
Durante el período Paleolítico, los seres humanos diseñaron instrumentos sofisticados no solo con fines estéticos, sino también simbólicos y prácticos. Estos objetos, además de su utilidad sonora, suelen reflejar elementos culturales únicos a través de su diseño visual y acústico. Un ejemplo de esto son los silbatos de calavera azteca, objetos arqueológicos de Mesoamérica prehispánica que datan entre 1250 y 1521 d. C., cuya iconografía visual y acústica ofrece un vistazo a los complejos simbolismos de la cosmovisión azteca.
Según un estudio publicado por la revista científica Communications Psychology, los “silbatos de la muerte”, elaborados con arcilla y con un tamaño entre tres a cinco centímetros, destacan por un diseño acústico único que genera sonidos no lineales y ruidosos, a menudo descritos como estridentes o similares a gritos humanos.
Estas características han despertado el interés popular y científico, dado su potencial uso en rituales o en la guerra para impactar emocionalmente a los oyentes. Aunque se les ha asociado con fines bélicos bajo la “hipótesis de guerra”, también existen interpretaciones que vinculan su iconografía visual con Mictlantecuhtli, el señor del inframundo y su calidad sonora con Ehecatl, el Dios del Viento.

Los silbatos de la muerte
El estudio realizado por la Unidad de Neurociencia Cognitiva y Afectiva de la Universidad de Zúrich, Suiza, buscó profundizar en los efectos de estos instrumentos en los cerebros de diferentes voluntarios, combinando perspectivas arqueoacústicas y psicoacústicas.
A través de dos experimentos, los investigadores descubrieron que el sonido de dos silbatos de cráneo originales, almacenados en las instalaciones del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) del sitio arqueológico de Tlatelolco, Ciudad de México, pueden provocar respuestas emocionales negativas y aumentar la actividad neuronal en la corteza auditiva a través de sus cualidades sonoras únicas.
Mediante grabaciones de sonido de los dos silbatos encontrados en la excavación de Salvador Guillen Arroyo en Tlatelolco, se extrajeron 20 archivos de sonido cortos que se incluyeron en el análisis, además se añadieron 15 archivos de tres silbatos pertenecientes a los cucharones de incienso de serpiente de fuego azteca, descubiertos por Leopoldo Batres dentro de un sitio de ofrendas del templo de Tenochtitlan, Ciudad de México.

Para realizar las réplicas se tuvieron que adquirir tomografías computarizadas de ejemplares del Museo Etnológico de Berlín de alta resolución, que permitieron crear objetos 3D basados en una reconstrucción digital, interna y externa de los objetos.
El estudio reveló que el diseño interior de los silbatos, compuesto por cámaras cerámicas que dirigen corrientes de aire, produce un sonido similar a un grito humano agudo, evocando una reacción instintiva de miedo. Los participantes del experimento describieron el sonido como “aterrador” y “aversivo”, a pesar de saber que provenía de un silbato.
Esta percepción se debe a la ambigüedad sonora que confunde al cerebro, incapaz de categorizar su origen. El alarido parece humano, lo que activa respuestas primordiales de alerta, pero también tiene algo antinatural que lo vuelve más inquietante. Aunque los experimentos se realizaron con réplicas en 3D, estas difieren ligeramente de los originales debido al material y al proceso de fabricación, siendo las réplicas artesanales de cerámica más similares al sonido auténtico de los antiguos instrumentos.

¿Cuándo fueron descubiertos los silbatos de la muerte?
Los llamados “silbatos de la muerte” fueron descubiertos a finales del siglo XX durante excavaciones en templos aztecas en Ciudad de México. El primero apareció en el Templo de Quetzalcóatl, en la mano de un esqueleto decapitado que los arqueólogos identificaron como víctima de un sacrificio humano.
Posteriormente, se encontraron más silbatos en tumbas que datan de entre 1250 y 1521. Inicialmente, se pensó que eran meros objetos rituales, hasta que, 15 años después, un investigador sopló uno de ellos y reveló su sonido estremecedor, comparable al grito de un ser humano. Este descubrimiento condujo a su denominación como “Ehecachichtli”, una combinación de los nombres del dios del viento, Ehecatl, y el dios de la muerte, Mictlantecuhtli. Curiosamente, si se tocan con menor intensidad, emiten un susurro inquietante en lugar de un grito.
De acuerdo con el estudio de la Universidad, los aztecas utilizaron los silbatos no solo como herramientas sonoras, sino como vehículos para expresar conceptos míticos, crear atmósferas rituales y conectar simbólicamente con su visión del inframundo y la muerte.
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