La evolución del comercio exterior y su impacto en el consumidor final

Alejandro Meyer, gerente de importaciones y exportaciones en una empresa fabricante de máquinas y herramientas, repasa los desafíos logísticos y regulatorios del retail actual

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Alejandro Meyer es gerente de
Alejandro Meyer es gerente de importaciones y exportaciones en una empresa fabricante de máquinas y herramientas (Foto: Movant Connection)

"Cuando la gente agarra un producto en el supermercado o en una tienda de herramientas, detrás del mismo hay un proceso y un trabajo muy grande“, comenta Alejandro Meyer. En esta entrevista, detalla la compleja dinámica del comercio exterior, desde las regulaciones hasta la disponibilidad para el consumidor final.

¿Cómo viste la evolución del comercio exterior en el retail durante los últimos años en Argentina?

En los últimos 15 años, el panorama fue cambiando mucho, principalmente por la cuestión regulatoria y las trabas a las importaciones.

Venimos de fines de los 90 con un escenario bastante liberado, y desde los 2000 hubo muchas restricciones: licencias, regulaciones, más complejidad en la operatoria. Eso nos volvió más fundamentales a quienes trabajamos en comercio exterior. Hubo períodos de mayor apertura, pero los últimos cinco años fueron complicadisimos para importar.

Ahora, en el último año y medio, la situación se flexibilizó, aunque surgieron otros problemas como la venta, la logística y el sobrestock. En retail, donde los equipos son grandes y se manejan muchos volúmenes, la planificación es clave. Si traés un producto fuera de temporada, como un árbol de Navidad después del 25 de diciembre, ya no sirve.

¿Por qué el retail necesita importar y no puede abastecerse solo con producción local?

Principalmente por un tema de precios. Es muy difícil competir con países como China, India o Bangladesh. En el retail, al vender directamente al consumidor final, se puede ofrecer el mejor precio. Si una empresa distribuye y revende, el precio se encarece con cada intermediario.

Además, hay productos que acá directamente no se fabrican, como juguetes con matrices específicas o determinados artículos que requieren una escala que localmente no se puede alcanzar. La variedad también influye. Siempre fue más fácil desarrollar producción local, pero en muchos casos no se podía competir en precio.

Pasaste por industrias muy diferentes. ¿Cuáles fueron las certificaciones más complejas de gestionar?

Hoy el escenario cambió bastante. Quien trabaja prolijo tiene ventajas. Por ejemplo, en seguridad eléctrica se duplicó el tiempo de vigencia de los certificados, lo que reduce el costo. La aduana ya no interviene como antes y queda a criterio del importador.

Pero si hablamos de complicación, los juguetes son de lo más complejo: ftalatos en los plásticos, pilas, ruedas de autos a control remoto y demás. Todo eso requiere ensayos, certificaciones específicas y etiquetas obligatorias. Hubo momentos en que un certificado se caía si un producto pesaba apenas más de lo declarado. Seguridad eléctrica también fue exigente.

En alimentos, quizás lo más complicado eran los tiempos. En agro, aprendí que las semillas tienen un proceso de regulación muy técnico y largo. La ropa también es compleja por la clasificación arancelaria y el etiquetado textil. Hubo momentos en que se pedía certificar hasta una cinta métrica, lo cual hoy ya no sucede. Se está buscando un control más lógico y menos burocrático.

¿En la industria en la que trabajás hoy, cómo es la organización regional y la gestión entre países?

Hay una coordinación regional en varios países de Sudamérica, y es común en estructuras globales que se hagan compras consolidadas para abaratar costos. Se arman ventanas especiales donde cada país puede comprar menos de la cantidad mínima exigida, aprovechando el volumen global.

Argentina siempre tiene un paso más: regulaciones, certificaciones específicas, etiquetas, stickers con QR y demás. Eso lo complica. Aun así, es habitual mover mercadería entre países, reubicar sobrestock o pedir productos faltantes a otra sede. La comunicación entre los distintos equipos es constante.

Para Alejandro, "cuando alguien agarra
Para Alejandro, "cuando alguien agarra un producto en una tienda o supermercado, hay detrás un trabajo enorme. Son meses de planificación para que esté ahí, al mejor precio posible" (Foto: Shutterstock)

¿Cómo se gestiona el almacenamiento cuando se trata de productos grandes y pequeños en retail?

Se trabaja con un depósito en una zona franca y se trae a Argentina lo que se necesita semanal o quincenalmente. Se maneja una variedad enorme de productos, de distintos tamaños, siempre buscando no sobrestockearnos.

Lo ideal es tener entre 15 y 30 días de inventario y mantener el resto cerca para responder rápido. Comprar nuevamente a Asia implica entre cinco y seis meses, y eso no sirve si te quedás sin stock. La disponibilidad inmediata es clave.

¿Cómo ves hoy la demanda de este tipo de productos en Argentina?

Cambió mucho con la tecnología. Hoy hay un amplio catálogo de productos a batería y esa tendencia no para de crecer. Nadie quiere volver al cable. Es mucho más cómodo para jardinería, para trabajar en altura o para cualquier uso.

La pandemia aceleró esa transformación. En ese momento todos se pusieron a hacer carpintería y fue el “boom”. Bajó un poco luego, pero la demanda se mantiene fuerte. Hay muchos jugadores nuevos, así que hay que competir con innovación, con productos distintos. Fechas como el Día del Padre son clave, porque siempre hay productos que se venden mucho en esas ocasiones.

¿Creés que el país podría dejar de depender de las importaciones en esta industria?

Lo veo muy difícil. No hay hoy capacidad para producir herramientas o baterías a gran escala. Incluso las marcas más reconocidas del mundo fabrican en China por un tema de costos. Allá hacen un millón de baterías por mes. Acá, aunque se hiciera para consumo interno, no se logran esos precios.

Ojalá se pueda generar algo local, pero no lo veo en los próximos 10 o 20 años. Lo que sí puede crecer es el empleo asociado: vender más herramientas implica más gente que trabaja con ellas, desde jardineros hasta obreros de la construcción. El valor agregado local está en el uso de la herramienta, no tanto en su fabricación.

¿Qué esperás para el futuro del comercio exterior?

Creo que hay que seguir el camino de simplificar y desburocratizar. No se trata de liberar todo, sino de tener regulaciones lógicas. La seguridad del producto es lo más importante.

Lo clave es saber importar bien, comprar bien, tener una logística aceitada y vender correctamente. Toda la cadena tiene que estar alineada para que funcione.

Y para quien no está metido en logística o comercio exterior, ¿qué le dirías sobre el impacto de estos procesos en su vida cotidiana?

Cuando alguien agarra un producto en una tienda o supermercado, hay detrás un trabajo enorme. Desde la pesca de un atún, su enlatado, los controles sanitarios, hasta el transporte y la puesta en góndola. Son meses de planificación para que esté ahí, al mejor precio posible. Y todo eso ayuda a combatir la inflación.

La importación permite que ciertos productos lleguen a precios competitivos a la mesa de todos.