
En México, el Día de Muertos representa una de las tradiciones más arraigadas y simbólicas. Durante esta celebración, la flor de cempasúchil destaca por su aroma inconfundible, adornando altares y panteones en honor a quienes han fallecido.
Esta flor, además de ser reconocida por su color y fragancia, mantiene una conexión mística con la cultura azteca. Su nombre proviene del náhuatl “Cempohuaxochitl”, que significa “flor de veinte pétalos”, vinculando su tonalidad amarilla al sol, elemento de gran relevancia para los antiguos habitantes del valle de México. La presencia del cempasúchil se mantiene vigente, siendo parte esencial de la identidad mexicana.
El origen de la flor de cempasúchil: amor de niños

La flor de cempasúchil está profundamente arraigada en las costumbres mexicanas y su significado traspasa generaciones.
A lo largo del tiempo, han surgido diversas leyendas que buscan explicar su existencia según las diferentes regiones del país.
Una de las historias más difundidas relata el vínculo entre dos niños, Xóchitl y Huitzilin, cuyos destinos se entrelazaron desde el nacimiento. Juntos compartieron la infancia, forjando un lazo que, con el paso de los años, se transformó en un amor sincero y duradero.
En busca de una bendición para su amor, ambos decidieron subir una colina que, según la tradición, era el lugar donde residía Tonatiuh, el dios del sol. Al llegar a la cima, solicitaron a la deidad protección y aprobación para permanecer juntos.
Tonatiuh, conmovido por la honestidad que percibió en sus súplicas, decidió bendecir su unión. Pronto, la vida de los jóvenes cambió cuando Huitzilin fue llamado a la batalla para proteger a su pueblo, provocando la separación de la pareja.
El reencuentro eterno y el nacimiento del cempasúchil

La leyenda continúa narrando que, después de un tiempo, Xóchitl recibió la noticia de la muerte de Huitzilin en combate.
Devastada, imploró a Tonatiuh la oportunidad de reunirse con su amado en el más allá. El dios del sol, conmocionado por su dolor, transformó a Xóchitl en un botón floral que permaneció cerrado durante largo tiempo.
Fue hasta el día en que un colibrí, atraído por el aroma de la flor, se posó sobre sus pétalos, que la flor se abrió desplegando su color amarillo brillante. Así nació el cempasúchil, reconocido como la “flor de los veinte pétalos”.
La historia concluye que mientras las flores de cempasúchil sigan floreciendo y los colibríes revoloteen sobre los campos, el amor entre Xóchitl y Huitzilin continuará existiendo, trascendiendo generaciones y manteniéndose como símbolo de unión y memoria en la tradición mexicana.
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