
Dentro de la belleza de Jalisco, en el municipio de Mezquitic, se encuentra Ocota de la Sierra, una comunidad que brilla por su riqueza cultural y tradiciones milenarias. Este lugar, rodeado de imponentes montañas y frondosos bosques, es un escenario donde la naturaleza y la vida cotidiana se entrelazan.
En este paraje se erige la Escuela de Educación Media Superior Wixárika de la Universidad de Guadalajara. Aquí, los jóvenes no solo buscan una educación académica, sino que también son guiados para honrar y salvaguardar su legado wixárika.
La generación 2021-2024 celebró su graduación con una ceremonia inolvidable, donde estudiantes y maestros se reunieron para rendir homenaje a su cultura y celebrar el esfuerzo compartido de construir nuevos horizontes a través de la educación.

La preparatoria Wixárika
Ubicada en un terreno de cuatro hectáreas donado por la comunidad, la Preparatoria Wixárika de Ocota de la Sierra se ha convertido en un símbolo del compromiso colectivo con el futuro. Este espacio educativo ofrece dos orientaciones principales, una enfocada en la agricultura y otra en prendas de vestir y artesanías. Sin embargo, el eje central de la formación es aprender sin abandonar las costumbres y tradiciones de la comunidad.
“En la medida de lo posible, les damos la oportunidad que sigan con sus tradiciones. Si hay fiestas se les permite ir y luego se integran a los programas de estudios. Pienso que esto ha sido muy importante para la comunidad”, comentó Margarita Sánchez Mendoza, secretaria y profesora del internado. Desde 2019, Margarita convive con la gente de Ocota. Para ella, entender y aprender de los wixaritari implica hacerlo desde la diferencia y el respeto mutuo.
Según el reportaje “Graduarse y soñar en la Sierra”, escrito por Adrián Montiel González, publicado en Gaceta UdeG, el acceso a la escuela no es fácil. El camino hacia la preparatoria se convierte en una brecha de lodo y polvo después de pasar por Santa María del Oro.
“Recorrimos 400 kilómetros para llegar a la escuela, localizada a las afueras del pueblo. La maestra Andrea nos guía por las instalaciones, un semicírculo de concreto que parece surgir del pedregal circundante”, narra el reportaje.
El diseño de la escuela refleja su enfoque práctico y comunitario, los salones y dormitorios están contiguos para alojar a jóvenes de otras comunidades de la sierra. El comedor, además de servir alimentos, también funciona como un salón multiusos, además de un aula de cómputo, equipada con mesas y computadoras.

Un privilegio para los docentes
Andrea Chávez, docente de la preparatoria, considera que acompañar a los estudiantes en el proceso educativo y en su graduación es un privilegio. “Acompañar a los estudiantes y sus familias en la graduación me hace sentir sumamente honrada, porque siento que mi trabajo está sirviendo de algo”, expresó Andrea.
“Sobre la marcha los alumnos me han hecho mejor profesora, pero todavía siento que no soy lo suficiente. Ellos me entrenan en educación intercultural y me hacen sentir más confiada”.
Para Andrea, cada nueva generación de graduados representa un logro no solo para los estudiantes, sino también para ella como docente. “Los estudiantes de la sierra aprenden con todo en su contra: la cultura, la etnia, la lengua, hasta la geografía. Pero estas mismas cualidades, incompatibles en el mundo mestizo, les abren paso para fortalecer sus propias expectativas de vida y de la comunidad”, se lee en el texto.

La graduación de los estudiantes de Ocota
“Rombos polícromos, los tsikuri u ‘ojos de dios’ se balancean con el viento junto a figuras de búhos con birretes colgados alrededor del domo. A la mesa de honor, con una mano en el pecho, están las autoridades locales, representantes de la UdeG e invitados de la comunidad que saludan a la bandera. Luego escuchan la interpretación del himno nacional en wixárika”, describe la publicación.
La ceremonia estuvo marcada por los colores y las tradiciones. Los invitados vestían trajes tradicionales decorados con bordados de grecas, águilas y venados, mientras las autoridades pronunciaban sus discursos. Durante su intervención, Marcela Hernández destacó las dificultades que enfrenta la educación en la sierra y expresó su gratitud a las familias por su compromiso.
“Sabemos que no hacemos lo suficiente, pero sí lo humanamente posible. Hoy, mis comadres y compadres, ellos fueron los que pusieron su granito de arena y, por ello, sus hijos ahora son felices egresados”, señaló.

Con sonrisas, los familiares grababan cada momento con sus celulares, mientras otros acompañaban a sus hijas e hijos a la mesa de honor. Allí, estrechaban la mano de las autoridades, recogían los reconocimientos y compartían regalos y abrazos.
El ambiente cambió cuando Óscar puso una balada pop. Los presentes comenzaron a bailar el vals al estilo de las fiestas escolares, seguidos por la tradicional Danza del Maíz. En medio del entusiasmo, un par de jóvenes saltaron sobre un charco, provocando risas y algunos gritos al salpicar los trajes blancos de sus compañeros.
El evento concluyó entre aplausos mientras el sol templaba el aire fresco de la sierra. Poco a poco, las familias se dispersaron hacia sus hogares, dejando el domo casi desierto, con los tsikuri y las figuras de búhos balanceándose suavemente bajo el cielo.

Una comunidad y una fiesta de abundancia en honor a los estudiantes
El festejo comenzó cuando las familias regresaron al domo cargando sillas, mesas y toda clase de utensilios, cubetas, cazuelas, chiquihuites y platos. Pronto, el espacio se llenó de aromas que celebraban la diversidad culinaria de la región, moles, guisos de puerco con comino, tinga de pollo. Sobre las mesas de plástico destacaron las tortillas azules, salsas picantes, tamales y tostadas de ceviche. El brindis apareció entre mezcales zacatecanos, refrescos de Coca-Cola y cervezas Corona.
“No falta el tejuino servido en jícaras. La primera en beber es la comadre Marcela, quien sigue el ritual estricto: tomar una pizca de tejuino con la punta de los dedos, rociarlo en el piso y luego beber la bebida amarilla, un fermento ácido y consistente”, escribió Adrián Montiel González.
Como madrina, Marcela probó todos los tejuinos, aceptó cada platillo que le ofrecieron y recibió con gratitud los obsequios de las familias. Mientras tanto, un ensamble norteño de músicos de la sierra amenizó la celebración con melodías que acompañaron las risas, los abrazos, los besos y las conversaciones en wixárika, salpicadas de español, entre las ahijadas y los ahijados.
La convivencia se convirtió en el corazón del festejo, un momento donde las diferencias se diluyeron. No importó si se era wixárika o mestizo, si se tenían diplomas o no, si se comprendían o no los rituales que sostenían la vida en Ocota de la Sierra.
“El trabajo de los maestros y de la escuela cobra sentido para nosotros. En las aulas no sólo se imparten conocimientos, sino que se orientan visiones y afinan los talentos de los estudiantes. Pese a las barreras geográficas, políticas y culturales, la escuela aprovecha las limitaciones para que los estudiantes se imaginen, orgullosos de su origen, en cualquier sitio, incluida la montaña, un escenario, la universidad, un festival de cine o en Ocota de la Sierra impulsando a sus comunidades” concluye la publicación.
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