el largo plazo.
Escribiste un libro sobre acción colectiva. ¿Qué te motivó a hacerlo? ¿Qué mensaje principal querés transmitir?
Hubo dos grandes motivaciones. Una más personal, ligada a la coherencia entre vocación y trabajo. Hay una intuición de que, si alineamos nuestro propósito vital con lo que hacemos, aportamos más valor y somos más felices. Y de ahí surge una analogía con las personas jurídicas: ¿qué pasaría si las empresas también pudieran encontrar esa coherencia entre su razón de ser, su rentabilidad y su aporte a la sociedad?
La segunda motivación es más práctica. Muchas empresas y fundaciones hacen grandes esfuerzos por generar impacto social, pero a veces compiten por ser “la mejor” en vez de coordinarse con otros. La acción colectiva propone otra lógica: sumar capacidades, recursos y esfuerzos en torno a un mismo objetivo. Es el único camino para transformar en serio.
Suena muy bien, ¿pero es fácil alinear ese espíritu colaborativo entre empresas?
Colaborar no es un jardín de delicias. Es más fácil hacer las cosas solo. Pero el impacto y la profundidad de lo que lográs en conjunto son muy superiores. A veces requiere romper hábitos, hacer cambios culturales. Pero el resultado es más transformador y gratificante.
¿Cómo fue la recepción entre líderes empresariales de estas premisas? ¿Qué debates se generaron?
Al principio temía que generara polémica, pero hubo identificación. Muchos líderes se ven reflejados en esta mirada. Ya no alcanza con decir que una empresa existe solo para generar beneficios. La rentabilidad sigue siendo necesaria, pero se convierte en consecuencia de hacer las cosas bien. ¿Y qué es hacerlas bien? Es pensarse como un actor social. La comunidad, el ambiente, los proveedores, los clientes... todo forma parte. Si entendemos que el Estado no puede solo, pero que tampoco puede faltar, y que el sector privado tiene una capacidad extraordinaria, podemos lograr muchísimo si actuamos juntos.
¿Cómo ves el futuro? Sobre todo frente a los cambios que trae la inteligencia artificial, el trabajo, la productividad…
El sector privado tiene un rol diferencial en el desarrollo. Lo importante es generar condiciones para que a las empresas les convenga ser socialmente responsables. Hay muchos ejemplos de articulación entre sector público, privado y sociedad civil que ya funcionan bien. Y estos nuevos desafíos tecnológicos deben ser pensados también desde esa lógica. Si no hacemos nada, si dejamos todo al instinto de supervivencia, podemos terminar reforzando desigualdades. Pero si generamos normativas, incentivos, acuerdos, podemos orientar esa energía transformadora para el bien común.

¿Trabajaron con empresas vinculadas a logística o comercio exterior?
Sí, claro. La logística y el comercio exterior tienen un potencial enorme para transformar realidades. En San Juan, por ejemplo, trabajamos con unas 15 fundaciones y empresas con una gobernanza innovadora para mejorar los niveles de alfabetización. Ahí necesitás de todo: especialistas en lo pedagógico, pero también empresas logísticas que movilicen materiales. Cada una aporta desde lo que mejor sabe hacer.
Y también pienso: si regulamos al sector solo desde una lógica economicista, nos perdemos la oportunidad de premiar el valor social que generan. ¿Por qué no pensar en incentivos o beneficios para las empresas logísticas o de comercio exterior que tengan fuerte compromiso con el desarrollo local?
¿Qué mensaje te gustaría dejar a quienes quieran sumarse?
Invitamos a participar a las organizaciones que verdaderamente abrazan la idea de bien público. Más allá de los beneficios concretos, el valor más potente es sumarse con una visión transformadora del país. Queremos miembros que no solo busquen rentabilidad, sino también contribuir al desarrollo de todos. Porque sin acción colectiva, no hay manera de construir un futuro equitativo y sostenible.
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