
Las amistades entre humanos y animales surgen todo el tiempo y en cualquier contexto, pero algunas son más sorprendentes que otras. Si bien es común escuchar sobre perros que ofrecen una lealtad inquebrantable o gatos que brindan compañía silenciosa, las historias que involucran reptiles como una tortuga, cocodrilo o una serpiente son mucho más raras.
Sin embargo, la historia de Sambath es un testimonio de las profundas conexiones que pueden formarse entre los humanos y el reino animal, por muy poco convencionales que sean.
En un rincón selvático de Camboya, la historia de un niño y su mascota causó emotividad y asombro a todas las personas que conocen la historia. No se trata de una mascota convencional, sino de una pitón birmana de seis metros de largo y más de 120 kilogramos, quien durante once años, Sambath convivió con este reptil a quien llamó Chomran, formando un lazo que desafiaba cualquier noción convencional sobre la relación entre humanos y animales salvajes. Sin embargo, como ocurre a menudo con la naturaleza, la calma dio paso al instinto, y lo que comenzó como una conexión única terminó con una dolorosa separación.
“Hay un vínculo especial entre ellos. Mi hijo jugaba con la serpiente cuando estaba aprendiendo a caminar, y ella aprendía a deslizarse. Dormían juntos en la cuna”, compartió el padre de Sambath en declaraciones a medios sobre el insólito lazo humano-animal.
Un niño y una serpiente, una amistad única

Todo comenzó poco después del nacimiento de Sambath. Según relatan medios locales y franceses, su madre tuvo un sueño en el que una serpiente envolvía y protegía a su familia. A los pocos días, una pitón apareció en la casa. El padre del niño la encontró escondida bajo la cama del bebé. Lejos de asustarse, la familia decidió no expulsarla, y al notar que el animal regresaba constantemente a la habitación del menor, optaron por adoptarla.
La serpiente fue bautizada como Chomran y pronto se integró al hogar como un miembro más. La escena era, para muchos, desconcertante: el bebé dormía plácidamente junto a la pitón, mientras sus padres observaban sin miedo. Con el tiempo, Chomran no solo tenía su propio espacio en la casa, sino también una dieta cuidadosamente preparada a base de pollo y pato, con raciones semanales de hasta 10 kilogramos.
Durante más de una década, la convivencia entre el niño y la pitón fue sorprendentemente armoniosa. La historia, difundida en distintos medios internacionales, conmovió a muchos como un ejemplo de conexión entre especies. Pero también generó preocupación entre especialistas en comportamiento animal.
Elena Martínez, conservacionista del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), advierte: “Si bien el respeto mutuo puede permitir interacciones significativas con reptiles, nunca debemos olvidar que estos animales poseen instintos salvajes que pueden activarse en cualquier momento, especialmente al madurar”. Esa advertencia se materializó en 2011, cuando la serpiente mordió repentinamente la pierna de Sambath. La herida fue leve y el padre actuó de inmediato, evitando consecuencias graves. Pero el hechizo se rompió: la confianza se transformó en temor.
El fin de una amistad imposible

Tras el incidente, la familia comprendió que no podía seguir ignorando la verdadera naturaleza del animal. Aunque Sambath expresó su dolor y su deseo de no separarse de Chomran —«Nunca dejaré que nadie me la quite. Eso nunca sucederá, la amo demasiado»—, los padres tomaron la difícil decisión de trasladarla a un zoológico local, donde podría vivir entre otras serpientes de su especie en condiciones más seguras.
El Dr. Liam O’Connor, especialista en comportamiento animal de la Universidad de Melbourne, lo resume con claridad: «Incluso los animales que parecen adaptados a la vida doméstica conservan impulsos naturales. Las pitones no atacan por malicia, pero sus reacciones pueden ser peligrosas para quienes no comprenden sus límites».
El caso de Sambath no solo es una historia de afecto, sino también un ejemplo de las consecuencias de ignorar la naturaleza intrínseca de los animales salvajes. Por once años, una pitón vivió como mascota en un hogar camboyano, alimentada y cuidada como si fuera parte de la familia. Pero bastó un solo gesto, un mordisco, para recordar que por mucho que se domestique una bestia, su esencia no desaparece.
La serpiente nunca tuvo la intención de matar, aseguran los expertos. Si lo hubiera hecho, habría utilizado su fuerza para envolver el cuerpo del niño, asfixiarlo y luego devorarlo entero, como lo haría con cualquier presa. Ese trágico final no ocurrió, pero el susto fue suficiente para devolver a la familia a la realidad. Hoy, Sambath conserva los recuerdos de una amistad imposible, marcada por la inocencia y la confianza.
La historia de Sambath y Chomran plantea preguntas sobre el rol de los animales salvajes en ambientes humanos. ¿Es posible forjar un lazo auténtico con una criatura cuyo instinto puede activarse en cualquier momento? Organizaciones como la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) insisten en que el bienestar animal debe estar ligado al respeto por sus hábitos y hábitats. Mantener un depredador en un entorno doméstico, por más dócil que parezca, siempre conlleva un riesgo.
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