
A casi diez años de su publicación original en España, la editorial Seix Barral publicó en Argentina Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo, el primer libro de la poeta y periodista segoviana Elvira Sastre.
Nacida en 1992, la autora de Baluarte, Madrid me mata y Días sin tí, novela ganadora del Premio Biblioteca Breve 2019, comenzó a escribir poesía a los 15 años en su blog Relocos y recuerdos, que aún hoy se encuentra activo. Desde entonces, ha publicado una decena de libros con los que se hizo un nombre no solo en el circuito literario madrileño, ciudad donde reside, sino también en todos los países de habla hispana.
Su paso por América Latina provocó furor entre sus lectores, a quienes reconoció como “ultra cariñosos” en comparación a sus compatriotas. Y aunque prefiere no definirse ni utilizar demasiadas etiquetas, siempre habló del amor por las mujeres sin necesidad de salir de ningún clóset, rasgo que la volvió una referente entre los más jóvenes.
A continuación, Infobae Leamos comparte dos poemas de Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo:
Me sobra la poesía
Me sobró el resto
desde el primer beso.
Amor,
a mí desde que estás
me sobra amor por los cuatro puntos cardinales
de este país que no quería ser conquistado
y acabó enamorado de tu bandera.
Se me han roto las brújulas
y ahora mire donde mire
solo
estás
tú,
y un trozo de mar conjugado en futuro
y un beso en cada ola de tu marea
y varias frases cosidas a tu frente
para que leas poesía cada vez que te mires al espejo.
De igual manera
que me sobran las manos cuando no estás
y tengo demasiados latidos
para tan poco pecho
—aunque me hayas
hecho el corazón más grande que la pena—,
del mismo modo
que mis pies pierden el ritmo
cuando no van a tu casa
—el aire solo se mueve
cuando tú bailas—
y el cartero me pregunte por ti
de tanto escribirle tu nombre…
De igual manera,
me sobran las formas
y las excusas
y las palabras,
me sobra hasta el silencio
y el eco de las estaciones,
me sobra el pasado
y la tristeza
y los poemas,
me sobra la ciudad
y los enamorados que cabalgan sobre ella,
me sobran las mentiras
—menos esas que consiguen
que te quedes un ratito más—,
me sobran todos los besos llenos de tinta
y todas las palabras manchadas de saliva,
me sobra tu casa
y la mía
y las noches que duran días,
me sobra esta bendita paz
y esta ausencia de ruidos
que me has regalado,
me sobran mis dedos
y mis sueños
y mis dedos que te sueñan
y mis sueños con tus dedos,
me sobra el miedo
y los callejones
y la luz,
me sobran las huellas
porque me sobra el camino.
Desde que estás
me sobra todo lo que tengo
—me sobra hasta lo que no tengo—
porque tú me das todo.
Mi vida,
desde que estás tú
lo único que me falta
es la muerte.
Y no la echo de menos.
Irene
¿Sabes eso de abrazar a alguien y sentir
que el entrelazamiento es perfecto? Que no sobran manos,
que el tamaño de los brazos es el ideal, incluso la altura de los corazones se ajusta y parece que todo se resuelve en un latido.
Pues algo así eres para mí:
la compenetración perfecta, la cara de todas mis monedas
y en quien pienso cuando alguien habla de la suerte
—qué sabrán ellos de la suerte si no te conocen—.
Cómo explicarlo,
nunca me ha asustado llorar porque tú siempre estás.
Eres todos los peros que pongo a mis miedos.
Y si soy valiente
es porque en cada paso que doy mi meñique va enlazado al tuyo, y si me caigo
siempre es sobre tus manos, y se está tan a gusto en ellas.
Sí, la vida es complicada, a veces se pasa de triste,
pero yo veo tus hoyuelos cuando sonríes así, como si trataras de llevarme a tus mejillas,
y te juro
que entiendo a los poetas cuando hablan de amor.
Me quedo pensando
qué diablos hace el mundo tan enfadado, tan ciego,
por qué da tanto miedo enamorarse, cómo puede haber gente que prefiera caminar con la luz apagada,
si solo hay que abrir los ojos y verte para llenarse de luz
y de la hostia de belleza que supone mirarte. Y luego,
cuando te vas
—que es cuando se puede mirar a otro sitio—, contemplo al cielo hacerte reverencias,
a las aceras bailar al ritmo de tus pasos, a la mirada de la gente llenarse
de brillo e interrogación
—entiéndelos,
verte es lo más parecido a soñar
que se puede hacer con los ojos abiertos—, y a las sonrisas empañarse
para escribirte ojalá todas fueran como tú
en el vaho de tus huellas
por si consiguen que les mires de vuelta. En definitiva,
contemplo al mundo enamorarse de ti, y el amor,
es decir,
la vida cobra sentido.
A veces
me gustaría salvarte de todo lo que hiere, fosilizar tus lágrimas
y cortar el alma
de todo aquel que se atreva a romperte. Pero, amor,
es que eres tan guapa,
hasta cuando te golpea la rabia y no entiendes qué pasa;
es que es tan bonito verte levantar, contemplarte sobrevivir
y ver cómo te rescatas a ti misma; es que el universo
tiene tanto que aprender de tus cicatrices y tu forma de sanar los daños
que sería egoísta por mi parte privarles de tu parte frágil.
Porque, amor,
la única verdad es que
tienes los ojos más valientes del mundo
y el mundo es más valiente cuando te mira a los ojos.
Y yo te quiero,
no porque siempre estés conmigo, para mí,
y por mí,
no porque sea imposible no hacerlo y se dispersen mil motivos,
todos ciertos,
por las manos al pensarlo,
sino porque has nacido para que te quieran y yo he nacido para quererte,
con todo el alma y toda la piel, toda mi vida.
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