
Desde mi lugar como fundador de un estudio aduanero y profesional con años de experiencia en el comercio exterior, he sido testigo de constantes crisis económicas que ha transitado nuestro país. Durante décadas, la lógica empresarial en Argentina estuvo dictada por la supervivencia en un entorno de alta inestabilidad que empujó a las empresas de servicios de comercio exterior a adoptar estrategias defensivas casi por unanimidad: dolarizar nuestros honorarios.
Esta no fue una decisión caprichosa, sino una cobertura indispensable frente a una moneda que se pulverizaba día a día. Nuestros contratos y tarifas, atados al dólar estadounidense, nos permitían mantener un mínimo de previsibilidad y proteger el valor de nuestro trabajo. Este modelo funcionó, o al menos nos permitió subsistir, dentro de la lógica perversa de la economía de crisis.
Ahora, el tablero de juego ha cambiado. El nuevo gobierno ha implementado una política fiscal y monetaria rigurosa que, con notable éxito inicial, ha logrado desacelerar la inflación. No obstante, este reordenamiento ha generado un fenómeno complejo y doloroso para nuestro sector. Mientras la inflación acumulada y la corrección de precios relativos —tarifas de servicios públicos, alquileres, salarios— dispararon nuestros costos operativos en pesos a una velocidad vertiginosa, nuestros ingresos, anclados a un tipo de cambio que el gobierno utiliza como ancla antiinflacionaria, permanecieron prácticamente estancados en su conversión a pesos.
Este descalce crea una pinza que asfixia nuestros márgenes de rentabilidad. Para ser claros: nuestros costos suben en pesos a un ritmo acelerado, mientras que nuestros ingresos, fijados en dólares, rinden cada vez menos pesos para afrontar esos mismos costos. El salvavidas del pasado se ha convertido en un ancla en el presente. Una paradoja que pone en jaque la viabilidad de muchas empresas.
La solución natural a este desequilibrio, aquella que permitiría alinear la estructura de costos de Argentina con la de nuestros competidores regionales, sería una serie de reformas estructurales profundas.
Necesitamos con urgencia una reforma tributaria que simplifique y reduzca la carga impositiva asfixiante, una reforma laboral que flexibilice la contratación y promueva la productividad en lugar de la litigiosidad, y una descentralización que elimine la superposición de regulaciones y tasas municipales y provinciales. Un marco de estas características no solo aliviaría nuestra estructura de costos, sino que nos haría más competitivos frente a un despachante en Uruguay o una agencia de cargas en Brasil.
Sin embargo, debemos ser realistas. El actual gobierno, a pesar de su clara dirección, enfrenta un escenario político de enorme complejidad y fragmentación. El poder necesario para negociar e implementar reformas de tal magnitud no se consigue de la noche a la mañana. Esperar pasivamente a que estas condiciones macroeconómicas ideales se materialicen no es una estrategia empresarial, es una sentencia de desaparición. La pregunta, entonces, no es qué debería hacer el gobierno por nosotros, sino qué podemos hacer nosotros para sobrevivir y prosperar en este nuevo contexto.
La respuesta, en mi opinión, yace en mirar hacia adentro y abrazar la herramienta más disruptiva de nuestro tiempo: la inteligencia artificial (IA) y la automatización de procesos. La misma competencia que nos presiona es la que debe incentivarnos a innovar. Si no podemos reducir drásticamente nuestros impuestos o costos laborales de inmediato, debemos entonces pulverizar nuestras ineficiencias internas.
Durante años, gran parte del trabajo en nuestro sector ha sido manual, repetitivo y artesanal, propenso al error humano y consumidor de horas hombre de alto valor. Aquí es donde la IA puede generar una revolución de productividad. Pensemos en aplicaciones concretas:
- Clasificación Arancelaria Inteligente:
La determinación de la posición arancelaria de una mercadería es una de las tareas más críticas y complejas que realizamos. Requiere de un profesional con años de experiencia para analizar la naturaleza del producto y navegar el Nomenclátor Común del Mercosur. Hoy, podemos entrenar modelos de IA con la totalidad del nomenclador, sus notas explicativas, los dictámenes de clasificación y la jurisprudencia. Un asistente de IA puede analizar la descripción de un producto en segundos, sugerir una posición arancelaria con un alto grado de precisión y, lo más importante, citar el fundamento normativo que respalda su elección. Esto no reemplaza al clasificador, sino que lo potencia, liberándolo de tareas de investigación rutinaria para que pueda enfocarse en los casos más complejos y en la estrategia.
- Gestión Documental y Carga de Datos Automatizada:
Un despacho de importación o exportación implica procesar decenas de documentos: facturas, conocimientos de embarque, listas de empaque, certificados de origen. La IA, mediante el reconocimiento óptico de caracteres (OCR) avanzado, puede “leer” estos documentos, extraer los datos relevantes (CUIT, valor FOB, peso, etc.) y volcarlos automáticamente en los sistemas de gestión o, incluso, directamente en el Sistema Malvina. Esto no solo elimina horas de tipeo manual, sino que reduce drásticamente los errores que pueden costar tiempo y dinero en multas.
- Automatización de la Comunicación y Seguimiento:
¿Cuántas horas dedica nuestro personal a responder la misma pregunta: “¿Dónde está mi carga?”? Podemos implementar sistemas automatizados que se integren con las plataformas de las navieras, aerolíneas y terminales portuarias. Un chatbot inteligente puede proveer a nuestros clientes actualizaciones de estado en tiempo real, 24/7, sin intervención humana. Las notificaciones de hitos clave —arribo del buque, liberación de aduana, coordinación de la entrega— pueden ser totalmente automatizadas.

La adopción de estas tecnologías es una vía para aumentar la eficiencia por empleado y ofrecer un servicio de mayor valor agregado a nuestros clientes. En un entorno de márgenes comprimidos, cada hora hombre que liberamos de una tarea repetitiva para dedicarla a la consultoría estratégica es una victoria competitiva.
El camino hacia una Argentina abierta y próspera será largo y lleno de desafíos. Pero como enseña la escuela austríaca de Mises, es la acción humana y la capacidad empresarial para adaptarse y crear valor lo que impulsa el progreso.
Aquellos que se aferren a las viejas formas de trabajar, esperando un salvavidas del Estado, se verán superados. Quienes, en cambio, acepten el desafío de la competencia y utilicen la innovación tecnológica para transformar sus propias estructuras, no solo sobrevivirán a esta transición, sino que se convertirán en los líderes de un sector más ágil, eficiente y preparado para conectar a Argentina con el mundo.
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