
“El tiempo se detuvo”, dice a Infobae Aigul Riskaliyeva, la pasajera que luego de volar 17.000 kilómetros desde Kazajistán quedó retenida en Migraciones del Aeropuerto Internacional de Ezeiza sospechada de ser una “falsa turista”. Con 53 años, viajó a visitar a su hija y conocer a su nieto recién nacido, pero su ingreso al país para ver a su familia terminó convirtiéndose, asegura, en una pesadilla que duró 11 largos días de dormir en asientos de hierro, pasar frío, tener fiebre y sentirse vigilada “como si fuera una criminal”.
Según las actuaciones de un caso que llegó hasta la máxima instancia penal del país, Aigul aterrizó en Buenos Aires el viernes 12 de enero a las 22:25 en un vuelo de Turkish Airlines proveniente de San Pablo. Minutos después, al ser entrevistada en una de las ventanillas del control migratorio, comentó que su intención era alojarse en lo de su hija, Muldr Abdullayeva, de 32 años, y que venía a conocer a su nieto de tres meses. Ahí comenzaron los inconvenientes.
Y es que la fecha del pasaje de regreso que exhibió era para el mes de abril, cuando todavía rige un viejo tratado entre la República de Kazajistán y Argentina que permite a los kazajos sin visa permanecer en el país como máximo un mes. Además, según constataron los agentes de la Dirección Nacional de Migraciones (DNA), Muldr, la hija de la visitante, había ingresado al territorio nacional en julio del año pasado y se encontraba residiendo de manera irregular.
Todo eso, más una serie de malos entendidos derivados de la ausencia de traductores, como la que llevó al personal migratorio a consignar que la mujer solo contaba con 300 pesos para su viaje de turismo, cuando en realidad llevaba consigo 3000 dólares, llevaron a la DNA a trasladarla a la oficina de Migraciones para analizar su caso.

“Cuando me dijeron que mañana me subirían a un avión y regresaría a Estambul -desde donde voló-, me quedé estupefacta”, cuenta a Infobae la abuela kazaja por medio de un traductor virtual a pocas horas de superada la escena traumática que duró días. “No entendía lo que estaba pasando; no había ningún traductor cerca”, recuerda.
La Dirección Nacional de Migraciones es un organismo descentralizado que depende del Ministerio del Interior y cuenta, por la ley 25.871, con atribuciones para el control migratorio de los pasos fronterizos. En esa línea, su artículo 35 determina que si existe “sospecha fundada” de que “la real intención que motiva el ingreso” de una persona “difiere de la manifestada al momento de obtener la visa o presentarse ante el control migratorio (...) no se autorizará su ingreso al territorio argentino y deberá permanecer en las instalaciones del punto de ingreso”. De este fragmento deriva la categoría de “falsa turista” con la que fue calificada Aigul Riskaliyeva.
Así las cosas, desde Migraciones le labraron un “acta de rechazo” donde la mujer quedó “inadmitida” para ingresar a suelo nacional por “sospechas fundadas”. Al relatar la secuencia de los hechos, Aigul comenta: “Me pidieron el billete de vuelta y se los mostré. Mientras me llevaban a la oficina de inmigración, mi hija cambió el pasaje a Estambul para el 6 de febrero. Lo hizo en 5 minutos. Pero el oficial ni siquiera me escuchó ni miró mi boleto. Llamé a la traductora para que le explicara que ya tenía un ticket para febrero, pero no contestó el teléfono. Todavía recuerdo a ese hombre que me trató tan groseramente aquella noche del 12 de enero. En 30-40 minutos completó todos los documentos, el protocolo, y me trasladó a la zona de tránsito”.
“No entendí lo que estaba pasando”, repite, y luego precisa: “Mi hija y su marido estuvieron en el aeropuerto hasta las 5 de la mañana. Llamaron al cónsul de Kazajistán, a través del Ministerio del Interior, con la esperanza de poder resolver el asunto. Porque no había motivos para la prohibición. Volé 17.000 km para ver a mi hija y a mi nieto que nació en octubre”.

“Lloré todo el día en el aeropuerto, el tiempo se detuvo”, señala al rememorar sus primeras horas retenida en la zona de preembarque de la Terminal de Ezeiza.
La mañana siguiente al rechazo, el sábado 13 de enero, entró en contacto con quien sería su abogado defensor, Christian Demian Rubilar Panasiuk, quien ya había representado a tres rusas embarazadas que pasaron por una situación similar en un caso que adquirió resonancia los medios.
“Esta era la última esperanza de que lográramos justicia y pudieran dejarme entrar a la Argentina”, comenta Aigul sobre el letrado que, ese mismo día, interpuso un recurso de hábeas corpus para dejar sin efecto el acto administrativo de la DNA y exigir que, “por razones humanitarias”, se admitiera el ingreso de la pasajera al territorio argentino.
“Una abuelita que viene a conocer a su nieto no es un peligro para la seguridad pública”, había declarado el defensor ante este medio al asumir el caso. “Ella cometió una serie de errores tontos, pero fácilmente subsanables: vino con un pasaje de vuelta que ya fue modificado. No había pedido de residencia legal para la hija, ya la pedimos. Fueron todos problemas administrativos menores que quedaron solucionados”, subrayó.

El expediente cayó en el Juzgado Federal en lo Criminal y Correccional 2 de Lomas de Zamora, subrogado por el juez Ernesto Kreplak, y luego se elevó a la Sala de Feria de la Cámara Federal de Apelaciones de La Plata. Ambas instancias rechazaron el planteo de Rubilar Panasiuk por considerar que estaban legítimamente fundadas las sospechas del caso. Mientras tanto, Aigul esperaba en la zona de tránsito, viendo a los aviones llegar y a las personas partir.
“Durante los primeros tres días en el aeropuerto no me alimentaron. Luego me llevaron a un café durante dos días y me dieron de comer. Pero después dejaron de darme comida nuevamente por el resto de la semana. Todos los días esperaba a que ocurriera un milagro y me liberaran”, comenta Aigul.
“Dormí en asientos de hierro en la zona de aterrizaje. Hacía frío por el aire acondicionado”, dice, y refiere que por ese motivo cayó enferma durante algunos días. De hecho, el 22 de enero tuvo que ser asistida por personal médico de la Terminal, que ordenó su traslado al Hospital de Ezeiza para realizarle estudios complementarios, ya que presentaba “signos de deshidratación”.
“Estuve enferma durante casi una semana y me trataron sólo con paracetamol. Mi hija me trajo comida. Pero no tenía apetito”, exclama.
De hecho, su hija, que llegó al país a mitad del año pasado con su marido y vive en pleno microcentro porteño, con tal de visitar a su madre en Ezeiza, llegó a sacar un vuelo con destino a Brasil -que después no abordó- para pasar al área de preembarque y compartir el día con ella. De ahí la foto de Aigul sosteniendo a su nieto.
Por otro lado, al referirse al trato que recibió en el lugar de retención, Aigul expresa: “Todos los guardias me trataron bien, solo una mujer se volvió grosera conmigo en los últimos días porque vio las noticias sobre mí”. Sin embargo, hace notar su sensación de agobio al describir que, en la zona de tránsito, “donde estuve sentada todo el día, había agentes de inmigración a mi lado que controlaban cada uno de mis pasos, como si fuera un criminal”.

El caso en tribunales escaló hasta la Sala de Feria de la Cámara Federal de Casación Penal, integrada por los jueces Ángela Ledesma, Javier Carbajo y Diego Barroetaveña. Allí evaluaron que las circunstancias que llevaron a la DNA a decidir como decidió habían variado, en tanto la mujer ya contaba con un pasaje de vuelta en un plazo acorde al permitido y, a su vez, su hija había iniciado los trámites para obtener su residencia legal. Bajo esa premisa, los tres camaristas en sintonía ordenaron emitir una nueva resolución adecuada a los hechos “actualizados”.
“El 23 de enero se dictó resolución judicial para que me dejaran ir. Ya estaba libre. Me recibieron mi hija, su marido y su nieto. Mientras salía tomé una bocanada de aire. No podía creer que todo hubiera terminado”, expresa Aigul. Y reflexiona: “Siempre pensé que la salud era lo más importante, pero después de esta situación me di cuenta de que la libertad es más importante. Es terrible cuando tu vida está en manos de algunas personas y no puedes hacer nada”.
A su vez señala: “Esperé todos los días una decisión judicial con la esperanza de ver a la familia de mi única hija. Todos los días tuve el teléfono en la mano, revisé mensajes, esperé noticias de mi abogado Christian Rubilar y de Daria, mi intérprete. Gracias al apoyo de mi abogado y de la familia de mi hija aguanté hasta el último momento”.
Al preguntarle cómo seguirán sus días en el país y cómo se siente después de atravesar esta experiencia, la mujer llegada de Asia Central contesta: “Teníamos reservada una casa en Mar Del Plata desde el 16 de enero por tres semanas. El viernes 26 de enero nos iremos al océano para olvidar esta pesadilla. ¿Cómo me siento ahora? Decepcionada de algunas personas que deciden de esa manera el destino de una persona y la someten a tales pruebas”.
“Tuve el apoyo de mi hija y un abogado. -Pero- cuántas personas son deportadas y no pueden hacer nada. Estos días fueron los más terribles de nuestras vidas. Estas pruebas se imponen a los fuertes, y hemos recorrido este camino con dignidad. Empezás a apreciar aún más a tus seres queridos, a tu familia. Por su bien -concluyó-, soporté todo esto”.
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