
La tormenta parecía una metáfora de lo que el mundo entero podía esperar de ese encuentro. Nadie sabía cuál iba a ser el resultado de esa cumbre que se llevó a cabo en medio del Mediterráneo, en un punto del planeta que transmitiera neutralidad. Esa cumbre que asomó tormentosa pero que se terminó convirtiendo en el acta de defunción de la Guerra Fría.
Fue entre el 2 y el 3 de diciembre de 1989, hace exactamente 36 años. El Muro de Berlín había caído apenas unas semanas antes. El presidente de los Estados Unidos, George H. W. Bush, y el líder de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Mijaíl Gorbachov, se encontraron en la isla de Malta. El mundo estaba a punto de cambiar.
Cambio de planes
El plan original era que en el encuentro se produjeran decisiones logísticas respecto del mundo que se abría tras la caída del Muro. Además, estaba pensado que una parte de la cumbre se llevara a cabo sobre un buque de guerra estadounidense y otra, sobre uno soviético.
Pero las condiciones climáticas eran realmente peligrosas. Los medios de comunicación hablaban de “tifón” y de la “Cumbre Mareada”, por las enormes olas que se formaban en las inmediaciones de la isla de Malta.
En medio de ese mar bravucón y de vientos huracanados, se cancelaron los traslados previstos entre los buques de guerra USS Belknap, de Estados Unidos, y el soviético Slava. Las delegaciones diplomáticas tuviieron que refugiarse en el crucero soviético Maxim Gorki, que estaba atracado en el puerto y que, por lo tanto, era el único espacio que ofrecía cierta estabilidad para reunirse.

Bush y Gorbachov se encerraron en lo que, después, la prensa describiría como “un diminuto camarote”. Tenían entre ambos una mesa de sólo 60 centímetros de ancho, y conversaron durante cinco larguísimas horas.
La reunión ocurría lejos de la comodidad de los enormes salones de la Casa Blanca o del Kremlin. Esa cercanía obligatoria puso a esos dos gobernantes a trabajar con una intimidad con la que no se habían encontrado antes, ni tampoco sus antecesores.
Bush había llevado un regalo para hacerles a quienes participaran de las negociaciones más encumbradas: fragmentos del Muro de Berlín que habían guardado soldados y pilotos estadounidenses. Ese gesto generó cercanía entre los participantes.
Desconfianza y acercamiento
La Cumbre de Malta se dio después de meses en los que Bush se había matenido más bien escéptico respecto de las reformas que Gorbachov le anunciaba al mundo entero. El presidente norteamericano mantenía cierta desconfianza respecto del líder soviético y de la perestroika, el proceso de reforma política y económica con la que la URSS cambiaba su posicionamiento hacia adentro y hacia afuera.
Malta fue un antes y un después en la relación de los dos líderes y, por lo tanto, de la geopolítica mundial. No hubo, finalizada la cumbre, un documento escrito que estableciera los resultados del encuentro. Pero sí un compromiso verbal que desplegó consecuencias mundiales de inmediato.

“Primero y ante todo, el nuevo presidente de Estados Unidos debe saber que la Unión Soviética no iniciará bajo ninguna circunstancia una guerra”, le dijo Gorbachov a Bush. Y le confirmó que la URSS ya estaba lista para dejar atrás los tiempos en que consideraba a Estados Unidos como un enemigo.
Bush combinó optimismo y pragmatismo en su respuesta. Sugirió que podía iniciarse una “paz duradera” y lograr que el vínculo Este-Oeste, esos dos universos que el Muro de Berlín había mantenido separados, fuera de cooperación continua.
Con el correr de los años, los Estados Unidos desclasificaron documentos sobre la cumbre, y se reveló que el objetivo de Bush fue, una vez que sintió confianza, mostrar apoyo a la perestroika impulsada por Gorbachov. Es que el presidente estadounidense entendía que el éxito de esas reformas eran de interés para la seguridad nacional de su país.
Latinoamérica, en el ojo de la tormenta
No todo fue fácil durante las conversaciones en Malta. Según las transcripciones que también se desclasificaron, las tensiones más significativas fueron en relación a América Latina. El ala más conservadora del partido republicano, su partido, presionaba a Bush para que confrontara a Gorbachov sobre el destino de Cuba y Nicaragua.
El presidente norteamericano acusó a los soviéticos de enviar armas a Centroamérica y el líder soviético desestimó las acusaciones. Sostuvo que los problemas en la región tenían raíces socioeconómicas más que ideológicas.

También hubo tensión cuando Bush insistió en que el mundo debía regirse, en adelante, según los “valores occidentales”. Gorbachov rechazó la idea una y otra vez, y argumentó que “exportar” esos valores implicaba confrontaciones ideológicas para la población soviética. En cambio, proponía que el mundo hablara de “valores humanos universales”, una posición que antes le había hecho saber al papa Juan Pablo II en un encuentro en el Vaticano.
Mejoras internacionales
Más allá de las rispideces puntuales, los resultados generales de la Cumbre de Malta fueron positivos y de gran alcance. Aunque no se firmaron tratados oficiales, se desbloquearon algunas negociaciones que no se habían podido destrabar durante los años anteriores.
Se acordó acelerara el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas, que finalmente se firmaría en 1991. En Malta, los soviéticos sorprendieron a los estadounidenses con una propuesta de desarme que les resultó una señal muy positiva.
Además, se discutió transformar la OTAN y el Pacto de Varsovia en alianzas menos militares y más políticas. Y por último, Estados Unidos ofreció cooperación técnica para que la Unión Soviética se integrara al mercado global. Era una forma de dar apoyo concreto a la perestroika.
De Yalta a Malta
La Cumbre de Malta fue comparada con la de Yalta, que se produjo en 1945 y que reunión a Iósif Stalin, Franklin D. Roosevelt y Winston Churchill, los líderes de las naciones aliadas que se habían impuesto al nazismo durante la Segunda Guerra Mundial.

En Yalta, se dibujaron las líneas imaginarias que separaron al mundo así como Berlín se había dividido en dos. De un lado de la Cortina de Hierro, los “valores occidentales” con los que insistía Bush, regidos por el capitalismo. Del otro, el mundo soviético y socialista.
En Malta, Bush y Gorbachov empezaron a borrar esa división del mundo. Tanto, que uno de los asesores de política exterior más cercanos al líder soviético escribió en su diario que ambas partes habían comprendido que “la amenaza de una guerra nuclear y la Guerra Fría eran cosas del pasado”.
Fue el diario británico The Guardian el que, al día siguiente del final de la cumbre, señaló en su editorial: “Bush y Gorbachov están ahora en el mismo barco”. La amenaza de una tormenta los había metido en un camarote ínfimo e íntimo. Las horas de largas conversaciones los ayudaron a empezar a llegar a un acuerdo.
“El mundo está saliendo de una época para entrar en otra. Estamos en el principio de un largo camino hacia una era pacífica y duradera”, dijo Mijaíl Gorbachov en la conferencia de prensa que ofrecieron ambos líderes ante los ojos atentos del mundo. El mundo empezaba a cambiar. La Guerra Fría llegaba a su fin. Ya vendrían otros conflictos.
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