
Es propio de todo Estado constitucional y democrático de Derecho el reconocimiento y garantismo de los derechos fundamentales y del pluralismo ideológico y cultural. De hecho, mientras cada individuo ejerce sus diversas libertades y en el fondo su propia individualidad, se entiende que el Estado se fortalece, pues éste no busca imponer un proyecto vital homogéneo a sus gobernados, sino crear las condiciones para que cada uno pueda desarrollar y alcanzar su propio desarrollo.
Dentro de estas libertades, existen dos de especial relevancia; la libertad ideológica y la libertad de expresión. Toda persona es titular de la libertad ideológica y de pensamiento, es decir, del derecho a forjar su propia concepción del mundo y de las cosas, ya sea en el ámbito filosófico, religioso, político o de cualquier otra índole. Esta libertad posee dos dimensiones esenciales: una interna, que se refiere al proceso racional y reflexivo mediante el cual la persona construye su cosmovisión sobre la realidad circundante y otra externa que consiste en la manifestación de conductas derivadas de dicho pensamiento, siempre y cuando tal exteriorización no sea contraria al orden público, ni atente contra los derechos fundamentales de terceros.
Esta dimensión de la exterioridad se relaciona estrechamente con la libertad de expresión, dado que gran parte de las manifestaciones de una persona son consecuencia directa de su ideología y forma de pensar. Las manifestaciones de la libertad de expresión pueden exteriorizarse de múltiples formas, incluyendo la vía verbal (oral o escrita), las representaciones artísticas, las expresiones corporales como los tatuajes o la vestimenta, entre otras. Y comprende además la facultad de buscar, obtener y, a su vez, transmitir y difundir información a través de cualquier medio, ya sea impreso, radiofónico, televisivo, o mediante cualquier recurso tecnológico o informático.
En virtud de lo anterior, vivimos en una época donde, gracias a los medios digitales, la manifestación de ideas y pensamientos se divulga con gran inmediatez y puede proyectarse hacia un amplio número de personas, incluso a escala global. Sin duda, las nuevas tecnologías facilitan enormemente el ejercicio de la libertad de expresión y la exteriorización de la identidad personal. Ello redunda también en el fortalecimiento del modelo democrático en tanto consolida la pluralidad ideológica, el tráfico de ideas y el debate público.
No obstante, no pasa desapercibido que, en ocasiones, el ejercicio de esta libertad a través de los actuales medios digitales y tecnológicos rebasa los contornos del derecho. Lo que redunda en ofensas, ataques directos, vejaciones, apología del delito o discursos de odio dirigidos contra quienes no comparten la misma ideología.

La extralimitación en la expresión de ideas fuera del contorno constitucionalmente protegido, mediante la amenaza y el señalamiento a quien piensa diferente, ha catalizado la polarización de la sociedad. La situación ya no se centra en que distintas ideas confluyan en un ámbito de respeto y civilidad, sino en la desacreditación sistemática del otro. El debate se enfoca en la lucha por el monopolio de la verdad, como si existiera una única ideología correcta y otra equívoca, y como si el pensamiento divergente o minoritario constituyera una amenaza existencial.
En consecuencia, la persona que discrepa, si no es censurada por un tercero, tiende a inhibirse y a autocensurarse manteniendo sus ideas en el fuero interno. Esta retracción constituye una restricción del derecho, pues la falta de exteriorización de las ideas anula su propio cometido. Esto amenaza no solo las libertades individuales, sino también el modelo democrático, pues inhibe el diálogo libre y respetuoso y la necesaria contrastación de ideas.
El Estado democrático tiene, por lo tanto, la ineludible tarea de garantizar que la libertad de pensamiento y de expresión, a través de cualquier medio, se ejerza dentro de las fronteras de dichos derechos. Es fundamental que ninguna ideología eclipse a las demás, so pena de socavar el modelo democrático mismo.
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