
Lo que comenzó como una disrupción coyuntural durante la pandemia se ha transformado en un problema estructural que pone en jaque el mantenimiento de las flotas, la producción de nuevas aeronaves y la planificación operativa de las aerolíneas.
En un contexto de escasez generalizada de repuestos, la reutilización de componentes y el desmantelamiento de aviones relativamente nuevos se ha vuelto una estrategia válida. La práctica, impensada hasta hace poco, refleja el nivel de urgencia con el que el sector debe gestionar sus activos para evitar dejar aeronaves en tierra.
Uno de los factores más críticos es la falta de motores confiables y la insuficiente disponibilidad de piezas de repuesto, lo que ha obligado a prolongar los periodos de mantenimiento e incrementar la rotación de inspecciones técnicas. Esto ha derivado en un aumento del número de aeronaves fuera de servicio y en la necesidad de extender la vida útil de las que siguen operativas, muchas veces más allá de lo previsto originalmente.
A este panorama se suman importantes retrasos en la entrega de aviones nuevos. Las unidades de fuselaje estrecho, clave para vuelos de corto y mediano alcance, enfrentan demoras de hasta diez años. Las de fuselaje ancho, utilizadas en vuelos internacionales de larga distancia, tampoco escapan a la situación: se estima que la espera para nuevas entregas puede superar los siete años. Este cuello de botella obliga a las compañías aéreas a reformular sus planes de renovación de flota y a reforzar sus operaciones de mantenimiento.
Mantenimiento al límite
La presión sobre los talleres de mantenimiento, reparación y revisión (MRO) es otra consecuencia directa de esta crisis. La demanda de servicios se ha disparado al mismo tiempo que muchas instalaciones trabajan con personal reducido, arrastrando aún la salida masiva de técnicos especializados durante la pandemia. La recuperación de esa mano de obra calificada es lenta, y la formación de nuevos profesionales no logra compensar la demanda creciente.
El resultado es un incremento considerable en los tiempos de inactividad de las aeronaves que requieren inspecciones o reparaciones, sumado a un mercado saturado que compite por piezas específicas que escasean en el circuito global.

El impacto de los materiales críticos
La falta de componentes también está vinculada a la escasez de materiales estratégicos para la industria, como el titanio. La inestabilidad geopolítica y las restricciones a las exportaciones desde países que históricamente abastecían este insumo clave han elevado los costos y dificultado el acceso a materias primas esenciales. Esto afecta tanto la producción de nuevas aeronaves como la reparación de las existentes.
Frente a este panorama, aerolíneas y empresas de leasing exploran opciones no convencionales para sostener sus operaciones. La reutilización de piezas, el canibalismo de aeronaves en desuso y la adaptación de modelos logísticos para redistribuir repuestos entre regiones son algunas de las medidas adoptadas para mitigar los efectos de la crisis.
Una nueva dinámica de mercado
Si bien el escenario es complejo, algunos analistas destacan que este desbalance entre oferta y demanda puede reconfigurar el mercado aeronáutico. La limitación en la capacidad instalada y la presión sobre los costos podrían empujar a las aerolíneas a focalizar sus operaciones en rutas de alta rentabilidad, optimizando el uso de la flota y generando una mayor eficiencia operativa.
Se estima que esta tendencia podría reflejarse en un incremento de las ganancias netas del sector hacia fines de 2025, siempre y cuando el contexto macroeconómico no derive en una nueva recesión. Sin embargo, los signos de enfriamiento económico en Europa y la creciente volatilidad global invitan a la cautela.
El sector aeronáutico, uno de los más afectados por los vaivenes globales, vuelve a estar en el centro de la escena. Esta vez, no solo por el desafío de conectar al mundo, sino por la urgencia de rediseñar sus propias cadenas de abastecimiento para seguir volando.
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