
Un tema cada vez más frecuente en el trabajo, la escuela, las reuniones con amigos y familia es el de la inteligencia artificial (IA). Para muchas personas, se trata de un concepto del que tienen poca información; saben, en general, que existen robots capaces de asistirnos en múltiples tareas, desde las más sencillas —como recomendar una película— hasta otras más complejas, como resolver problemas académicos o laborales.
Las posibilidades que ofrece la IA son infinitas y resultan especialmente atractivas para públicos de todas las edades. Por ello, su uso ha comenzado a analizarse también desde una perspectiva ética: ¿es válido entregar un trabajo escolar generado con ayuda de IA? ¿Es correcto presentar propuestas profesionales como propias, cuando en realidad fueron producidas por una máquina?
Estas y otras preguntas fueron debatidas recientemente en la 26ª edición de la Convención Anual de la Media Ecology Association, celebrada en la Universidad Panamericana (CDMX). Allí, especialistas como Lance Strate, Laura Trujillo Liñán y Deborah Tannen reflexionaron sobre el creciente uso cotidiano de la IA, un fenómeno que se ha expandido de manera global.

Aunque pueda parecer un tema reciente, la inteligencia artificial no es una idea completamente nueva. Desde hace varias décadas, el cine, las series de televisión e incluso los dibujos animados han retratado la convivencia entre humanos y robots. Un ejemplo clásico es Robotina, la asistente doméstica de Los Supersónicos (1962), quien limpiaba la casa, cuidaba a los niños y mantenía conversaciones con los miembros de la familia para ayudarlos a resolver sus problemas.
También podemos recordar otras representaciones icónicas como la del robot en Perdidos en el espacio (1965), o más recientemente Wall-E (2008), donde los robots no solo resuelven problemas, sino que asumen funciones antes exclusivas de los humanos.
Pero no todo son historias optimistas. Existen también películas y series que exploran escenarios donde los robots se rebelan contra sus creadores, desarrollando autonomía y poniendo en peligro a la humanidad. Ejemplos como Yo, Robot (2004) o Her (2013) abordan los riesgos del uso descontrolado de la tecnología y sus consecuencias sociales, emocionales y éticas.
Justamente, es este uso excesivo y sin regulación de la inteligencia artificial lo que ha llevado a expertos de todo el mundo a exigir marcos normativos que garanticen un uso responsable de estas herramientas. La IA no debe verse como un sustituto de la mente humana, sino como una herramienta, sujeta a supervisión ética. Un uso inadecuado puede generar dilemas importantes tanto en la vida laboral como escolar o personal.
Uno de los efectos más visibles de la IA es el impacto que tiene en la forma en que niños y adolescentes se relacionan con el mundo. El fácil acceso a la tecnología hace que los padres tengan serias dificultades para supervisar el contenido al que sus hijos acceden. Aunque existen ciertos controles parentales en plataformas y aplicaciones, resulta casi imposible bloquear por completo el flujo de información que circula por internet y redes sociales desde un teléfono móvil.
Además, estudios recientes advierten sobre una creciente dependencia de la inteligencia artificial entre los adolescentes. Ya no se utiliza solo como herramienta escolar o de entretenimiento, sino que está formando parte, también, del plano personal. Algunos jóvenes establecen vínculos emocionales con asistentes virtuales o avatares. Aunque estos sistemas pueden simular empatía, no ofrecen una verdadera conexión humana, y su uso excesivo está generando efectos negativos como ansiedad, estrés y baja autoestima.

Por todo lo anterior y por futuras implicaciones, es urgente encontrar un equilibrio entre los beneficios que ofrece la IA y sus riesgos. Esta tarea no corresponde únicamente a los expertos en tecnología: debe ser asumida por toda la sociedad. Padres, docentes, autoridades educativas y responsables de políticas públicas tienen un papel fundamental que desempeñar en la regulación y uso de la IA.
Nos toca a nosotros decidir cómo integrar la inteligencia artificial en nuestra vida sin perder de vista lo esencial: nuestro valor como seres humanos.
* María del Carmen Camacho-Gómez. Recibió el grado de Doctorado en Ciencias de la Documentación por la Universidad Complutense de Madrid en 2019, el grado de Maestría en Pedagogía y el de Especialidad en Antropología por la Universidad Panamericana en 2007 y 2012, respectivamente. En 2005 obtuvo el grado de licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Intercontinental. Desde 2011 labora en la Escuela de Comunicación de la Universidad Panamericana, en la Ciudad de México. Actualmente es Secretaria de Asuntos Estudiantiles, profesora e Investigadora Asociada. Además, es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (a través del Consejo Nacional de Ciencia de la Tecnología de México). Cuenta con publicaciones en revistas indexadas, como Journal Ética y Cine y Revista Panamericana de Comunicación. Sus intereses de investigación son los medios de comunicación, la narrativa audiovisual, la ficción histórica y el análisis de contenidos audiovisuales.
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