
La posibilidad de que los perros lleguen a hablar como los humanos ha fascinado a la humanidad durante siglos, inspirando relatos, películas y experimentos tecnológicos, sin embargo, un artículo reciente del Laboratorio BARKS del Departamento de Etología de la Universidad Eötvös Loránd (Hungría) analiza los verdaderos límites y potenciales de la comunicación canina, desmontando mitos y explorando tanto los avances científicos como las implicaciones sociales de un hipotético “perro parlante”.
La presencia de canes que “hablan” ha sido recurrente en el folclore, la literatura y el cine, desde las fábulas de Esopo hasta personajes como Scooby-Doo o Bolt, no obstante, esta tendencia a antropomorfizar a los animales, y en particular a los perros, responde a una larga historia de convivencia y cooperación entre ambas especies.
La domesticación, que se remonta a decenas de miles de años, ha moldeado a los perros para adaptarse a los entornos humanos, favoreciendo la selección de rasgos sociales y comunicativos, pese a ello, los investigadores aseguran que la capacidad de hablar, entendida como la producción de lenguaje articulado y estructurado, sigue siendo una característica exclusivamente humana.
Factores biológicos y cognitivos en la comunicación canina

El análisis científico del Laboratorio BARKS profundiza en los factores anatómicos y cognitivos que separan a los perros del habla humana. Detallan que, si bien la domesticación ha dotado a los cánidos de una notable flexibilidad vocal y capacidad para modular sonidos según el contexto, su aparato vocal y control neuromotor no alcanzan la complejidad necesaria para articular palabras y frases como los humanos.
Sumado a ello, los estudios citados en el artículo de revisión muestran que, a pesar de que dichos animales pueden producir sonidos que se asemejan a vocales humanas y modificar la posición de la laringe, la ausencia de consonantes y la limitada capacidad de imitación vocal restringen cualquier posibilidad de habla articulada.
Además, el lenguaje humano no solo implica la producción de sonidos, también la comprensión y uso de reglas gramaticales, sintaxis y semántica, dominios en los que los ‘lomitos’ no han demostrado habilidades comparables.
En los últimos años, la tecnología ha intentado acortar la distancia entre la comunicación canina y humana con dispositivos como collares inteligentes, aplicaciones móviles y, especialmente, los tableros de botones con palabras pregrabadas que han ganado popularidad.
Según el laboratorio húngaro, aunque algunos experimentos sugieren que los perros pueden utilizar los dispositivos mencionados para solicitar objetos o la realización de actividades, la interpretación de estos comportamientos como “habla” es problemática.
En dicho contexto, la comunidad científica advierte sobre el riesgo de antropomorfizar las pulsaciones de botones y sobrevalorar la capacidad de los perros para comprender y producir lenguaje. Además, resaltan que el uso excesivo de estas tecnologías podría distorsionar los comportamientos naturales de los perros y afectar su bienestar emocional, al fomentar expectativas poco realistas en los dueños.
Escenarios hipotéticos poco alentadores

A pesar de no poder hablar, los perros han desarrollado habilidades comunicativas que les permiten interactuar eficazmente con los humanos; los investigadores subrayan que, por ejemplo, son expertos en identificar señales visuales, gestuales y emocionales, así como en utilizar estrategias como el contacto visual, la alternancia de la mirada o la interpretación de gestos para transmitir necesidades y comprender instrucciones.
Estas capacidades, moldeadas por la domesticación y la selección artificial, superan a las de otras especies domésticas y permiten una cooperación y vínculo social únicos entre perros y humanos. Además, la demuestran sensibilidad a las emociones de sus dueños, ajustando su comportamiento en función del estado emocional de su cuidador y mostrando conductas de consuelo o alerta según la situación.
De igual manera, el Laboratorio BARKS exploró las posibles ventajas prácticas, como una mayor eficacia de los perros de asistencia o una mejor comunicación sobre estados internos y necesidades, sin embargo, advierte sobre los riesgos éticos y sociales.
La verbalización podría llevar a una sobrecarga de demandas por parte de los caninos, alterar la dinámica de compañía que los hace atractivos como mascotas y fomentar una antropomorfización excesiva, con consecuencias negativas para su bienestar. Además, la posibilidad de que sean utilizados en experimentos biomédicos por su capacidad de expresar verbalmente síntomas o emociones plantea dilemas éticos adicionales.
Incluso, el fenómeno del “valle inquietante”, citado en el artículo, donde entidades que imitan demasiado a los humanos generan rechazo, también podría aplicarse a perros que hablen.
En su conclusión, el Laboratorio BARKS sostiene que, los cánidos están lejos de dominar el lenguaje humano, no obstante, el estudio de la comunicación canina ofrece una ventana privilegiada para comprender las primeras etapas de la evolución del habla y la cooperación interespecie, aportando tanto a la biología evolutiva como al desarrollo de tecnologías sociales inspiradas en la relación humano-perro.
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