Ganó millones y boxeó con los mejores, pero terminó sobreviviendo en hoteles de Tepito tras perderlo todo

Brilló en el ring y rozó la cima, hasta que una mala racha lo empujó al abismo

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(Zurisaddai González/Infobae)
(Zurisaddai González/Infobae)

En las entrañas de la Ciudad de México, donde los guantes se cuelgan en los patios y los costales cuelgan como testigos del sudor, hay barrios como Tepito o la Guerrero que han parido campeones.

Entre todos esos nombres que alguna vez brillaron sobre el ring, hubo uno que destacaba con luz propia.

Un joven humilde que pasó de ganar los Guantes de Oro a ser considerado el mejor boxeador del mundo, incluso por encima de Muhammad Ali. Su vida parecía una historia perfecta. Pero terminó siendo una tragedia.

 (Photo by Ethan Miller
(Photo by Ethan Miller / GETTY IMAGES NORTH AMERICA / Getty Images via AFP)

Cuando todo era gloria: casas, yates y amistades con la élite

Carlos Zárate Serna, conocido como El Cañas, empezó su carrera desde muy joven y pronto su nombre comenzó a sonar con fuerza.

En 1969 ganó los Guantes de Oro y para 1976 ya era campeón mundial de peso gallo del Consejo Mundial de Boxeo (CMB) tras vencer a Rodolfo Martínez.

Un año después, era considerado el mejor boxeador del mundo, por encima de figuras como Muhammad Ali. Su ascenso era meteórico.

Ganaba bien, vivía mejor. Casas, coches, un yate en Acapulco y hasta estuvo a punto de comprarle una propiedad a Vicente Fernández.

Foto: Twitter/@BoxingBulletin
Foto: Twitter/@BoxingBulletin

Era amigo de José José, Cantinflas, María Félix, y hasta altos funcionarios del país. No solo era un ídolo, era un ícono. En el ring, defendió su título en diez ocasiones y su récord parecía imparable.

El golpe que lo cambió todo: una derrota, la depresión y el descenso

Pero el 3 de junio de 1979 lo marcó para siempre. Esa noche, frente a Lupe Pintor, Zárate vivió uno de los momentos más oscuros de su carrera.

Aunque lo había enviado a la lona y le provocó una herida grave en el rostro, los jueces fallaron a favor de su oponente. Perdió su título y, con él, el rumbo.

“Tuve varias decepciones en el boxeo y, como muchos peleadores, caí fuerte después de conocer la grandeza. Del 80 al 85 estuve sumido en una profunda depresión por la derrota con Lupe Pintor. Ya no quería pelear después de eso. Además, ya tenía dinero y pensé que me iba a durar, pero las cosas cambian”, declaró Zárate a La Jornada en 2009.

Foto: Twitter/@orodriguezlugo
Foto: Twitter/@orodriguezlugo

Con la depresión llegaron las drogas, el alcohol y las malas decisiones. Los negocios que había montado —una vinatería y una mueblería— se fueron a la quiebra.

En solo cinco años, gastó muchos millones de pesos. Apostaba, bebía, consumía. Y cuando el dinero se acabó, regresó al ring con la esperanza de un último triunfo. Pero el tiempo no perdona.

Jeff Fenech y Daniel Zaragoza lo vencieron. El sueño de volver a ser campeón se apagó. Los pocos ahorros que logró juntar en sus últimas peleas también desaparecieron. Lo poco que tenía lo vendió, incluso “hasta las lámparas”, como él mismo recuerda.

De vivir entre celebridades a dormir en hoteles de paso

Su caída fue larga y dolorosa. Llegó a vivir en hoteles de paso en La Merced, Tepito y Peralvillo. Allí, con fácil acceso a la droga, se sumió durante más de 15 años en un espiral de autodestrucción.

Foto: Facebook/Rafael Armendariz
Foto: Facebook/Rafael Armendariz

Organizaba rifas y exhibiciones falsas para conseguir dinero. Fue entonces cuando su familia y el CMB intervinieron.

Diez meses en una clínica de rehabilitación en Pachuca marcaron el inicio de su recuperación. Logró salir adelante, aunque sin la fortuna ni los reflectores que alguna vez lo rodearon.

“La vida del boxeador es dramática, porque se gana a golpes y es algo brutal tener que hacer esto para obtener dinero. Uno por cuestiones de la naturaleza nace con el instinto para pelear. Luego la droga y el alcohol están ahí. Uno a veces es soberbio. Caemos”, llegó a confesar.

Hoy, su historia es recordada no solo por sus triunfos, sino también como un crudo testimonio de cómo la cima puede estar a un solo golpe de convertirse en abismo.