
A fines del siglo XX, una secuencia inesperada de hallazgos científicos y búsquedas intensas llevó a un grupo de científicos mexicanos y geólogos internacionales a resolver uno de los enigmas más fascinantes de la historia de la Tierra: el paradero del colosal cráter provocado por el impacto que marcó el abrupto final de los dinosaurios. La historia, recogida por la Enciclopedia Británica, comienza con las aguas del norte de la península de Yucatán, territorio dominado durante décadas por exploraciones petroleras de Pemex.
Corría la década de 1950 y los técnicos de la empresa paraestatal Pemex perforaban en busca de hidrocarburos bajo el lecho marino en esa franja costera mexicana. Durante estas tareas extrajeron muestras de roca enigmáticas: presentaban signos de fusión y cristales de cuarzo alterados por un calor y presión extraordinarios, características que, en su momento, solo supieron asociar a un posible origen volcánico.
Años después, un geofísico de Pemex llamado Glen Penfield notó anomalías notables en los datos de exploraciones geofísicas de la región. En 1978, al analizar los registros del campo magnético frente a la costa y los mapas gravimétricos de Yucatán, advirtió la presencia de dos arcos enormes marcados por diferencias en la estructura rocosa: uno apuntaba hacia el sur, el otro al norte, y juntos cerraban un círculo inmenso, lo que sugería la presencia de un cráter de impacto.

Penfield, junto a su supervisor y también trabajador de Pemex Antonio Camargo-Zanoguera, presentó sus conclusiones en una conferencia científica en 1981 y apuntó la posibilidad de un vínculo con la gran extinción del fin del Cretácico. Sin embargo, el anuncio pasó desapercibido, debido en parte a la creencia de que las muestras originales se habían perdido en un incendio y a la coincidencia de otra reunión donde se discutía la hipótesis del impacto extraterrestre.
Mientras tanto, en otra parte del mundo, la comunidad científica continuaba intrigada por la existencia de una fina capa de arcilla con altos niveles de iridio encontrada entre sedimentos del Cretácico y el Paleógeno, distribuidos por todo el planeta. Esta evidencia, liderada desde 1980 por el geólogo estadounidense Walter Álvarez, su padre el físico Luis Álvarez y un reducido grupo de colegas, apuntaba a un origen meteórico, aunque no lograban identificar el lugar exacto donde habría ocurrido el cataclismo.
El destino cruzó caminos esenciales a finales de los 80, cuando el geólogo canadiense Alan Hildebrand estudió un sitio en Haití poblado de rocas formadas por el calor extremo de un impacto astronómico. En esas rocas encontró evidencia de tectitas —vidrios naturales nacidos del derretimiento por colisión meteórica— y, tras conocer por el periodista científico Carlos Byars la misteriosa conexión Pemex-Yucatán, buscó a Glen Penfield.

Recuperadas ya las muestras originales, Hildebrand pudo comprobar que estas se alineaban cronológica y químicamente con el periodo de extinción masiva. Así, finalmente se reconoció a Chicxulub, el cráter oculto bajo mar y selva, como la herida planetaria que acabó con la era de los grandes reptiles, uniendo todas las piezas desperdigadas durante décadas de investigación.
El cráter, bautizado por el pueblo yucateco de Chicxulub Puerto, ostenta 180 km de diámetro y fue formado por el formidable impacto de un asteroide de entre 10 y 15 km que llegó a la Tierra hace 66 millones de años.
Aquella roca, al golpear la costa de lo que entonces era una península de Yucatán más pequeña y un Golfo de México más extenso, liberó una energía inimaginable: los materiales se fundieron, arrojaron rocas y granito a la superficie, y gran parte del azufre se volatilizó en la atmósfera, generando lluvias ácidas y un oscurecimiento global.
Las consecuencias del choque incluyeron incendios a escala continental, tsunamis y, sobre todo, una pérdida súbita de la luz solar a nivel planetario debido a la dispersión de polvo y aerosoles. Esto paralizó la fotosíntesis, afectó las cadenas alimentarias y arrastró a los dinosaurios y la mayoría de las especies a la extinción.
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