
Después de cuatro años de operaciones, el Santuario Ostok se vio forzado al cierre de sus instalaciones a las afueras de la ciudad de Culiacán, Sinaloa, ante el recrudecimiento de la violencia generada por la disputa entre cárteles de la droga. Por casi un lustro, el refugio albergó a más de 700 ejemplares de fauna exótica —entre tigres, leones, elefantes, jaguares y primates— rescatados de situaciones de maltrato, tráfico ilegal o abandono.
Sin embargo, el ambiente de guerra urbana que desde septiembre de 2024 enfrenta a las facciones de “Los Chapitos” y “Los Mayos” dentro del mismo Cártel de Sinaloa escaló hasta poner en riesgo tanto la vida de los animales como la de quienes los atienden.
Los titulares de ataques armados en zonas aledañas, las constantes amenazas recibidas por parte de presuntos integrantes del crimen organizado y la interrupción de los insumos básicos —alimento, medicamentos y combustible— terminaron por colapsar la operación diaria del santuario. El sentimiento de indefensión se volvió generalizado entre el personal de veterinarios, cocineros, operarios de transporte y voluntarios, quienes ya no podían transitar con seguridad entre la ciudad y el refugio. Así, la decisión de cerrar sus puertas y reubicar a la totalidad de su colección de especies exóticas a un lugar supuestamente más seguro se convirtió en el único remedio para garantizar la supervivencia de los animales.
“Este traslado no es una huida, es un acto de resistencia, amor y dignidad. Es una manera de decir que no aceptamos que la violencia también alcance a los animales que hemos rescatado con tanto esfuerzo. Es una especie de Arca de Noé del siglo XXI que no huye de un diluvio, sino de la violencia humana que ha convertido a Culiacán en un lugar inhabitable para todos”, declaró entre llanto Ernesto Zazueta, presidente del refugio en la conferencia de prensa que dio Ostok la tarde del martes 20 de mayo.
“Un arca de Noé del siglo XXI”

El presidente del Santuario Ostok y de la Asociación de Zoológicos, Criaderos y Acuarios de México (AZCARM), Ernesto Zazueta Zazueta, confirmó oficialmente el inicio del traslado de los primeros cien ejemplares hacia el Bioparque El Encanto, en la sindicatura de El Habal, Mazatlán. Desde las primeras horas de la mañana, un grupo de veterinarios y cuidadores empezó a cargar las jaulas metálicas que contenían tigres de bengala, leones africanos y elefantes asiáticos, así como monos araña y jaguares.
Zazueta explicó que se dio prioridad al movimiento de las especies de mayor tamaño y aquellas con niveles de estrés más elevados, dada la complejidad logística y los riesgos inherentes a su transporte. Subrayó que el operativo —que se prolongará aproximadamente un mes y medio— representa el traslado de fauna silvestre más numeroso realizado en México bajo circunstancias de violencia armada.
Respecto al futuro inmediato de Ostok, Zazueta aclaró que las instalaciones en Culiacán permanecerán cerradas hasta nuevo aviso. Mientras tanto, el equipo directivo evaluará, junto con autoridades federales y posibles aliados del sector privado, la viabilidad de reabrir en otra región del país o de redefinir su modelo de operación para prevenir riesgos. “Ostok no desaparecerá —aseguró—; este traslado es sólo el comienzo de una nueva etapa que garantice la continuidad de nuestra labor, libre de amenazas y bajo condiciones de seguridad mínimas”.
Acompañado por su hijo y por el reconocido adiestrador César Millán —quien regresó a Culiacán tras más de 30 años de residencia en Estados Unidos—, Zazueta recibió el apoyo moral de la comunidad conservacionista. Millán declaró sentirse “honrado” de participar en esta “caravana de fauna silvestre” y ponderó la importancia de unir voluntades para proteger a seres que, aun cuando no hablan nuestro idioma, merecen nuestro respeto y cuidado.
Fervor creciente del narco por especies silvestres

¿Cómo llegaron 700 animales considerados exóticos a un santuario en Culiacán? Esta vez los rescates no se dieron de un circo, de algún zoológico en malas condiciones, sino de la compra ilegal y consecuente abandono que produce la guerra entre facciones del narcotráfico.
La presencia de animales exóticos en manos de narcotraficantes no es un fenómeno nuevo en México, sino la continuación de una costumbre heredada de los grandes capos colombianos de las décadas de los ochenta y noventa. Específicamente, trae a la memoria colectiva el caso de Pablo Escobar y los cuatro hipopótamos (un macho y tres hembras) que introdujo desde un zoológico de Estados Unidos hasta su propiedad llamada Hacienda Nápoles; tras la muerte del capo, los animales fueron abandonados y escaparon hacia el río Magdalena. Ahora, a más de 40 años del suceso ocurrido en la década de 1980, este mamífero semiacuático (que es el tercero más grande del mundo) hay 169 ejemplares y es considerada una especie invasora de Colombia.
En México, en los últimos años se ha registrado un aumento significativo en la ostentación de estos ejemplares dentro de lujosas propiedades y mansiones vinculadas al crimen organizado. Según estadísticas de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), entre 2013 y 2014 se aseguraron cinco mil 774 ejemplares de fauna exótica y fueron detenidas 94 personas por tráfico ilegal de vida silvestre. Estas cifras, si bien dan cuenta de un esfuerzo oficial por frenar el comercio ilícito, contrastan con los reportes más recientes: de 2022 a 2024, se multiplicó por tres el número de grandes felinos rescatados en operativos de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) y la Fiscalía General de la República (FGR).
Tan solo entre octubre y diciembre de 2024, Ostok y la Asociación de Zoológicos, Criaderos y Acuarios de México (AZCARM) intervinieron en el rescate de 11 grandes felinos hallados en diversos predios en Sinaloa. A pesar de todos los rescates efectuados en el estado norteño, los animales exóticos recluidos por el narco no son exclusivos de la zona. En diciembre de 2023, personal de la FGR aseguró siete felinos, dos tigres y cinco jaguares, luego de catear un inmueble vinculado al Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) en el municipio de Jamay, Jalisco.
Fuera de Ostok, diversas asociaciones han redoblado sus esfuerzos para proteger y rehabilitar a estos animales. Algunas de ellas son la AZCARM y Santuaai, ubicado en Ezequiel Montes, Querétaro; a estos se se suman organizaciones como el Fondo Mundial para la Naturaleza México (WWF México), Animales en Adopción Rescate A.C. y la Red Mexicana de Refugios de Vida Silvestre, todas dedicadas a la atención integral de ejemplares decomisados o rescatados de condiciones de maltrato. En coordinación con Profepa y con la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), los rescatistas y activistas por los animales actúan para asegurar que dichas especies sean trasladados a hábitats adecuados, reciban atención médica especializada y, en la medida de lo posible, puedan reintegrarse a comunidades biológicas seguras.
¿Por qué el narco compra animales exóticos?

La adquisición de grandes felinos, primates, aves silvestres y hasta elefantes por parte de narcotraficantes va más allá de una excentricidad; obedece a un profundo simbolismo de poder, estatus y exhibición de impunidad. Para los “narcojuniors” —hijos y herederos de capos contemporáneos—, mostrar fotografías con un jaguar o un elefante en redes sociales equivale a proclamar su posición en la élite criminal, emulando viejas aristocracias cuyo dominio se demarcaba por la posesión de trofeos exóticos.
De acuerdo con la cobertura que realizó Vice sobre el libro Narco-Juniors: los herederos del poder criminal, de José Luis Montenegro, se estimaba que entre 2015 a 2020 un cachorro de jaguar puede alcanzar precios de 80 mil a 90 mil pesos en criaderos “certificados” que operan de manera irregular, mientras que el costo de un tigre de bengala puede superar el de un automóvil de lujo. En el mercado negro internacional, un colmillo de elefante o un cuerno de rinoceronte —aunque no son objeto principal del narco en México— “cotiza incluso por encima del oro y la misma cocaína en los circuitos de contrabando hacia Asia”.
Este aprecio por la fauna exótica cumple además una función intimidatoria, ya que poseer un león domesticado se concibe como una amenaza, un “arma” que habla de la crueldad ilimitada de quien lo ostenta.
Estos animales devienen en símbolos vivientes de dominio absoluto: dominan tanto al enemigo humano como a la naturaleza, convirtiendo a estos seres en trofeos y, al mismo tiempo, en instrumentos de opresión. Sin embargo, esto conlleva a la sobreexplotación de especies, el incentivo al tráfico ilegal y el sufrimiento de animales privados de condiciones mínimas de bienestar.
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