
La historia de amor que nadie vio venir entre la soprano Susana Zabaleta y el comediante Ricardo Pérez inició en una boda dentro de un viñedo en Coahuila: una invitación de emergencia en donde se dio el flechazo entre ambos.
Pocos se hubieran imaginado que un plantón terminaría por encender la chispa entre la cantante y standupero, lo que parecía una invitación improvisada a una boda al norte del país, resultó el punto de inflexión de una historia que, hasta el momento, se tenía en la intimidad de la amistad.
Así comenzó la historia de amor entre Susana Zabaleta y Ricardo Pérez
Zabaleta, quien es una figura imponente de los escenarios y de la vida pública tenía planeado asistir a una boda en un viñedo en compañía del “dueño del lugar”. Todo estaba listo: el viaje, el vestido, el plan. Pero a poco más de una semana del evento, el hombre canceló.
“A mí nadie me deja plantada”, declaró Susana durante la entrevista con Yordi, quien dejó en claro que no tolera desplantes. Herida en el orgullo, pero no en la decisión, su respuesta fue tan tajante como estratégica: pensó en Ricardo Pérez con quien convivió en el programa “Divina comida”.
Ambos ya tenían una complicidad que iba más allá de las risas. Habían cruzado caminos en Televisa, justo cuando ambos enfrentaban sus respectivos divorcios. En un pasillo cualquiera, se reconocieron en el dolor del otro y, sin buscarlo, comenzaron a conversar. Aquellas charlas sinceras, sin máscaras, fueron la antesala de una amistad profunda.
Años atrás, Susana ya conocía a Ricardo por su irrupción en el mundo del stand-up, pero fue ese encuentro en tiempos vulnerables lo que redefinió su vínculo.
A partir de entonces, las conversaciones derivaron en cenas y, pronto, en algo más que amistad. El comediante, con su humor afilado y una ternura disimulada, captó la atención de la soprano. Y cuando el “dueño del viñedo” falló, Zabaleta no dudó en marcarle.

Ricardo Pérez aceptó de inmediato
La invitación no era menor. No solo se trataba de acompañarla a una boda en otra ciudad, sino de compartir un viaje en carretera con los hijos de Susana y, más aún, conocer a su familia. Ricardo no titubeó. Dijo “sí” a todo: desde el vuelo a Torreón hasta rentar una camioneta para llegar a Parras, e incluso mandarse a hacer un traje especial para la ocasión. No había cámaras, no había rumores; sólo un gesto audaz que decía más de lo que parecía.
En Parras, Ricardo conoció a los hermanos de Zabaleta. A pesar de lo reciente del vínculo, ella lo presentó como su acompañante, sin mencionar que había sido convocado de último momento. Nadie supo entonces que él era el “plan B”, y esa sutileza fue parte del encanto del relato. El plantón quedó en la anécdota privada; lo importante fue lo que surgió a partir de él.
Lo interesante es cómo este momento marcó el paso de la amistad a algo más profundo. Ya habían sido vistos cenando juntos por Yordi Rosado en Negroni, un restaurante italiano, en lo que Susana describe como una de sus primeras citas reales. Pero fue ese viaje, envuelto en viñedos y rodeado de familia, el que puso a prueba —y a la vez confirmó— que lo suyo no era improvisación.
Así fueron novios formalmente
Tiempo después, Ricardo terminó mudándose a casa de Susana. Fue en septiembre de 2023 cuando eso ocurrió, aunque la formalización “oficial” llegó el 27 de abril con la clásica pregunta: “¿Quieres ser mi novia?”. Para entonces, ya habían superado varias etapas y comenzado a adaptarse el uno al otro: ella madrugadora, él noctámbulo; ella bajando el volumen de la tele, él aprendiendo a vivir en esa frecuencia.
Lo que comenzó con un acto de orgullo herido se transformó en una decisión intuitiva que terminó redefiniendo el rumbo de dos vidas. Zabaleta, mujer de convicciones firmes, no se permitió quedarse en casa lamentando un desaire. En cambio, abrió una puerta —quizá sin saberlo del todo— hacia una relación con un hombre que la hizo reír cuando más lo necesitaba.
Ricardo, por su parte, no solo aceptó la invitación. Se lanzó con todo a un escenario emocional donde otros hubieran retrocedido. Conoció a la familia, asumió el reto, se adaptó al ritmo de una mujer intensa y brillante. Y lo hizo sin necesidad de reflectores, sin necesidad de titulares. Hasta ahora.
Hoy, su historia no solo despierta curiosidad por la diferencia de mundos que habitan —ella desde la ópera y el teatro, él desde los micrófonos del stand-up—, sino por cómo esa aparente distancia se volvió puente. Una boda, un viñedo, un plantón… y un flechazo. Así empezó todo.
No fue el destino, fue decisión. Y como dijo alguna vez Susana Zabaleta con esa mezcla de fuerza y certeza que la define: “A mí nadie me deja plantada”. En lugar de un final, fue el principio de algo inesperadamente genuino.

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