
Allá por el año 1989, Danny DeVito dirigía una película basada en la novela de Warren Adler sobre el divorcio de una pareja contada desde el punto de vista de su abogado (interpretado por el propio DeVito). Michael Douglas y Kathleen Turner eran el matrimonio que pasaba de amarse con locura a no poder verse la cara sin insultarse y arrojarse cosas de las formas más absurdas y despiadadas.
Con mucho humor negro y secuencias de comedia muy físicas, La guerra de los Roses se centraba en los aspectos más caricaturescos de la historia y se convirtió en un clásico que se sumó a la seguidilla de hits de Douglas, que por aquellos años también estrenó Wall Street y Atracción Fatal.
Ahora, el director Jay Roach (Austin Powers, La familia de Mi Novia) decide adoptar un enfoque más realista de los hechos y modernizar varios aspectos del guion con Los Roses, empezando por los roles establecidos de cada uno en la casa y mostrando un análisis más profundo sobre el matrimonio en el siglo XXI.

Su reimaginación es mucho menos disparatada, lo que permite que sea fácil empatizar con ellos y hasta sentirnos identificados con algunas de las discusiones que vamos a ver durante la hora y cuarenta y cinco de metraje.
A diferencia de otras adaptaciones o reboots más recientes, Los Roses no es una copia. Se toma muchas libertades narrativas y se adapta a los cambios culturales y tecnológicos del 2025. Incluso, la casa que construyen, que tiene un enorme protagonismo, cuenta con chiches que van desde sensores de voz hasta una suerte de Alexa para jugar con los nuevos dispositivos e incorporarlos en el relato.
Benedict Cumberbatch y Olivia Colman forman una pareja verosímil como Ivy y Theo desde los flashbacks que nos muestran el surgimiento del amor entre ambos hasta la batalla conyugal que inicia cuando sus carreras empiezan a tomar direcciones opuestas.

A la dupla de actores se suman Andy Samberg (Palm Springs), Kate McKinnon (Barbie) y Ncuti Gatwa (el último Dr. Who) entre otros, como los amigos y colegas de los protagonistas en donde se destaca la secuencia de la cena que se lleva a cabo en la morada de los anfitriones.
Los Roses evoluciona como un producto más intimista y dramático y cuenta con los filosos y ácidos diálogos de un guionista como Tony McNamara, que viene dejando su marca en películas como La Favorita y Pobres Criaturas. Sin embargo, pierde el factor salvaje de la versión original y no termina de convertirse ni en una guerra desaforada ni en un drama como Historia de un matrimonio. ¿El resultado? Un extraño término medio que por momentos funciona y que por otros nos deja con gusto a poco.

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