Chris David no esperaba heredar un hotel, y mucho menos uno con grietas en las paredes, secretos bajo el suelo y una fecha límite inminente. En There Are No Ghosts at the Grand, el protagonista tiene solo 30 días y 30 noches para renovar un edificio al borde del colapso… físico y espiritual.
Pero esto no es solo un juego de remodelación. Es una mezcla extraña y fascinante entre simulador de decoración, cazafantasmas y musical interactivo. Durante el día, el hotel se transforma en un taller de renovación lleno de herramientas con personalidad propia: una arenadora parlante, una pistola de pintura que también canta, un cañón que lanza muebles y una disparadora de margaritas en cadena. De noche, esas mismas herramientas se convierten en armas para enfrentar apariciones y manifestaciones paranormales que habitan el lugar.

Una doble vida: constructor por la mañana, exorcista por la noche
El ritmo cambia con la luz del sol. En el día, la tarea es clara: recuperar el esplendor de un hotel venido a menos. Pintar, reparar, demoler lo inservible y reconstruir. Pero no es solo trabajo manual. Resolver puzles, interpretar pistas del pasado y enfrentar las cicatrices históricas del lugar también forman parte del desafío.
Cuando cae la noche, el tono del juego da un giro. La calma se rompe con susurros, sombras y fenómenos extraños. Los mismos espacios que decoraste por la mañana ahora se vuelven campos de batalla contra entidades que no quieren ser olvidadas. Aquí, la acción exige reflejos y estrategia, pero también observación para desentrañar qué quieren los fantasmas... y por qué siguen ahí.

Canciones que revelan secretos
En un giro inesperado pero poderoso, There Are No Ghosts at the Grand también es un musical. Cada personaje en el pueblo —inquietantes, excéntricos o directamente sospechosos— tiene su propia historia y una canción única. Desde ska con tintes siniestros hasta jazz cargado de tensión o punk emocional, las canciones no solo adornan: son parte central de la narrativa. Cantar con estos personajes no es opcional, es necesario para conocerlos y entender el dolor, la culpa o los deseos que los atan al hotel.
Un pueblo donde cada esquina guarda algo
Más allá del hotel, el mundo del juego se extiende a un pueblo costero tan decadente como encantador. Se puede recorrer en moto, jugar minigolf, buscar tesoros con un detector de metales en la playa o sacar fotos en un muelle que vio mejores días. Incluso hay un bote pesquero para explorar calas lejanas y recuperar objetos perdidos en el mar. Pero cuidado: cuando cae el sol, la normalidad se apaga y lo paranormal toma el control.

¿Hay fantasmas en el Gran Hotel?
La respuesta es complicada. Este juego no trata solo de fantasmas tradicionales, sino de los que arrastramos con nosotros: memorias, traumas, verdades que preferimos no mirar. Y el propio Chris David tiene sus propios secretos que irá descubriendo a medida que avanza en su tarea de restauración.
There Are No Ghosts at the Grand es una rareza en el mejor sentido: un título que se atreve a mezclar géneros, emociones y estilos. Una experiencia donde arreglar una pared puede llevarte a descubrir una canción... o enfrentar una pesadilla.
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