
“No queremos que se vayan antes de la cárcel, queremos que salgan mejores”, destaca Eduardo, quien deja claro que no busca privilegios para quienes han cumplido su condena, sino igualdad y herramientas para que puedan competir. Destaca también la compleja logística de los partidos y la posibilidad de que el sector pueda brindar capacitaciones y encontrar personal valioso sin pensar en hacer beneficencia, sino en un vínculo que sume valor a ambas partes.
¿Cómo surgieron los Espartanos?
El proyecto surge en 2009. Yo había conocido una cárcel unos meses antes y lo que vi ahí adentro me hizo pensar: estas personas van a salir y van a salir peor, y las consecuencias las vamos a sufrir nosotros. En ese momento ya estaba casado, teníamos varios hijos, y dije: esto tiene que ser por mis hijos. Llevé lo que me apasiona, que es el rugby, a ver si podía servir como herramienta para bajar los índices de reincidencia.
¿Cómo fue la recepción de los presos?
En el primer entrenamiento, físicamente estaban muy mal. Con un ida y vuelta corriendo, ya estaban cansados, se tiraban a fumar. Fue difícil. Pero les enseñamos a tacklear, que es algo distinto, te podés golpear y es lícito. Eso les empezó a gustar, y fue lo que hizo que nos pidieran volver. Dijimos que iríamos todos los martes. A partir de esa constancia empezó a crecer la idea de Espartanos.
¿Creés que otro deporte podría haber funcionado igual?
Yo creo que cualquier actividad dentro de una cárcel suma, porque son personas totalmente abandonadas. Nadie las va a visitar. Eso es lo más parecido al infierno. Que alguien vaya a llevarles algo, les suma. Pero el rugby tiene ese plus: estas personas crecieron con violencia y se manejaron así. Nosotros fuimos a enseñar catequesis también. Si no querés ser agresivo, acá tenés el rugby: podés golpear con un tackle y descargar esa adrenalina. Uno de ellos me dijo: “en esta hora y media me saqué dos años de odio”. A partir de ahí, empieza la reconstrucción.

¿Organizan partidos con otros equipos?
Sí. Con el tiempo el equipo fue creciendo, se contagió a otras cárceles, y empezamos a hacer partidos entre ellas. También con equipos de afuera. Jugamos cada seis meses, un sábado, tres horas, para que sus familias vean todo lo que trabajaron. Eso les daba un propósito, y el propósito te enfoca. Y eso es clave para no reincidir.
En cuanto a la logística, ¿cómo es trasladar al equipo?
Es complejo. Primero necesitás jueces que autoricen. Tenés que hablar con cada uno y explicar que estas personas están enfocadas, que jugar un partido los ayuda a mantenerse así durante meses. Convencimos primero al Servicio Penitenciario y después a los clubes para que los recibieran. No fue fácil, pero funcionó. Los índices de reincidencia bajaron a menos del 5% en quienes participaron.
¿Qué significa “liderar tu pyme como un espartano”?
Cuando empecé a dar charlas, muchas empresas que me contrataban para eventos terminaron ofreciendo trabajo. Eso es espectacular. Liderar como un espartano es tener valores de vida: respeto, sacrificio, perseverancia, constancia, animarse. Ellos fueron creciendo así. Y se puede ser ejemplo incluso estando preso.
¿Qué tipo de empresas los apoyan?
Hay de todo. No es un solo rubro. Eso está bueno, porque si fuera uno solo, el resto no se involucraría. El prejuicio empieza a bajar. Van, conocen, y dicen: “a este me lo llevo”.
¿Creés que en logística o comercio exterior puede aplicarse?
Sí, claro. Pero no porque alguien estuvo preso hay que darle trabajo por lástima. Tiene que servirte. No hagas solidaridad. Tampoco quiero que bajen impuestos a quien contrate a alguien con antecedentes. Eso sería desigual. La persona ya cumplió su pena, ahora que compita.
¿Y del lado de los propios Espartanos? ¿Crees que pueden interesarse con trabajos en este sector?
Totalmente. Muchos arrancan sin saber nada del lugar donde entran a trabajar, pero se entusiasman, se capacitan y se apasionan. Tenemos gente estudiando para contador, abogado. Descubren talentos que no sabían que tenían. Y cuando alguien les da una oportunidad, se la juegan. Uno que fue al Aconcagua, por ejemplo: nunca había subido dos pisos por escalera, pero entrenó e hizo cumbre. Dijo: “ahora entiendo cuando me decían que no tenía techo. El techo me lo había puesto yo”. Cuando estás dispuesto a dar un paso, ya estás en otro lugar.
¿Qué rol juegan los cursos en este proceso?
Fundamental. Hay empresas que hoy vienen a dar cursos porque necesitan gente. Hicimos tres aulas y un gimnasio para eso. Apuntamos a los que están a seis meses de recuperar la libertad. Así, si les interesa a las empresas, ya conocen a quién pueden sumar. No es dar un curso por darlo, es dar herramientas que sirvan para ambos lados.
¿Qué recomendación darías a quienes lideran en contextos cambiantes?
Que no claudiquen ante la adversidad. El Papa Francisco, cuando fuimos a Roma en 2015, nos dijo una frase que me marcó: “en el arte de ascender, lo importante no es no caer, sino no permanecer caído”. Cada vez que te caés, levantate. Apasionate por resolver problemas. A la gente la contratan para eso. Te tiene que gustar convertir un “no” en un “sí”.
¿Querés dejar un mensaje final?
Me gustaría que pensemos la seguridad no solo como un tema del Estado. Nos afecta a todos. Es más importante que lo económico. Prefiero estar sin plata y vivo, que lleno de plata y en el cementerio. No es solo responsabilidad del gobierno. Hay que ayudar. Me quedo con una frase que escuché a un mexicano: “la persona idealista es la que entiende que su misión empieza donde termina su responsabilidad”. No es para el que se queja, sino para el que da un paso. Y ese paso, cada uno sabrá cuál es. Pero si llevás tu pasión a un lugar como este, el beneficiado no es solo el preso. Somos todos.
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