
No importa el horario, la red social o el canal que estés viendo: todos están hablando de lo mismo. Inteligencia artificial, innovación, disrupción, cultura organizacional. Las palabras cambian de orden, pero el mensaje es parecido.
Y no es que esos temas no importen. Importan, y mucho.
El problema aparece cuando todos los relatos empiezan a sonar igual. Como si se escribieran con una plantilla invisible. Como si en vez de comunicar ideas, se repitieran consignas.
El riesgo no es solo el cansancio. El riesgo es la desconexión. Porque cuando todo se vuelve relato, ¿dónde queda la acción?
Cuando las buenas ideas pierden fuerza
En la última década fuimos testigos de distintas “olas narrativas” en el mundo profesional. Primero fueron los valores y la misión. Después, el mindset emprendedor. Luego, la innovación como mantra. Más tarde, la transformación digital. Hoy, el nuevo tótem es la inteligencia artificial.
Todo eso tiene sentido. Pero también tiene fecha de vencimiento si no se actualiza, si no se profundiza, si no se ejecuta.
En logística lo vemos todos los días. Se habla de agilidad, pero muchos siguen dependiendo de sistemas arcaicos. Se promueve la digitalización, pero todavía hay decisiones críticas atadas al Excel. Se insiste con la “transformación”, pero sin tiempo, presupuesto ni foco real.
Y mientras tanto, los equipos operan bajo presión constante, apagando incendios, sosteniendo el sistema sin reconocimiento y sin pausa. Ahí, en ese barro silencioso, se juega gran parte del éxito de las organizaciones.
¿Recordás cuando todo el mundo hablaba de la “zona de confort”? O cuando el trending topic era el “trabajo en equipo” como si fuera un invento nuevo. Más tarde fueron las metodologías ágiles”, los “ambientes colaborativos”, el “futuro del trabajo”. Cada término tuvo su auge… y su declive.
No porque dejaran de ser relevantes, sino porque se vaciaron de contenido a fuerza de repetición.
Y eso genera una brecha entre lo que se dice y lo que se hace.

Relatos alejados de la realidad
Un estudio del Edelman Trust Barometer (2024) muestra que el 63% de los empleados no creen que las empresas cumplan lo que prometen en sus comunicaciones públicas. Y eso erosiona algo clave: la confianza.
Otro dato para mirar de cerca: según Linkedin, en los últimos dos años aumentó un 76% el uso de palabras como “inspirador”, “líder auténtico” o “disruptivo” en publicaciones de ejecutivos y referentes.
Palabras potentes que, usadas sin sustento, se convierten en fuegos artificiales en un PowerPoint: llaman la atención, pero no cambian nada. La gente no necesita más discursos épicos: necesita coherencia.
No se trata de dejar de hablar. Se trata de hablar mejor. De volver a decir algo propio. Algo que surja de la experiencia, no del algoritmo.
De animarse a nombrar lo que incomoda: los temas que no son tendencia, pero son urgentes.
El impacto emocional de la adaptación constante. La dificultad real para delegar en mandos medios. Las microviolencias cotidianas que nadie quiere abordar porque “no da engagement”.
¿Quién habla de los costos invisibles del mal reconocimiento dentro de las compañías? ¿De la soledad de los líderes intermedios? ¿De los profesionales que se quiebran por sostener siempre una imagen de excelencia?
No hay posts virales sobre eso. Pero ahí también se juega el futuro del trabajo.
Decir no es hacer: el relato no reemplaza la coherencia
Relatar no es hacer. Decir no es haber hecho. Pensar no es transformar.
Confundimos la potencia del lenguaje con la fuerza del acto. Pero una cosa es contar lo que se quiere lograr, y otra muy distinta es ir por ello.
Carl Jung decía que “no se trata de lo que decís que vas a hacer, sino de lo que realmente hacés”.
En tiempos de sobreinformación, vale recordar que lo que deja huella no es la intención, sino la acción.
Menos relato. Más verdad. Porque lo que está en juego no es solo la narrativa empresarial: es la confianza.
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