
Cuando Hannah Parslow tenía nueve años, su hermano mayor encontró a una joven cacatúa expulsada del nido. Era un loro de brillante plumaje blanco, con una larga cresta que ‘se agitaba alegremente’. Al verla, Parslow lo supo, “fue amor a primera vista”, confesó años después en una columna publicada en el diario británico The Guardian. A esa cacatúa la llamó Doug.
Desde ese momento, el animal se convirtió en parte esencial de su vida. “Todas las mañanas, salía corriendo a sacarlo de su jaula para abrazarnos”, recuerda la mujer. El cariñoso ejemplar se subía a su brazo, hundía las garras en su piel e inclinaba la cabeza para que le rascara el cuello. Así, una relación de confianza y afecto creció entre ambos de forma natural.
Con el paso del tiempo, Doug aprendió a hablar. A las 3:30 de la tarde, cuando Hannah regresaba de la escuela, el ave comenzaba a llamarla a gritos. “Sus chillidos demoníacos eran música para mis oídos”, compartió.
Sin embargo, esa felicidad se vio interrumpida por una transformación que, al principio, parecía menor. Mientras estaban juntos en el patio trasero, Hannah notó una mancha gris y arrugada en el cuerpo de su compañero, justo donde debería haber un plumaje blanco y sedoso. En los días siguientes, comenzaron a aparecer más.
Alarmada, llevó a Doug al veterinario, envuelto en una toalla y presionado contra su pecho. El ave cerró los ojos al abrazarla, confiado, pero el diagnóstico fue devastador. “Enfermedad del pico y las plumas”, citó Parslow en The Guardian. “Un virus que los loros se contagian entre sí y que los mata lentamente”.
La despedida de un ser querido

La afección avanzó rápidamente, Doug perdió casi todo su plumaje y su pico se deformó en una sobremordida larga y grotesca. “Su hermosa apariencia se desvaneció, dejando tras de sí un monstruo repulsivo”, confesó Parslow. Pero, sus sentimientos por él no hicieron más que crecer: “Lo amé más que nunca”.
Mientras algunos amigos se apartaban con asco al verlo, ella seguía mostrando a su fiel mascota con orgullo. Aunque ya no podía volar, el ave trepaba con entusiasmo, por lo que varias veces, ella tuvo que ayudarlo a bajar de lugares altos, como la copa de un roble de 20 metros en su jardín.
Pero el invierno se volvió enemigo para el frágil cuerpo desplumado de Doug. Entonces, un una fría mañana de julio, la joven Hannah corrió a su jaula para saludarlo, solo para encontrarlo sin vida, desplomado en el fondo. “Mi hermano cavó un hoyo en el jardín. Destrozada, me despedí de Doug mientras rezábamos y lo enterrábamos. Fue mi primera experiencia de amor y pérdida”, compartió en The Guardian.
Con el paso de los años, el ave sigue viva en la memoria de Parslow. “A menudo pasamos por la vida intentando ocultar nuestros defectos, creyendo que somos demasiado feos para ser amados. Pero Doug me enseñó que pueden ser precisamente lo que nos define. Él no era Doug la cacatúa, era Doug la cacatúa sin plumas. Y yo lo amaba así.”
Qué es la enfermedad del pico y las plumas (PBFD)

El padecimiento que transformó la vida de Doug y Hannah se conoce como PBFD, siglas en inglés de Psittacine Beak and Feather Disease. Se trata de una enfermedad viral crónica, grave y altamente contagiosa que afecta principalmente a los loros.
Según explica la Dra. en Medicina Veterinaria Teresa Manucy en una publicación de PetMD, la PBFD, también conocida como circovirus psitácido (PCV) o enfermedad circoviral psitácida (PCD), afecta las plumas, el pico, las uñas y el sistema inmunológico de las aves infectadas.
Fue detectada por primera vez en los años 70 en cacatúas australianas, pero desde entonces se ha extendido a más de 50 especies de loros silvestres y domesticados. Entre las especies más vulnerables se encuentran las ya mencionadas, loros grises africanos, agapornis, loros eclécticos y periquitos australianos.
Los síntomas clínicos incluyen alteraciones en el plumaje, como crecimiento anómalo, fragilidad, pérdida de color y caída generalizada. La piel presenta engrosamiento, escamas e infecciones, además de dificultades para conservar el calor. En cuanto al pico, se vuelve opaco, frágil y malformado, al igual que las uñas, que también se debilitan y deforman.
Este virus, al atacar simultáneamente el sistema inmunitario y la estructura física del animal, causa un deterioro progresivo, al que finalmente no puede sobrevivir.
El virus se transmite principalmente por contacto directo con aves infectadas. También puede propagarse a través de alimentos, agua, utensilios o superficies contaminadas. Las vías de entrada más comunes incluyen las fosas nasales, la boca y la cloaca. Incluso los padres pueden transmitir el virus a sus crías mediante las secreciones con las que las alimentan.
Actualmente, no existe cura ni tratamiento efectivo, sin embargo, algunos ejemplares pueden vivir meses o incluso años después del diagnóstico, pero inevitablemente sucumben a la enfermedad. Por lo tanto, la prevención es la única herramienta eficaz.
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