
Jorge Portilla, filósofo mexicano nacido en 1918 y fallecido en 1963, escribió uno de los ensayos más influyentes para entender algunos aspectos del comportamiento social en México, el cual se titula “Fenomenología del relajo”.
El texto, publicado originalmente en 1949, analiza el fenómeno del relajo como una actitud característica de la sociedad mexicana y propone una reflexión sobre su significado y sus implicaciones filosóficas.
El relajo, según Portilla, no es simplemente un sinónimo de diversión o esparcimiento, pues no sólo se trata de una broma o un chiste, sino de una forma de relacionarse con el mundo, la cual está marcada por la suspensión de reglas, límites y formas institucionalizadas.
El relajo según Portilla

Para el autor, el relajo evidencia una disposición a desestabilizar el orden, a relativizar las reglas y a subvertir la seriedad que imponen las convenciones sociales.
El relajo tiene como uno de sus núcleos la negación de los significados fijos y la burla hacia todo aquello que pretenda ser establecido o solemne. De acuerdo con Portilla, el relajo se distingue de otros fenómenos sociales como el juego, el chiste o la ironía.
Si en el primero existen reglas claras y todos los participantes las aceptan, en el relajo, por el contrario, esas reglas pueden romperse en cualquier momento. Mientras que la ironía puede implicar un distanciamiento crítico, en el relajo predomina una especie de desafecto hacia los significados y valores establecidos.
La fenomenología del relajo parte de la experiencia concreta de quienes participan en él. Portilla busca describir las estructuras esenciales de este fenómeno a partir de cómo se presenta en la vida cotidiana.
Sostiene que el relajo se observa en conversaciones informales, en celebraciones, en el trato con la autoridad y, en general, en la manera en que muchos mexicanos afrontan las dificultades. Desde su perspectiva, este fenómeno responde a una actitud existencial ante la adversidad, la injusticia o la imposibilidad de transformar la realidad de manera efectiva.
En su ensayo, Portilla recalca que el relajo funciona como una válvula de escape ante la opresión, la rigidez o el sinsentido percibido en la vida social. Permite sobrellevar situaciones adversas al recubrirlas de algo parecido a la liviandad, pero al mismo tiempo implica una crítica, una forma de desenmascarar las contradicciones de la vida cotidiana.
Además, resalta que en el relajo hay tanto resignación como rebeldía, pues se acepta que ciertas cosas no pueden cambiarse, pero también se les niega la solemnidad o el respeto absoluto, reduciéndolas a objeto de burla.

Portilla advierte que el relajo, lejos de ser neutral, puede tener consecuencias profundas. En algunos casos, ayuda a cuestionar la rigidez de las normas y a propiciar una visión más flexible e inclusiva de la vida social. Sin embargo, también puede convertirse en una trampa que impida la acción transformadora, porque todo lo relativiza y nada lo toma suficientemente en serio.
El filósofo expone que, cuando el relajo se vuelve habitual y extendido, corre el riesgo de erosionar la confianza en los ideales y en la posibilidad de construir significados compartidos.
Otra idea de Portilla es que el relajo puede ser síntoma de una cierta desconfianza hacia las autoridades o hacia cualquier forma de poder instituido. Al poner en duda cualquier palabra solemne y cualquier mandato, el relajo exhibe una distancia respecto al discurso oficial.
En este sentido, el relajo puede poner en jaque a la autoridad, pero también puede acabar siendo cómplice de la inercia social, dado que el escepticismo radical puede desembocar en apatía.
Portilla considera que la fenomenología del relajo toca problemas centrales de la cultura mexicana, como la relación con la autoridad, la prevalencia de la informalidad y el recurso constante a la broma como forma de convivencia y defensa.
El relajo, entonces, no es solo un rasgo anecdótico o pintoresco, sino una categoría filosófica que ayuda a poner en palabras fenómenos mucho más amplios: la dificultad para asumir compromisos sólidos, la inclinación a relativizar valores y la tendencia a evadir el conflicto directo.
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