
Un reciente estudio publicado en la revista PNAS Nexus reveló diferencias significativas en la estructura cerebral de los elefantes africanos (Loxodonta africana) y asiáticos (Elephas maximus), proporcionando nuevos elementos para comprender su evolución, capacidades cognitivas y relaciones sociales.
La investigación, liderada por científicos del Center for Computational Neuroscience de la Universidad Humboldt de Berlín y del Instituto Leibniz para la Investigación de Zoológicos y Vida Silvestre (Leibniz-IZW), analizó mediante resonancia magnética 19 cerebros de elefantes que murieron por causas naturales, recolectados en zoológicos y áreas protegidas como el Parque Nacional Kruger en Sudáfrica.
A pesar de ser más pequeños en tamaño corporal, los elefantes asiáticos presentaron cerebros significativamente más grandes que sus contrapartes africanas, lo cual abre interrogantes relevantes en la comunidad científica respecto a su relación con la inteligencia, la capacidad de aprendizaje y las estructuras sociales.
Cerebro más grande, cerebelo más pequeño

De acuerdo con la investigación, si bien el tamaño cerebral no es el único parámetro para evaluar la inteligencia, suele estar vinculado a funciones como la planificación, la memoria, la resolución de problemas y la adaptación al entorno. En este sentido, la mayor proporción de materia gris observada en el cerebro de los elefantes asiáticos podría estar relacionada con sus comportamientos sociales más complejos y su histórica interacción con seres humanos, dado que han sido domesticados parcialmente desde hace siglos para colaborar en labores humanas.
“La diferencia en el peso del cerebro es quizás la diferencia más importante entre estas dos especies de elefantes. Podría explicar importantes diferencias de comportamiento entre los elefantes asiáticos y africanos”, afirma en un comunicado Malav Shah, del BCCN, primer autor del artículo. “
La investigación mostró que En promedio, una hembra adulta de elefante asiático posee un cerebro de aproximadamente 5 mil 300 gramos, mientras que las hembras adultas de elefante africano registran cerebros de cerca de 4 mil 400 gramos. Esta diferencia del 20% en masa cerebral desafía la tradicional correlación directa entre el tamaño corporal y el tamaño del cerebro en mamíferos.
El estudio también encontró diferencias estructurales relevantes entre ambas especies, especialmente en el cerebelo, una región esencial para la coordinación motora, el equilibrio y la percepción sensorial. En los elefantes africanos, el cerebelo representa aproximadamente el 22% del peso cerebral total, mientras que en los elefantes asiáticos ocupa apenas un 19 por ciento. Esta distinción podría vincularse a las demandas motrices derivadas de los hábitats más variados y exigentes que habitan los ejemplares de África, donde la precisión en el movimiento y la capacidad de desplazamiento resultan críticas para la supervivencia.
Además, esta diferencia podría estar relacionada con la forma en que ambas especies utilizan su trompa, una estructura extremadamente compleja que contiene alrededor de 90 mil músculos independientes. Mientras que los elefantes africanos emplean una técnica de pinza utilizando dos “dedos” en la punta de la trompa, los elefantes asiáticos rodean los objetos para manipularlos. Estos patrones de comportamiento motor probablemente requieran distintos niveles de control neuromuscular y procesamiento sensorial, lo cual se reflejaría en la morfología diferencial del cerebelo.
Crecimiento del cerebro, rasgo compartido con humanos

Uno de los aspectos más llamativos del estudio es la magnitud del crecimiento cerebral postnatal observado en ambas especies de elefantes. De manera similar a lo que ocurre en los seres humanos, el cerebro de un elefante se triplica en tamaño desde el nacimiento hasta la adultez. Esta característica es inusual entre los mamíferos y sugiere un prolongado periodo de desarrollo cognitivo, durante el cual los jóvenes adquieren habilidades sociales, emocionales y adaptativas esenciales para la vida en comunidad.
Este crecimiento cerebral sostenido se alinea con la prolongada adolescencia de los elefantes, que puede extenderse hasta los 10 o 15 años de edad. Durante este tiempo, los individuos no solo maduran físicamente, sino que también desarrollan complejas formas de comunicación, reconocimiento social, resolución de conflictos y transmisión de conocimiento intergeneracional.
El estudio también evidenció que los elefantes asiáticos presentan proporcionalmente más materia gris en el córtex cerebral, lo cual podría ofrecer una explicación neurológica a ciertos rasgos conductuales observados en esta especie, como una mayor capacidad de adaptación a la vida en cautiverio o una disposición más favorable a la domesticación.
Implicaciones para la conservación y la ética animal

Los resultados del estudio ofrecen implicaciones prácticas relevantes para la conservación de estas especies, actualmente amenazadas por la caza furtiva, la pérdida de hábitat y el cambio climático. Comprender las diferencias neuroanatómicas entre elefantes africanos y asiáticos permite diseñar estrategias de conservación más precisas y respetuosas con sus necesidades cognitivas y sociales.
Por ejemplo, conocer la importancia del aprendizaje social y la memoria a largo plazo en los elefantes asiáticos podría influir en la manera en que se manejan programas de reintroducción en la naturaleza, evitando la ruptura de vínculos familiares o la separación de individuos claves para la transmisión de conocimiento. De igual forma, el reconocimiento de la complejidad motriz de los elefantes africanos podría orientar el diseño de hábitats controlados que estimulen su comportamiento natural y prevengan el deterioro neuromuscular en condiciones de cautiverio.
Los investigadores enfatizan, además, que la plasticidad cerebral de los elefantes es un argumento poderoso a favor del trato ético y de la protección de su entorno. “Si conocemos mejor cómo piensan y se desarrollan estas especies, podremos diseñar estrategias de manejo y conservación que respeten sus necesidades biológicas, sociales y cognitivas”, señalan los autores del estudio.
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