
La resistencia antibiótica, considerada una de las mayores amenazas a la salud pública mundial, ya no se limita al uso excesivo de fármacos en humanos y animales.
Investigaciones recientes impulsadas por especialistas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) revelaron una conexión directa entre la contaminación por metales pesados y el fortalecimiento de bacterias que desafían el efecto de antibióticos comunes.
¿Cómo ocurre?
Metales como el cadmio, arsénico, mercurio y plomo, presentes en cuerpos de agua, suelos agrícolas y zonas industriales, ejercen una presión selectiva sobre las comunidades microbianas. Bajo esta presión, ciertas bacterias activan mecanismos de defensa que les permiten sobrevivir a condiciones hostiles.
Lo alarmante de la situación es que estas mismas defensas pueden también conferir resistencia a medicamentos antimicrobianos, al compartir rutas genéticas similares o mediante genes ligados en un mismo plásmido.
Esto implica que las bacterias expuestas a metales pesados no solo se adaptan al contaminante, sino que simultáneamente adquieren resistencia a antibióticos, incluso sin haber tenido contacto con ellos. Este fenómeno se conoce como resistencia cruzada y se potencia en ambientes donde la contaminación química es constante, como zonas mineras o regiones irrigadas con aguas residuales.
Los científicos destacan que estos microorganismos, con características multirresistentes, no permanecen confinados a su entorno natural. A través del agua, el polvo, los alimentos o el contacto humano, pueden migrar y establecerse en nuevas comunidades, incluyendo hospitales y hogares.
⇒⇒ Dicho tránsito convierte a la resistencia bacteriana en un problema de salud global cuya raíz puede estar en prácticas industriales y agrícolas sin regulación ambiental adecuada. ⇐⇐

Vigilancia insuficiente
El estudio de la UNAM enfatiza la necesidad urgente de abordar la resistencia antibiótica desde una perspectiva ecosistémica. No se trata únicamente de controlar el uso de antibióticos, sino de vigilar los contaminantes que contribuyen indirectamente a este fenómeno. La presencia de genes de resistencia en ambientes aparentemente aislados muestra que la lucha contra las superbacterias debe empezar mucho antes de que lleguen al cuerpo humano.
De continuar la exposición desmedida a metales tóxicos, podríamos estar alimentando silenciosamente una evolución bacteriana que hará ineficaces los tratamientos actuales.
Este vínculo entre contaminación y resistencia también plantea un nuevo desafío para la vigilancia sanitaria ya que las bacterias expuestas a metales pesados en ambientes naturales pueden actuar como reservorios de genes de resistencia, capaces de transferirse a patógenos humanos mediante mecanismos de intercambio genético.
Lo anterior complicaría los programas de control, ya que no basta con monitorear hospitales: también es necesario realizar análisis microbiológicos en fuentes de agua, suelos agrícolas y zonas urbanas contaminadas, donde se incuban amenazas invisibles que la medicina actual aún no está preparada para enfrentar por completo.
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