
“El valor más importante para nosotros es el bien común”, destaca Silvia, quien combina una extensa y exitosa trayectoria profesional, con un fuerte compromiso con el pensamiento social cristiano. En esta entrevista, destaca también el papel protagónico que la logística y el comercio exterior han tenido a lo largo de su carrera.
¿Qué valores promueven desde la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa?
El valor más importante para nosotros es el bien común, entendido como el bienestar de todas las personas. Nos basamos en el pensamiento social cristiano y en encíclicas como la Rerum Novarum, que sentó las bases sobre cómo deben comportarse las empresas: ser socialmente responsables, cuidar las relaciones con los trabajadores, los sindicatos y los líderes. Apuntamos a llevar estos valores a la práctica, con nuestras imperfecciones, pero también con un espíritu asociativo para reflexionar juntos y acompañar el contexto del país y del mundo.
En este mundo tan convulsionado, con guerras comerciales y geopolítica en tensión, ¿qué rol tienen los empresarios?
Hace poco participé en un encuentro global en el Vaticano, con motivo del Jubileo. Nos reunimos empresarios de todo el mundo para reflexionar y rezar por la humanidad. La globalización hace que cualquier decisión en un rincón del mundo impacte en todos. Y nuestra misión sigue siendo llevar esperanza y trabajo. Esa es una de las responsabilidades más importantes que tenemos.
En tu recorrido, combinaste estadística con recursos humanos. ¿Qué te dejó esa fusión?
Tenía facilidad para las matemáticas, pero me interesaba su aplicación práctica. Estudié Estadística en la Universidad Nacional de Rosario, una carrera poco común en ese momento. Hoy, con el auge de los datos, se valora mucho más. Entré a trabajar en una fábrica a los 21 años, donde se usaba estadística para tomar decisiones objetivas. De a poco, vi cómo los problemas de calidad muchas veces se originaban en fallas humanas: falta de comunicación, errores en la coordinación. Eso me llevó a interesarme por el mundo de las personas.
Siempre tuve vocación de servicio. Trabajé en parroquias, organizaba campañas. Vi que podía unir el mundo económico con el humano. Estudié Administración para complementar y terminé desarrollando una carrera que me dio muchísimo. Estoy muy agradecida con lo que cada área aportó.

¿Cómo fue tu vínculo y mirada sobre la logística y el comercio exterior a lo largo de tu carrera?
En un país como el nuestro, la logística y el comercio exterior son centrales. En mi carrera viví situaciones donde fueron un diferencial clave. Por ejemplo, querer llegar desde una planta en el centro del país a mercados internacionales o regiones remotas implica desafíos enormes. Podés tener un gran producto y procesos optimizados, pero si no lográs que llegue en tiempo, forma y con un costo razonable, todo se cae. La logística se convierte en un socio estratégico que puede definir el éxito o el fracaso.
También lo viví desde el lado del abastecimiento. Podés haber comprado una materia prima, haberla pagado, pero si no llega a tu planta, el proceso se traba. Cada vez más, los insumos son globales y los clientes también, con normas claras sobre cómo debe ser el producto, cómo fue producido y con qué materiales. Todo eso depende de una gestión eficiente de la logística y el comercio exterior. Son piezas clave en la cadena de valor.
¿Qué conclusiones sacás hoy sobre la gestión de personas?
Todo se resume en buenos liderazgos. Pero no cualquier liderazgo, sino uno basado en valores, en entender al otro, en saber hacia dónde va la organización y sumar voluntades. Cuando uno aprecia lo que cada persona trae al trabajo y la considera un todo —con sus problemas, su contexto familiar, sus desafíos—, eso marca la diferencia en los resultados. El liderazgo auténtico genera grandes cambios.
¿Te tocó atravesar momentos difíciles que desafiaron tu mirada positiva de la gestión y el trabajo?
Sí, muchas veces. En empresas grandes, a veces hay que implementar decisiones como cierres, reestructuraciones, situaciones duras. Me tocó comunicar decisiones difíciles, pasar noches sin dormir. En esos casos pienso con quién quiero transitar esos procesos, que compartan los valores. Siempre trato de ser empática, de ponerme en el lugar del otro. Me ha tocado negociar con bloqueos de planta y situaciones tensas. Pero aun ahí, intento ser auténtica y respetuosa. El otro siempre es un ser humano, y no sabemos su universo completo.
Con la inteligencia artificial tan presente, ¿cómo se equilibran estos avances con los valores humanos?
Es un tema que está en todos lados. Hace tres años hablábamos de inteligencia artificial como ciencia ficción, y hoy está en nuestras empresas, en la vida cotidiana, en la educación de nuestros hijos. Por eso es clave iluminar estas herramientas con valores, no dejar que nos gobiernen. Tenemos que decidir desde qué lugar lideramos estos procesos y cómo aprovecharlos para el bien común. Nos permiten ser más productivos, resolver problemas más rápido, pero el juicio, la ética, no pueden ser delegados.
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