
En un entorno en el que se hacen esfuerzos continuos para estabilizar la macroeconomía y, en especial, el comercio internacional, se han ido flexibilizando las normas que rigen el comercio exterior.
Dichas disposiciones actúan como capas diferenciadas: algunas impactan a todos los operadores y bienes, como la eliminación de las Licencias no Automáticas (Sira) o la derogación del Impuesto País, mientras que otras se levantan de manera puntual para liberar o agilizar el flujo de ciertos productos en sectores específicos, como la reducción de retenciones sobre el trigo, la soja y el maíz, o la eliminación del etiquetado de eficiencia energética para electrodomésticos de línea blanca.
Estas medidas, claramente orientadas a incrementar el consumo a través de la apertura económica, generan simultáneamente un aumento en la competencia a nivel microeconómico. Es por eso que las empresas locales se verán obligadas a esforzarse más para ofrecer precios competitivos sin sacrificar la calidad de sus bienes, lo que supone un cambio de paradigma en un mercado cada vez más exigente.
Mejor logística, mayor competitividad
Desde la perspectiva de un operador del comercio exterior, es imperativo que tanto importadores como exportadores revisen y rediseñen sus cadenas logísticas. La verdadera competencia no radica únicamente en la reducción de precios o en la optimización de alguna categoría en particular, sino en la forma en que se concibe el plan de negocios y se traza el plan de acción que permita alcanzar una mayor rotación de stock.
La planificación meticulosa de la cadena de abastecimiento es clave para lograr el suministro en el menor tiempo posible, minimizando desvíos y gestionando imprevistos que se presentan en la operativa diaria. Optimizar estos procesos se traduce en costos reducidos, lo cual impacta directamente en el precio final de venta, haciendo los productos más competitivos en el mercado internacional.

En este sentido, la búsqueda y el desarrollo de nuevos proveedores se convierte en otro pilar fundamental. La incorporación de aliados estratégicos que ofrezcan mejores precios y calidad contribuye a optimizar las cadenas de abastecimiento, lo que no solo favorece una mayor rotación, sino que también permite ofrecer bienes de mejor calidad al consumidor final y, a la vez, aportar valor a la economía nacional.
Es una estrategia que requiere visión a largo plazo, pues la calidad de los vínculos comerciales se traduce en una red robusta de oportunidades y en la capacidad de anticipar desafíos en un entorno global cada vez más dinámico.
Actualización constante
Paralelamente, se mantiene la expectativa de que en 2025 se pueda levantar el cepo, una medida que aún impide los pagos anticipados al exterior. Si la situación macroeconómica continúa mejorando, es posible que se configure un escenario de reducción de impuestos que impulse aún más el flujo de bienes en ambas direcciones. Además, la eventual firma de nuevos tratados de libre comercio, ya sea a través de un acuerdo entre Mercosur y la Unión Europea o mediante negociaciones con Estados Unidos, podría abrir nuevas puertas para Argentina en el ámbito internacional.
El comercio exterior, en definitiva, es un terreno apasionante y desafiante que exige estar constantemente informado sobre los cambios en las normativas, entender las variables que intervienen en cada operación y mantener una comunicación fluida con el resto de los operadores del mercado. Solo así será posible aprovechar al máximo las oportunidades que ofrece la globalización y, a la vez, enfrentar los desafíos inherentes a un entorno de competencia creciente y de apertura económica irreversible.
Cada ajuste, cada innovación en la cadena de abastecimiento, y cada nuevo vínculo comercial son pasos firmes hacia un futuro en el que el valor añadido y la eficiencia marcarán la diferencia en el escenario global.
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