
La logística es una actividad que nunca se detiene. Sin importar la estación del año, los productos deben llegar a destino en tiempo y forma. Sin embargo, el invierno y el verano imponen condiciones ambientales que modifican por completo las operaciones logísticas. Desde la planificación de rutas hasta la conservación de productos, cada estación representa un nuevo desafío para quienes se encargan de mover la economía. En un contexto marcado por el cambio climático y el aumento de eventos extremos, adaptarse a estos cambios no es solo una cuestión operativa, sino también una necesidad estratégica.
Durante el invierno, las bajas temperaturas, las nevadas y las heladas pueden paralizar rutas, dañar infraestructura y volver más lentos o riesgosos los traslados, especialmente en regiones montañosas o alejadas de los centros urbanos. Las lluvias intensas, habituales en muchos países latinoamericanos en esta estación, pueden provocar anegamientos y cortes de caminos, lo que genera demoras y aumento en los costos operativos.
En el otro extremo, el verano puede generar efectos menos visibles pero igualmente disruptivos. Las altas temperaturas obligan a reforzar los controles sobre la cadena de frío, principalmente en productos alimenticios, farmacéuticos y cosméticos. Además, el calor excesivo provoca un desgaste más rápido en los vehículos de carga, aumenta la fatiga en los conductores y puede alterar la calidad de la mercadería si no se toman precauciones adecuadas.
En países de Europa central, donde las estaciones están bien marcadas, se utilizan modelos de predicción meteorológica avanzada para ajustar la frecuencia y el tipo de transporte. Por ejemplo, en invierno, algunos operadores optan por el ferrocarril en lugar de camiones cuando las rutas están cubiertas por nieve, mientras que en verano se intensifican los controles sobre el transporte de líquidos sensibles al calor, como el vino o los productos cosméticos.
Según datos del Banco Interamericano de Desarrollo, los costos logísticos pueden incrementarse entre un 10% y un 20% durante eventos climáticos extremos, especialmente cuando estos afectan nodos críticos de la red de transporte como rutas internacionales, aeropuertos o pasos fronterizos.
Estrategias logísticas para enfrentar el invierno
Cuando las temperaturas descienden, muchas empresas del sector activan sus planes de contingencia. El mantenimiento preventivo de camiones, con especial atención a neumáticos, frenos, baterías y sistemas de calefacción, es clave para evitar imprevistos en la ruta. También se suelen programar los viajes de larga distancia durante las horas de mayor visibilidad y con mayor frecuencia se opta por rutas pavimentadas o secundarias, si las principales están afectadas por el clima.
En el sur de Argentina, por ejemplo, durante los meses de invierno, los camiones de carga que circulan por rutas patagónicas están obligados a utilizar cadenas en las ruedas para mantener la tracción sobre superficies nevadas o congeladas. Además, se programan los viajes con la luz del día y se evita el tránsito durante la noche para minimizar los riesgos de accidentes por visibilidad reducida o hielo negro.

En verano, el foco está en el control de temperatura
La logística en verano no es menos exigente. El transporte de productos sensibles se realiza en unidades refrigeradas con sensores que permiten monitorear la temperatura a lo largo del trayecto. En algunos casos, incluso se utilizan contenedores con aislación térmica y materiales reflectantes para minimizar la exposición al calor.
Además, se evitan las cargas y descargas en las horas pico del día y se prioriza el uso de vehículos con cabinas acondicionadas para preservar la salud del conductor. La planificación también incluye márgenes más amplios de tiempo para cubrir imprevistos derivados de sobrecalentamientos o desvíos por incendios forestales, cada vez más comunes en determinadas regiones durante los meses más calurosos.
Siguiendo con el ejemplo de Argentina, en el norte del país, donde las temperaturas en verano pueden superar los 40 ºC, se priorizan los envíos nocturnos o en horarios de menor exposición solar. Muchos transportistas utilizan lonas térmicas sobre la carga para proteger productos perecederos y se incrementan los controles de temperatura, especialmente en el traslado de alimentos, medicamentos y productos químicos.
El cambio climático modifica las reglas del juego
Los efectos del cambio climático obligan a revisar permanentemente las estrategias logísticas. Veranos más largos, inviernos menos previsibles y la aparición de fenómenos extremos (como granizadas, inundaciones o tormentas súbitas) hacen que las cadenas de suministro tengan que incorporar una lógica de mayor resiliencia. La flexibilidad, la diversificación de rutas y la inversión en tecnologías predictivas son algunas de las herramientas que hoy permiten anticiparse a estas nuevas realidades.
Según la Organización Meteorológica Mundial, Latinoamérica es una de las regiones más afectadas por eventos climáticos severos. Esto implica que los costos asociados a interrupciones, pérdidas de producto o necesidad de redireccionar cargas seguirán en aumento si no se toman decisiones basadas en datos climáticos y en modelos logísticos adaptativos.
En síntesis, la logística es un engranaje esencial de la economía moderna, y su éxito depende en gran medida de la capacidad para responder a las variaciones estacionales. El invierno y el verano no solo marcan el calendario: también imponen condiciones que pueden poner a prueba la eficiencia, la sostenibilidad y la resiliencia de toda la cadena de suministro. Ante un escenario climático cada vez más volátil, la planificación inteligente, la inversión en tecnología y el enfoque preventivo son las claves para seguir conectando productos con personas, sin importar la estación del año.
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