
El Mictlán o inframundo es conocido como el mítico lugar al que los mexicas creían que las personas llegan al morir. Se trata de un sitio descrito como oscuro, desértico, frío y maloliente.
Los aztecas pensaban que para llegar al Mictlán los muertos debían hacer un viaje de cuatro años por nueve niveles, hasta finalmente regresar al lugar de origen o vientre materno, en el que la existencia humana desaparecía. En su travesía estaban acompañados por el xoloitzcuintle, un perro considerado como guía para las almas.
Sin embargo, en la cosmovisión de los mexicas éste no era el único destino después de la muerte, sino que el sitio al que cada persona iba tras fallecer dependía de la causa de muerte, de tal forma que algunos escapaban del Mictlán.
El arqueólogo Eduardo Matos describe los diferentes destinos de los muertos en su artículo Los Mexicas y la muerte, publicado en la revista especializada Arqueología Mexicana.

De acuerdo con la publicación, los guerreros muertos en combate o capturados para el sacrificio iban a la Casa del Sol, lugar que también estaba destinado a las mujeres fallecidas durante el parto, ya que éste era considerado como un combate y por lo tanto, las mujeres como guerreras.
Mientras que al Tlalocan iban los que tenía una muerte asociada al agua, por ejemplo, quienes fallecían por hidropesía (acumulación anormal de líquido en el organismo), por ahogamiento o por un rayo.
Finalmente había un sitio reservado para los niños que morían prematuramente, conocido como Chichihualcuauhco.
¿Cómo eran los lugares a los que llegaban quienes no iban al Mictlán?
Las personas que fallecían por causas relacionadas con la muerte y la guerra, así como los niños, iban a sitios muy distintos al Mictlán.

Para los mexicas el Tlalocan era un sitio de verano infinito en el que las plantas estaban siempre verdes y en el Chichihualcuauhco había un árbol nodriza que amamantaba a los niños hasta que se les destinara a volver a nacer.
Sin embargo, aunque los destinos después de la muerte son distintos, el proceso para llegar hasta ellos es el mismo. Según Eduardo Matos, los mexicas pensaban que luego de morir todos eran devorados por Tlaltecuhtli, la deidad de la Tierra.
Tlaltecuhtli devoraba la carne y la sangre de los muertos sin importar su causa de muerte y después los paría para que emprendieran su camino al lugar que les correspondía: Mictlán, Tlalocan o la Casa del Sol.
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