Tecate Emblema 2025: Natasha Bedingfield demuestra que sigue siendo una estrella brillante

Los fuertes rayos del sol ya habían desaparecido, el cielo en su fase más gris respiraba sobre la curva cuatro del Autódromo Hermanos Rodríguez. Desde la pantalla principal del festival Tecate Emblema 2025 las copas de los árboles se ondulaban como si exhalaran en cámara lenta, palpitando bajo la mirada de un dron. Parecía latir, como el pecho de alguien que está a punto de confesar algo importante.

En ese mismo momento, el viento, que venía desde el bosque proyectado, acariciaba la tela negra del vestido de la británica Natasha Bedingfield quien se entregó por completo a su público mexicano.

Con los brazos alzados, la cabeza inclinada hacia el cielo opaco, el cabello suelto oscilando de un lado a otro, como guiado por el ritmo de una conversación invisible, la intérprete gozó cada minuto sobre el escenario, como si se hubiera reencontrado con sus amigos de toda la vida.

El público se dejó envolver por la magia que traía la rubia intérprete. Algunos subieron los brazos, otros sólo se quedaron quietos. Enseguida la cantante de 43 años convirtió este espectáculo en una fiesta íntima en medio de miles de personas.

A lo largo de un recorrido de sus éxitos la estrella daba vueltas lentas, se impulsaba hacia adelante con los talones, luego giraba como si acabara de ganar en un juego en la sala llena de amigos. Una risa le brotaba desde el pecho en “Love Like This” que fue coreada por muchos.

“¡Los amo, los amo, los amo!”, gritó Natasha mostrando su felicidad. A continuación cerró los ojos y el viento tomó su pelo y lo alzó hacia un lado.

Un búho gigante color púrpura estaba arriba del escenario: abría y cerraba los ojos, atento a todo lo que sucedía. Sus párpados gigantes marcaban el ritmo del bajo. Abajo, entre el público, una pareja se abrazaba sin hablar. Más allá, una chica con un sombrero de vaquero plateado levantaba su abanico como si fuera un estandarte. Nadie empujaba. Todos tenían espacio para bailar con libertad, y eso, en un festival así, era casi un privilegio.

“Esta canción es una de mis favoritas que canta Coldplay”, señaló antes de “Politik”, en donde la intérprete brincaba con una energía que subía por los muslos y le salía por la boca.

En este show sonó el cover “Zombie” de The Cranberries, lo que arrancó una ovación espontánea mientras que un vendedor de nieves de limón pasaba entre la gente cargando una caja de manera.

A medio concierto, alguien se desmayó. Natasha detuvo todo. Caminó hacia el fondo, entre luces y bocinas. “¿Estás bien? ¿Quieres agua?”, preguntó sin dejar el micrófono. El espectáculo se pausó por unos momentos hasta que estuviera bien.

“Gracias, es muy importante tener un lugar seguro. Los amo”, dijo, y lo mencionó como quien no tiene prisa, como si el tiempo fuera suyo y solo suyo. Y entonces volvió a cantar, y volvió a bailar.

“Pocketful of Sunshine” fue de los temas que más desató la euforia. El público la cantó como si fuera una oración. Mientras que “These Words” la interpretó dos veces.

El cielo seguía nublado, las copas de los árboles seguían bailando en la pantalla como si dijeran: esto apenas empieza. Y Natasha, con los brazos abiertos y el viento de aliado, seguía sonriendo como si todos allí fueran su familia.