El último entrañable gesto de Pedro Infante que quedó marcado por una camiseta de caracolitos

El Ídolo de Guamúchil sigue siendo uno de los pilares de la época del Cine de oro Mexicano

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En 1957, Lima fue testigo
En 1957, Lima fue testigo de la visita de Pedro Infante, quien no solo conquistó con su música, sino también con su trato cercano, demostrando que su sencillez superaba su inmensa fama. Aquí con Los Chamas (Fernán Salazar García)

El 15 de abril de 1957 era una mañana cualquiera, pero el cielo sobre Mérida, Yucatán, no presagiaba que estaba a punto de apagarse una de las luces más brillantes del firmamento cultural mexicano.

Pedro Infante, el ídolo de multitudes, el eterno charro, el cantante de voz melódica que parecía haber nacido entre guitarras y motores, realizó -antes de su lamentable muerte- su último gesto con una sonrisa: le regaló una camiseta a un mecánico.

¿Cómo fue este momento?

En su libro Pedro Infante: las leyes del querer, el escritor y cronista Carlos Monsiváis dejó constancia de una escena casi mágica por su simpleza y simbolismo.

El legendario artista mexicano, en
El legendario artista mexicano, en el auge de su carrera, deslumbró a los limeños con su talento y su cercanía, dejando una huella imborrable. (Andina)

Y es que, Infante le habría entregado una camiseta estampada con caracolitos a un mecánico diciéndole: “Ten, para que eches tipo con las muchachas”.

Esa frase, ligera, coqueta, luminosa, fueron las últimas palabras registradas de Infante, según Monsiváis y datos de TAMSA.

El autor del libro recupera lo que Infante le dijo a los mecánicos previo a subir al avión: “Tengo que estar muy almeja, muy vivo, porque si no podría darme tremendo guayabazo y ¡válgame la Virgen!, ni Dios lo permita".

Una despedida sin saber que lo era, un guiño sin solemnidad, tan auténtico como él mismo. En esa línea corta vive encapsulado todo lo que fue: cercano, humano, sencillo.

Pedro Infante, símbolo eterno del
Pedro Infante, símbolo eterno del cine mexicano, dejó un legado de propiedades en la Ciudad de México

La tragedia que detuvo a un país

El 15 de abril de 1957, los motores del avión Consolidated C-87 Liberator Express, matrícula XA-KUN, rugieron por última vez. Pedro Infante, que también era piloto con más de 2 mil 980 horas de vuelo, iba como copiloto de la aeronave, propiedad de la empresa TAMSA, en la que era accionista. El cielo de Mérida lo recibió con claridad esa mañana, pero no perdonó.

A las 8:15 horas, apenas segundos después de despegar, el avión cayó en picada sobre una casa en la Calle 54 Sur, esquina con la 87. El estallido fue brutal. Las llamas consumieron no solo la nave, sino también el alma de México entero.

La noticia se esparció como pólvora:

Las fotografías de Pedro Infante
Las fotografías de Pedro Infante en un gimnasio que han causado furor en redes sociales

“Pedro, nuestro amado Pedro, se ha confirmado: ha muerto”, dijo el Noticiero Mexicano.Y un país entero enmudeció.

Murieron con él el piloto Víctor M. Vidal, el mecánico de vuelo Marciano Bautista, una mujer llamada Ruth Rosell Chan, y un niño de apenas seis años: Baltazar Martín Cruz.

Infante tenía apenas 39 años. Su muerte marcó el fin de una era y el nacimiento de una leyenda.

Un rincón convertido en altar

Hoy, el lugar del accidente es un rincón casi sagrado. Una tienda llamada “La Socorrito” se levanta en esa misma esquina donde se apagó su vuelo. Justo ahí, una placa conmemorativa recuerda lo ocurrido y rinde tributo a todas las víctimas. Fue colocada en 1993 y permanece como un testimonio del día que el corazón de México se quebró.

A unas cuadras, el Parque Pedro Infante alberga una estatua y frases célebres del actor y cantante. Ahí, su espíritu sigue caminando entre los árboles y las bancas, acompañando a generaciones que lo aman aunque no lo conocieron en vida.

¿Cómo luce actualmente el lugar
¿Cómo luce actualmente el lugar donde Pedro Infante tuvo el accidente aéreo que le arrebató la vida? (Fotos: Archivo Infobae/ Google Maps)

El adiós del pueblo y el nacimiento del mito

En su velorio, la tristeza era incontenible. Su madre, doña Delfina Torrentera, lloraba en medio de miles de personas. El país entero estaba de luto.

Cantinflas, El Indio Fernández, Irma Dorantes, la Tacita, y tantos más de sus colegas y amigos se congregaron para despedir al hombre que nunca dejaría de cantar en la memoria del pueblo.

Y como suele suceder con los grandes ídolos, la muerte no fue el final. Su cuerpo nunca fue plenamente reconocido por muchos.

foto: INAH
foto: INAH

Surgieron rumores de supervivencia, teorías de atentado, relatos fantásticos de un Pedro Infante oculto, viviendo lejos de los reflectores. Pero lo cierto es que, vivo o no, Pedro se volvió eterno.

Su última frase, la camiseta, el vuelo, la tragedia, el busto dorado y la tienda de abarrotes son hoy parte de una mitología popular que sigue creciendo. Porque Pedro Infante no murió, se convirtió en leyenda.