
Un reciente estudio internacional liderado por el Departamento de Geociencias de la Universidad Goethe de Frankfurt (Alemania)reveló que el Otodus megalodon, considerado el pez depredador más grande que habitó la Tierra, tenía una dieta mucho más variada de lo que se creía.
Lejos de alimentarse exclusivamente de grandes mamíferos marinos, como las ballenas, esta criatura prehistórica habría sido un depredador flexible capaz de aprovechar recursos en distintos niveles de la cadena alimenticia, dependiendo de la disponibilidad de presas. El hallazgo fue publicado en la revista Earth and Planetary Science Letters, como parte de un trabajo colaborativo entre científicos de Alemania, Francia, Austria y Estados Unidos. El equipo, encabezado por el geoquímico Jeremy McCormack, analizó isótopos de zinc presentes en dientes fosilizados de megalodón hallados en depósitos fósiles de Sigmaringen y Passau, en Alemania.
La elección del zinc ocurrió debido a que este elemento se incorpora al organismo a través de los alimentos, y sus variantes atómicas (o isótopos) permiten rastrear la posición trófica de los animales en su ecosistema. Según explicó McCormack, “el zinc-66, más pesado, se encuentra en mayor proporción en animales herbívoros, mientras que los carnívoros absorben menos cantidad de este isótopo”. De este modo, los depredadores situados más arriba en la pirámide alimentaria presentan menores niveles de zinc-66 en comparación con sus presas.
El megalodón, un depredador adaptable

A través de este método, los investigadores observaron que el Otodus megalodon y su pariente cercano Otodus chubutensis mostraban proporciones extremadamente bajas de zinc-66 en relación con zinc-64, lo que indica que se encontraban en la cima de la cadena trófica. Sin embargo, las comparaciones entre ejemplares de distintas regiones también revelaron que no todos los megalodones tenían la misma dieta. En palabras del propio McCormack: “Nuestro estudio tiende más bien a presentar al megalodón como un generalista ecológicamente versátil”.
El análisis de los dientes fosilizados permitió identificar cómo se estructuraban las cadenas alimentarias en la región alpina hace aproximadamente 18 millones de años. En ese entonces, un estuario de menos de 200 metros de profundidad albergaba una gran diversidad de especies marinas. Desde peces como la dorada, que se alimentaban de moluscos y crustáceos, hasta tiburones de mediano tamaño como los réquiem o los toro, y finalmente superdepredadores como el megalodón o el Araloselachus cuspidatus.
No obstante, McCormack aclara que los niveles tróficos de los tiburones Otodus no se diferenciaban claramente de los de otros depredadores de gran tamaño: “El megalodón era, sin duda, lo suficientemente flexible como para alimentarse de mamíferos marinos y peces grandes, tanto de la cima de la pirámide alimentaria como de los niveles inferiores, dependiendo de la disponibilidad” (Goethe University, 2024). Esta afirmación desafía la noción tradicional de que el megalodón se alimentaba exclusivamente de ballenas u otros grandes cetáceos.
Las diferencias regionales también jugaron un papel importante. En los fósiles procedentes de Passau, por ejemplo, se observó que los megalodones consumían presas de niveles más bajos, lo cual sugiere variaciones en la disponibilidad de alimento según la región o el momento geológico. Estos datos refuerzan la hipótesis de que la dieta del megalodón no era fija, sino que respondía a las condiciones ecológicas de su entorno.
El análisis de isótopos de zinc es una técnica relativamente nueva en el estudio de ecosistemas del pasado, pero ha demostrado ser extremadamente útil. Según McCormack, “la determinación de las proporciones de isótopos de zinc en los dientes ha demostrado una vez más ser un instrumento valioso para las reconstrucciones paleoecológicas”. La metodología, aplicada no solo a tiburones prehistóricos, sino también a ballenas, rinocerontes herbívoros extintos y especies actuales, ha producido resultados consistentes y detallados.
Además, el trabajo de McCormack y su equipo abre nuevas vías para entender el colapso de ciertas especies en la historia evolutiva. Kenshu Shimada, paleobiólogo de la Universidad DePaul en Chicago y coautor del estudio, enfatiza: “Nos brinda información importante sobre cómo han cambiado las comunidades marinas a lo largo del tiempo geológico, pero lo que es más importante, el hecho de que incluso los ‘supercarnívoros’ no son inmunes a la extinción” (DePaul University, 2024).
Un gigante fascinante que aún guarda secretos

Investigaciones previas dirigidas por McCormack ya habían señalado que el auge del gran tiburón blanco moderno podría haber contribuido a la desaparición del megalodón, al disputarle el acceso a presas clave. Esta nueva investigación no solo profundiza en esa línea de análisis, sino que también plantea que la flexibilidad ecológica del megalodón no fue suficiente para evitar su extinción.
Desde su identificación científica en el siglo XIX, el Otodus megalodon ha fascinado a investigadores y al público general. Se estima que podía alcanzar los 24 metros de largo y pesar entre 60 y 100 toneladas, dimensiones que lo convierten en el pez depredador más grande de todos los tiempos. Para sostener un cuerpo de tales proporciones, necesitaba ingerir unas 100 mil kilocalorías diarias, lo que lo obligaba a cazar constantemente.
El nuevo estudio no solo redefine lo que se sabía sobre su dieta, sino que también subraya la importancia de métodos científicos innovadores para revisar supuestos antiguos. Lejos de ser un cazador especializado, el megalodón parece haber sido un oportunista formidable, capaz de adaptarse a múltiples condiciones ambientales. Y aun así, desapareció.
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