
En la colonia Tierra Blanca de Culiacán, la memoria de Eduardo Fernández, conocido como “Don Lalo”, permanece ligada al auge y declive del mercado de la amapola en Sinaloa.
La transformación urbana de la zona, marcada hoy por edificios modernos y el avance de la gentrificación, contrasta con el pasado semirrural en el que familias desplazadas de la sierra, especialmente de Badiraguato, encontraron refugio y replicaron los saberes ancestrales sobre el cultivo de la adormidera.
Durante los años 70 del siglo XX, Tierra Blanca se consolidó como un punto fundamental del contrabando de heroína. La migración de campesinos serranos, motivada por la falta de oportunidades laborales, educativas y de salud, propició la formación de una comunidad donde la producción y tráfico de opio se integraron a la vida cotidiana.
El retrato de Don Lalo en palabras de un vecino

El relato de Rodolfo Rogers Beltrán, vecino de la colonia y testigo directo, revela que la figura de Don Lalo trascendía el estigma criminal: “era un hombre bueno aquí, en el entorno de la familia, en lo inmediato... Nunca hubo ninguna acción que fuera de preocupación porque el señor viviera aquí, al contrario. Nadie tomaba en cuenta eso como un elemento perturbador”.
La relación de Rogers con Don Lalo se limitó al ámbito vecinal y familiar. Recuerda la amistad con los hijos del capo y la frecuencia con la que acudía a su casa en busca de los servicios veterinarios de su padre para atender el ganado en el rancho El Naranjo, en las afueras de Culiacán.
Así, la colonia fue adquiriendo una identidad propia, donde el “negocio” se concentraba en familias del barrio y la confianza era el eje de las operaciones.
En la década de 1970, la dosis de heroína en Tierra Blanca alcanzaba los cincuenta pesos, y en la zona operaban laboratorios clandestinos gestionados por clanes originarios de El Saucito, Badiraguato.
Un registro del periódico Noroeste del 1 de febrero de 1977, señalaba que “los hermanos Manuel y Felipe López Ontiveros, se dedicaban a la siembra de enervantes y procesamiento de heroína en el referido poblado, mientras que el laboratorio era propiedad de Jesús Magallanes Rodríguez”, según información recopilada por Pie de página.
Además, “tenían como punto de distribución el Hotel Tierra Blanca, donde Raúl García Rodríguez y Ana María Moreno, se dedicaban a comerciarla”, por ello se considera que la estructura social de Tierra Blanca giraba en torno a la familia y la confianza.
Rogers subrayó que no existían estigmas ni marginación, y que las ayudas de Don Lalo se dirigían principalmente a la gente de la sierra; también destacó que la humildad y la moral familiar predominaban, en contraste con la ostentación que caracterizaría a generaciones posteriores.
La droga y la sociedad en Sinaloa

El propio Eduardo Fernández nació en Santiago de los Caballeros, Badiraguato, hijo de un revolucionario cuya influencia marcó su carácter. El control del mercado de enervantes recaía en pocas manos, con la participación de élites políticas y económicas, desde síndicos hasta gobernadores.
El escritor Leónidas Alfaro Bedolla, autor de la novela Tierra Blanca, que igualmente llegó a conocer a Don Lalo cuando era niño, señala que “participaron hasta de manera directa los gobernantes, como el gobernador Leopoldo Sánchez Celis, que tenía sembradíos por el municipio de Cosalá“.
Además puntualizó que para ellos era una fuente más de ingresos y “no se veía con maldad”, por lo que las redes del contrabando alcanzaron incluso esferas federales, y en la casa de Don Lalo se reunían figuras como Arturo “El Negro” Durazo Moreno y el general Francisco Sahagún Vaca.
Rogers recordó que “estos personajes venían a divertirse, a tomar, a jugar baraja con Don Lalo y aunque hubo muchos más, te señalo estos dos”. La paz relativa de la colonia se sostenía en acuerdos tácitos y la intermediación de Eduardo Fernández, quien evitaba conflictos y garantizaba el cumplimiento de los códigos.
Los índices de violencia eran bajos y los asesinatos, poco frecuentes pero un día sucedió un episodio que alteró esa calma fue la implicación de Don Lalo en el asesinato del jefe de la Policía Judicial del Estado, Ramón Virrueta Cruz, en 1969, quien luego de ser detenido brevemente, fue absuelto por el juez de distrito, según el investigador Luis A. Astorga, doctor en Sociología por la Universidad de París e investigador en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.
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