
Una hermosa costa que se extiende hasta donde alcanza la vista. A la derecha se extiende Lima, la capital de Perú. Sin embargo, la mirada de las peruanas de ascendencia japonesa que aparecen en estos cortometrajes, se dirige hacia el país que se encuentra más allá del vasto océano que se extiende a la izquierda: Japón. Un país que, aunque se encuentra a una gran distancia, no se puede ver. Desde ese Japón, hace más de 100 años, emigraron a Perú los antepasados que ahora ya no están con nosotros.
¿Qué veían y en qué pensaban mientras vivían allí? Esperanza, inquietud y familia.
Estos cortometrajes, que comienzan con escenas tan impactantes, invitan al espectador a embarcarse en un viaje en busca de la identidad, a través de la pregunta que los peruanos de ascendencia japonesa se han repetido una y otra vez: «¿De dónde venimos y hacia dónde vamos?».
El 19 de junio, la Embajada de Japón y la Embajada de Perú en México organizaron una proyección de 5 cortometrajes sobre peruanas de ascendencia japonesa en El Colegio de México. El evento fue logrado gracias a la coordinación de dos mujeres peruanas con profundo interés por Japón: Jimena Mora, quien obtuvo una beca del gobierno japonés para cursar una maestría en Artes en la Universidad de Arte de Kioto; y Talía Vidal, quien realiza su maestría en el Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México con una beca del gobierno mexicano.

Ambas fundaron la asociación Futari Proyectos en el 2020 para la investigación, programación, docencia y gestión cultural para la promoción del cine asiático con énfasis en el cine japonés. Sus líneas principales de investigación son el cine hecho por directoras asiáticas, especialmente el de directoras japonesas y el nikkei en Perú. En esta presentación de cortometrajes en El Colegio de México, se mostraron las obras de 5 mujeres peruanas de ascendencia japonesa, en donde se exhiben los recuerdos de su infancia y sobre sus padres, así como las pocas fotografías que conservan de sus abuelos, evocando a sus familias y antepasados.
México y Perú son dos países imprescindibles cuando se habla de la inmigración japonesa en América Latina. En 1896, 36 japoneses llegaron a Chiapas, México, como un primer grupo de inmigrantes a Centroamérica. Posteriormente, los nikkei de México superaron diversas dificultades, como la Revolución Mexicana de la década de 1910 y la deportación forzosa durante la Segunda Guerra Mundial, y en la actualidad se estima que su población alcanza los 80,000 habitantes. En Perú, la inmigración japonesa llegó un poco más tarde, en 1899. En la actualidad, su número ha aumentado hasta alcanzar los 2 millones, lo que la convierte en la segunda comunidad japonesa más grande de América Latina, después de Brasil.
Estos japoneses han contribuido de diversas maneras al desarrollo de los países latinoamericanos a los que emigraron. Su contribución en los ámbitos cultural y artístico es notable. Por ejemplo, quien introdujo en México la jacaranda, una planta que florece en primavera con hermosas flores de color púrpura fue Tatsugoro Matsumoto, un famoso paisajista de la época. Según los registros, Matsumoto vivió en Perú antes de emigrar a México.
En el ámbito artístico, no podemos olvidar la contribución de Tamiji Kitagawa. Aunque solo vivió en México durante 13 años, tras graduarse en la Escuela Nacional de Bellas Artes de San Carlos (Escuela Nacional de Bellas Artes de México), se sintió identificado con el «Movimiento Muralista Mexicano» y se dedicó a la enseñanza del arte en una escuela de arte al aire libre a las afueras de la Ciudad de México. Kitakawa también mantuvo relación con Isamu Noguchi y Diego Rivera, con japoneses residentes en Estados Unidos; y como pintor y educador artístico se adentró en comunidades indígenas para retratar su modo de vida. La escuela de arte al aire libre se convirtió en un lugar de formación para los niños indígenas, donde podían profundizar su comprensión de la nueva sociedad a través del arte.

En contraste con los japoneses que realizaron contribuciones tan notables en el campo del arte, los japoneses que aparecen en estos cortometrajes llevan una vida más común y muestran la realidad de las familias japonesas desde la perspectiva de las mujeres, que hasta ahora no habían contado mucho su historia.
A primera vista, puede parecer algo común y corriente, sin embargo, está lleno de lazos familiares cultivados a través de acontecimientos vitales como el matrimonio y el nacimiento, el amor por las nuevas vidas que han nacido, y los sentimientos hacia los antepasados de la primera generación de inmigrantes, que son el origen de su existencia actual.
Recordar a los antepasados que ya no están es imaginar cómo eran, rememorar su vida a partir de las pocas pistas que quedan y reflexionar sobre sus logros. Es un «tiempo de diálogo» con los difuntos, y a través de esta experiencia, las personas reafirman su existencia en el presente.
Sin embargo, en el caso de los nikkei, que aún hoy se ven obligados a seguir buscando su lugar en una cultura diferente, es probable que tengan un fuerte deseo de recordar sus «orígenes», que existieron en el pasado, como un punto de referencia para el futuro.
En los años 80 y 90, Perú sufrió una elevada inflación y una inestabilidad política, lo que llevó a muchos nikkei a emigrar a Japón, su antigua patria, en busca de trabajo. Japón era la patria de los nikkei y, a diferencia de Perú, era un país económicamente estable donde se podía vivir con tranquilidad.

Sin embargo, la realidad fue dura. Muchos nikkei peruanos sufrieron por no poder integrarse en una cultura diferente, debido a las grandes diferencias en el idioma y los hábitos de vida. Hablaban mal japonés, tenían los ojos de otro color, el pelo era diferente.
Los peruanos de ascendencia japonesa, al enfrentarse a estas dificultades y a la discriminación, se preguntaban una y otra vez «¿qué es la patria?», «¿quién soy yo?», «¿por qué emigraron mis abuelos?», y se debatían en busca de respuestas que no encontraban fácilmente, lo que les causaba un gran sufrimiento. La búsqueda de la identidad se conoce también como «el viaje en busca de uno mismo».
En el caso de los peruanos de ascendencia japonesa que participan en los cortometrajes, parece que su viaje nunca terminará. Sin embargo, esto no se limita a los japoneses, sino que es un problema universal y común a todas las personas que viven en la sociedad actual. Después de ver el viaje en el que los japoneses que viven en culturas diferentes reflexionan sobre el pasado y el futuro, nosotros no pudimos evitar plantearnos las mismas preguntas. A través de esta experiencia de los nikkei en Perú, nos preguntamos a nosotros mismos. La proyección fue una oportunidad para ello.
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