
La reciente escalada de tensiones en Medio Oriente entre Irán e Israel, con participación activa de Estados Unidos, ha puesto en alerta a la comunidad internacional. Aunque un cese al fuego temporal ha sido alcanzado, las repercusiones de este conflicto se sienten mucho más allá de la región. En América Latina, y particularmente en México, el impacto es tangible tanto en el terreno económico como en el diplomático.
El conflicto ha provocado inquietud en los mercados energéticos. Pese a que el estrecho de Ormuz, paso clave por donde circula casi un tercio del petróleo mundial, no fue cerrado, la posibilidad generó especulación. Sin embargo, contra muchos pronósticos, el precio del Brent bajó un 2.5% entre el 24 y 28 de junio, situándose por debajo de los 82 dólares por barril. Para México, que importa alrededor del 70% de la gasolina que consume, esta volatilidad puede traducirse en presiones inflacionarias y ajustes en el presupuesto público.
En términos migratorios, el conflicto también tiene consecuencias. En 2024, México registró un aumento del 40% en la llegada de personas provenientes de Medio Oriente respecto al año anterior. Si las hostilidades escalan, se podría duplicar la presión sobre un sistema migratorio ya tensionado. Como país de tránsito hacia Estados Unidos, México enfrenta el reto humanitario y logístico de contener flujos que no originó, pero que debe gestionar.
Aunque geográficamente distante, México ha vivido en carne propia los efectos colaterales de las crisis en Medio Oriente. En momentos de tensión geopolítica, los mercados reaccionan con fuerza, y esas ondas de choque alcanzan incluso a quienes no forman parte directa del conflicto. Tal es el caso del precio de los energéticos. México, a pesar de ser país productor de petróleo, depende en gran medida de las importaciones para abastecer su consumo interno. Según datos de la Secretaría de Energía, en 2023 se importaron más de 250 millones de barriles de gasolina y diésel, y el 72% del total provino de Estados Unidos.

Esto implica que cualquier disrupción en las cadenas globales de suministro, o incluso el simple rumor de un cierre del estrecho de Ormuz —por donde transita cerca del 30% del petróleo mundial—, afecta directamente a la inflación nacional.
Los conflictos prolongados también provocan desplazamientos humanos que, aunque menos visibles, ya comienzan a hacerse sentir en territorio mexicano. En el primer trimestre de 2025, más de 600 personas originarias de Irán, Siria, Palestina y Afganistán solicitaron asilo en México. Si bien esta cifra puede parecer menor frente al total de solicitudes, representa un incremento del 48% respecto al mismo periodo del año anterior. Muchas de estas personas no ven en México su destino final, sino un punto de tránsito hacia Estados Unidos, pero la presión sobre las autoridades migratorias mexicanas es innegable. Además, se generan tensiones diplomáticas cuando los países involucrados exigen explicaciones o apoyo consular.
Históricamente, México ha intentado mantener un equilibrio en su postura frente a Medio Oriente. No ha reconocido plenamente al Estado de Palestina, pero sí ha votado a favor de su integración como Estado observador en Naciones Unidas en 2012. Ha condenado acciones terroristas, pero también ha insistido en la necesidad de respetar el derecho internacional humanitario. Esta diplomacia de matices le ha permitido conservar canales abiertos con todos los actores, aunque también ha sido criticada por su bajo perfil en momentos clave.

Sin embargo, la presión para alinearse con los bloques de poder tradicionales crece. Estados Unidos sigue siendo el principal socio comercial y político de México, y no es ajeno a las expectativas que genera frente a conflictos internacionales. La retórica en defensa de Israel por parte del Departamento de Estado, combinada con sanciones económicas a quienes colaboren con Irán, coloca a México en una posición incómoda. ¿Cómo mantener autonomía diplomática sin poner en riesgo su relación bilateral más estratégica?
Encuestas recientes del Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública (CESOP) indican que el 61% de los mexicanos considera que las guerras en Medio Oriente podrían afectar directamente al país, ya sea por motivos económicos o de seguridad. Y en redes sociales, las narrativas sobre Palestina, Irán o Israel polarizan el discurso público, reflejando una mayor conciencia global pero también una creciente desinformación.
En definitiva, ignorar estos conflictos ya no es posible. México, como muchas naciones del Sur Global, se encuentra en una encrucijada donde debe repensar su papel en el sistema internacional. La neutralidad estratégica sigue siendo válida, pero debe ir acompañada de una visión activa: proponer rutas diplomáticas, fortalecer su infraestructura humanitaria y energética, y consolidar una política exterior que no reaccione solo ante la urgencia, sino que anticipe los riesgos de un mundo cada vez más inestable.

En este contexto, la postura del gobierno mexicano ha sido consistente con su tradición diplomática de no intervención, sin abandonar el llamado al respeto del derecho internacional y a la solución pacífica de los conflictos. Esta posición busca proteger la autonomía del país ante presiones externas, sin renunciar a su rol como actor responsable en los foros multilaterales.
Desde una perspectiva regional, los países latinoamericanos también enfrentan dilemas.
Mientras que algunos gobiernos han adoptado posturas firmes, otros optan por la prudencia.
Para América Latina, este conflicto ofrece tanto riesgos como oportunidades: por un lado, la presión por alinearse a potencias globales puede limitar el margen de acción soberano; por otro, se abren espacios para reforzar posturas independientes, basadas en principios humanitarios y de estabilidad regional.

A nivel comercial, la incertidumbre en Medio Oriente también afecta las cadenas de suministro globales. México y otros países latinoamericanos podrían encontrar en esta coyuntura un incentivo para diversificar socios energéticos y fortalecer sus propias capacidades de producción. La transición energética, en este sentido, cobra mayor urgencia estratégica.
Por último, aunque el cese al fuego temporal entre Irán e Israel ofrece un respiro, no debe confundirse con un proceso de paz. La historia demuestra que ceses al fuego sin mecanismos verificables ni acuerdos políticos de largo plazo —como sucedió en Siria (2016), Gaza (2021) o Ucrania (2015)— tienden a ser treguas momentáneas. En cambio, tratados de paz sostenibles como el de Camp David o el de Dayton han requerido mediación internacional robusta y compromisos bilaterales.
México tiene frente a sí una coyuntura delicada. El reto es doble: proteger sus intereses internos ante la volatilidad internacional y proyectar una voz proactiva en favor de la paz y la cooperación internacional. En un mundo cada vez más interconectado, incluso los conflictos lejanos pueden tener consecuencias inmediatas.
¿Estamos listos para asumir ese rol con responsabilidad?
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