
En el mundo animal, el olfato es un mecanismo crucial para la supervivencia, ya sea para encontrar alimento, detectar depredadores, buscar pareja o marcar territorio, los olores proporcionan información vital para la mayoría de las especies. Según el Museo de los Aromas, ubicado en Europa y el único dedicado exclusivamente a este sentido, dicha capacidad olfativa superior se debe a la gran cantidad de genes que codifican proteínas receptoras de olores, lo que permite a los animales captar una amplia gama de moléculas en el aire.
Además, tal como explica la Revista de la Sociedad de Biología Molecular y Evolución, cada especie ha desarrollado estructuras anatómicas y repertorios genéticos únicos para adaptarse a las señales sensoriales de su entorno. En muchos casos, una mayor especialización de un sentido puede significar la reducción o compensación de otros, producto de la evolución.
Un ejemplo de ello son las investigaciones recientes que han revelado una peculiar adaptación que caracteriza a los animales nativos de regiones con alturas extremas, como las montañas. Según los descubrimientos científicos, estos ejemplares tienen un sentido del olfato menos desarrollado en comparación con sus pares de zonas más bajas.
Por qué los animales de montaña tienen un peor olfato
Las condiciones de alta montaña son extremas debido a las bajas temperaturas, aire más seco y presión atmosférica reducida. Estas características afectan la forma en que se dispersan las moléculas de olor en el ambiente, dificultando su propagación, lo cual, a su vez, puede limitar la utilidad del sentido del olfato para los animales que habitan a grandes altitudes.
Un estudio publicado en la revista Current Biology analizó a mamíferos como cabras, llamas y otros animales adaptados a entornos montañosos. Los resultados mostraron que estos animales tienen significativamente menos receptores olfativos, así como una reducción en las regiones cerebrales relacionadas con el olfato. Según los investigadores, estos cambios se tratan de una respuesta evolutiva para enfrentar las condiciones de frío y sequedad del aire, que podrían ser adversos de lo contrario.
Graham Scott, fisiólogo evolutivo de la Universidad McMaster, citado por la revista científica Science, comentó que los hallazgos mencionados representan una novedad científica: “El hecho de que este estudio haya encontrado tantos cambios en el sistema olfativo es… algo nunca antes visto”.

¿En qué consistió el estudio?
La investigación fue liderada por Allie Graham, bióloga integrativa de la Universidad de Kansas, quien utilizó un extenso conjunto de datos genéticos de diversas especies de mamíferos. Su objetivo era identificar patrones de adaptación en animales que viven por encima de los mil metros de altitud en comparación con los que habitan a nivel del mar.
“No tenía ninguna idea preconcebida de lo que encontraría”, explicó Graham para la revista Science. “Quería que los datos me indicaran qué camino seguir”.
Y lo que encontró fue que los animales en cuestión tenían, en promedio, un 23% menos de genes olfativos. Además, el bulbo olfativo, una estructura fundamental en el cerebro encargada de procesar los olores, era aproximadamente un 18% más pequeño en estos animales. A mayor altitud, menor era la cantidad de genes olfativos y más reducida la estructura cerebral relacionada con el olfato.
Thomas Hummel, investigador de otorrinolaringología de la Universidad Tecnológica de Dresde, quien no participó en el estudio pero también fue consultado por la publicación antes mencionada, afirmó que estos resultados “demuestran muy claramente que el olfato es adaptativo”.
Sumado a ello, señaló que, al estar expuestos a aire más frío y seco, los animales de montaña podrían prescindir de un olfato tan agudo. Además, estas condiciones climáticas pueden ocasionar inflamación o congestión nasal, lo que también dificulta la detección de olores. Finalmente, conjeturó que, en lugar de invertir en capacidades olfativas complejas, es posible que estos animales hayan priorizado otros sentidos como la visión o el gusto, más útiles en sus entornos específicos.
¿Este fenómeno también afecta a los humanos?

Para comprobar si esta adaptación también se presenta en las personas, Graham y su equipo compararon los genomas de los tibetanos, habitantes de regiones que superan los cuatro mil 500 metros, con los del pueblo Han, que vive a altitudes más bajas en China. Sorprendentemente, no encontraron diferencias genéticas significativas en los genes relacionados con el olfato.
Esto desconcertó a Hummel, quien recordó que, en un estudio previo, su equipo había observado que los humanos expuestos a condiciones simuladas de gran altitud en laboratorio experimentaban dificultades para detectar olores. Sin embargo, añadió que la capacidad olfativa en humanos es más plástica: “podemos aprender a reconocer olores nuevos en semanas o meses, pero esos cambios no se reflejan rápidamente en el genoma, como ocurre en otras especies”.
A pesar de ello, el estudio aporta información valiosa, pues “la gran altitud es un laboratorio natural fantástico para comprender cómo funciona la evolución”, concluyó Scott.
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