En granjas, refugios y santuarios alrededor del mundo, algunos animales nacen con condiciones físicas que afectan su movilidad o independencia, ya sea por malformaciones congénitas, enfermedades, accidentes o negligencia humana, pero estos desafíos se han convertido muchas veces en un punto de partida para nuevas formas de vivir.
Kiki es una oveja que nació con movilidad reducida, según lo detallado por el periódico estadounidense The Washington Post, su madre contrajo el virus del Valle de Cache durante el embarazo, lo que desencadenó en su cría articulaciones fusionadas y problemas en la columna vertebral.
Incapaz de caminar, su propia madre la rechazó al nacer, algo que suele suceder en animales cuando los bebés son concebidos con enfermedades o discapacidades. Sin los medios para cuidarla, la granja que la vio nacer contactó con el santuario Don’t Forget Us, Pet Us, ubicado en Dartmouth, Massachusetts.
Kerry Devlin, cofundadora del santuario sin fines de lucro, acudió al llamado cuando la oveja tenía apenas 11 días de nacida. “Cuando la vi por primera vez, sentí mucha pena por ella”, dijo Devlin al Washington Post. “Estaba en el regazo de un señor, envuelta en una manta, y temblaba”.
Según el medio estadounidense, pese a que no es capaz de moverse por sí sola, Kiki experimenta sensaciones desde el cuello hacia abajo. Durante meses, el equipo del santuario probó diversos tratamientos como fisioterapia, quiropráctica, terapia láser e incluso una cirugía de liberación de tendones, pero nada mejoró su movilidad. Fue entonces cuando Devlin cambió su enfoque: Kiki “no estaba rota”, afirmó. “Era perfecta”.
La nueva vida de Kiki

Con una visión distinta, Devlin comenzó a experimentar con formas de enriquecer la vida de su pequeña oveja. Entre ello, le ofreció juguetes infantiles interactivos que se activan con presión, y pronto notó que Kiki podía usarlos con la cabeza. Esto despertó una idea reveladora, pues si podía manipular juguetes con esa habilidad, tal vez también podría aprender a usar una palanca de dirección, como la de una silla motorizada.
“Es muy inteligente”, subrayó Devlin para el Washington Post. Así, junto con un equipo de cinco voluntarios, empezó a buscar maneras de adaptar un vehículo que Kiki pudiera conducir. Aunque enfrentaron muchas dificultades técnicas, la solución llegó cuando Devlin se unió a grupos de bicicletas eléctricas en redes sociales para pedir asesoría y terminó contactando a Mobility Equipment Recyclers of New England, una tienda especializada en sillas de ruedas en North Kingston, Rhode Island.
Gracias a donaciones, Devlin consiguió una silla de ruedas motorizada. Modificaron la base para integrar el cuerpo de un cochecito de carga y reposicionaron la palanca de control para que Kiki pudiera alcanzarla con la cabeza. El resultado fue un carrito personalizado que ella aprendió a conducir en cuestión de segundos. “Es una sensación increíble verla hacerlo. Es increíble, y nunca dudé de ella”, dijo Devlin.
“Ella conoce la causa y el efecto de esa palanca y sabe que se está moviendo sola”, explicó, para el periódico. De acuerdo con las palabras de la mujer, la primera vez que la oveja lo utilizó fue el 1 de julio, durante la inauguración del Mes del Orgullo por la Discapacidad, una fecha que celebran especialmente en el santuario, que alberga a unos 40 animales, muchos de ellos también con discapacidades.
Una historia que inspira

Desde entonces, Kiki no solo se ha adaptado a su nueva forma de moverse, come, bebe, pasta, se asolea, toca música con carillones, ve series de Disney, escucha a Taylor Swift, baila, hace kayak y visita escuelas, donde conoce a niños con discapacidades. Su historia ayuda a que esos niños se sientan menos solos, menos “diferentes”.
“Comenzamos a construirle un mundo donde pudiera tener éxito y lograr cosas”, explicó Devlin. “Ha tenido un gran impacto en tantas personas. Todos están fascinados con Kiki y su trayectoria”.
Así, la historia de esta oveja que conduce su propio carrito eléctrico invita a una reflexión más amplia sobre inclusión, empatía y el poder de las segundas oportunidades. Tal como demuestra Kiki con cada paseo que da, la discapacidad no impide vivir, aprender, ni inspirar.
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