Cuentas pendientes

Dr. Jorge Monastersky.

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Hace tiempo que pienso sobre nuestras cuentas pendientes o, mejor dicho, sobre las mías; quizás escribir sea una manera de intentar ordenar los pensamientos. Vivir el día día a las corridas a veces hace que uno no sepa para que corre o por qué sigue corriendo. Una de las cosas que sentí es que uno en el afán de hacer, de poder cumplir con metas propias o impuestas, no siempre estamos guiándonos por nuestros deseos, que no siempre somos conscientes de nuestras acciones.

En el fondo, siempre volvemos a nuestra finitud: ¿cuánto tiempo vamos a vivir? Es la incertidumbre la que nos termina haciendo correr sin parar, la que nos ata a cuestiones que en ocasiones están más allá de aquellas cosas que realmente son significativas. Lo que ahora pienso mientras escribo, es que al fin de cuentas nos desesperamos por cumplir objetivos que son producidos por una carrera por ocupar todos los espacios de la vida, para no darle lugar a la muerte. Por eso, el gran desafío es, entonces, identificar cuáles son los objetivos propios y cuáles no, y poder realizarlos.

Esta concientización de nuestra carrera de vida, es en realidad ese instante en el que por un minuto nos miramos desde afuera, para comprender cuál es nuestro lugar en el mundo. Después, recién después, entendemos que hay cuestiones que podemos realizar con dedicación, esfuerzo y perseverancia, sabiendo que nos toca vivir en una sociedad compleja, injusta y, casi siempre, desigual. Nos acostumbraron a una “normalidad anormal”.

Quién no escuchó alguna vez, o no recuerda, ese maravillo libro que es El Principito, que habla sobre la base de la felicidad, que nos lleva a las cosas pequeñas o simples de la vida. Nuestra vida cotidiana está alterada, deformada, en donde por ejemplo un hecho tan simple como hablar por teléfono en la vía pública nos pone en riesgo de robo en en mejor de los casos, agradeciendo al final del día no haber perdido la vida: dudamos si apoyarlo arriba de la mesa en un bar, y nos vemos inventar mil vericuetos para esconderlo, como si no fuese un simple celular, sino diamantes. Viajamos en el auto y miramos a cada lado dudando si bajar o subir los vidrios, y ya no podemos hablar en un banco para no ser sospechado de ser quien marca a otra persona: el teléfono se convierte en la herramienta que construye “un dato” y “un robo”. La realida, finalmente, es verdaderamente kafkiana.

Escribo mientras pienso, y pienso al escribir, y me resisto a aceptar que estas situaciones son la normalidad, y que soy responsable o imprudente si algo pasa o me pasa. Con la “normalidad anormal” naturalizamos la violencia, una calidad de vida mala. Estamos siendo cocinandos a fuego lento. ¡Me resisto a morir en esa olla sin darme cuenta!

Tenemos una Constitución Nacional que es, tal vez, siempre una promesa, que esgrime un amontonamiento de derechos a nivel teórico, pero que en su práctica se hace imposible ejercerlos. Y mientras escribo y pienso, también me doy cuenta que estas palabras pueden parecer banales en mi país, en el que muchos no tienen garantizado un plato de comida. Pienso y escribo. Escribo mientras pienso, y no quiero hacer más silencio: la vida está en riesgo para todos, de diferentes maneras y en diferentes condiciones. Escribo y pienso, y con tristeza reconozco mi lugar en el mundo. Un mundo en donde la “normalidad anormal” convierte todo en números: somos una estadística sin matices, todo es al cien por ciento, y terminamos creyendo que al final de la vida todo es una pérdida.

Dr. Jorge Monastersky.

Abogado.

Dr. En Ciencias Jurídicas y Sociales. U.M.S.A

Posgrado en  Derecho Procesal Penal profundizado, Criminalística y Medicina Legal. U.P.F.A