La tumba se abrió hace ya cuarenta y dos años, el 1 de diciembre de 1983, para que allí descansara en paz un soldado de la Segunda Guerra Mundial: Frederick “Fritz” Niland, un joven y poco experto sargento del ejército estadounidense que el 6 de junio de 1944, cuando los aliados invadieron Europa por las playas de Normandía para acabar con el nazismo, con Hitler y con la guerra, tenía apenas 24 años.
Fritz Niland se fue a la tumba con sus recuerdos, su historia personal, trágica y sobrecogedora, con sesenta y tres años y su profesión de odontólogo a cuestas, profesión que abrazó cuando regresó de la guerra. Hoy, su tumba dice poco sobre él y sobre su historia. Su lápida está un poco inclinada hacia la derecha en el Fort Richardson National Cemetery de Anchorage, Alaska, entibiada apenas por el sol mezquino de una tierra helada. Las palabras grabadas en piedra también dicen poco, lo necesario, con exigua precisión “Frederick W Niland – Sgt. US Army – World War II – Apr 23 1920 – Dec 1 1983”. Eso es todo.
La historia de los Niland
Pero no es todo. En 1983, la historia de Niland era conocida por pocos. Había desembarcado en Normandía, su hermano mayor había sido derribado en Birmania y sus otros dos hermanos mayores, Robert y Preston, habían caído en las playas francesas apenas iniciado el desembarco. De manera que para no hacer de aquella tragedia otra mayor, las autoridades devolvieron a Fritz a Estados Unidos. Eso era todo, pero tampoco era todo. Quince años después de la muerte de Fritz Niland, el cine tomó su historia y la contó. Lo hizo en una película magistral dirigida por Steven Spielberg y protagonizada por Tom Hanks y Matt Damon. Hanks, como el capitán John Miller, encabeza una patrulla que tiene una única misión: encontrar en el frente de combate a James Ryan y llevarlo de regreso, sano y salvo, a la retaguardia: hay que salvarlo de la muerte porque sus tres hermanos mayores ya cayeron en combate. La historia, el guion, las terribles escenas de combate, el retrato psicológico de cada uno de los personajes la hicieron una película inolvidable. Pero aquello era ficción, salpicada por la realidad, pero ficción al fin: era casi lo de menos. Lo demás era y es la historia de los Niland.

Eran cuatro hermanos: Edward, que había nacido en 1912, Prest, en 1915, Robert, en 1919, y Fritz. Además, tenían dos hermanas, Clarissa y Margaret. Eran todos hijos de una pareja de granjeros, Michael y Augusta Niland. Vivían en Tonawanda, en el estado de Nueva York.
Los cuatro varones se habían integrado al ejército americano cuando la guerra: Preston y Robert, los dos chicos del medio, cumplían entonces el servicio militar. Pero cuando los japoneses atacaron Pearl Harbor en diciembre de 1941, el mayor, Edward, y el menor, Fritz, se alistaron como voluntarios.
Los cuatro pidieron pelear juntos. Pero las autoridades militares se lo negaron: los destinaron en cambio a unidades muy diferentes. Había una tragedia cercana que los mandos militares no querían que se repitiera. El 13 de noviembre de 1942, cerca de Guadalcanal, donde se libraba una feroz batalla entre tropas japonesas y americanas, el crucero ligero “Juneau” había sido hundido por torpedos japoneses. Allí servían cinco muchachos de entre veinte y veintisiete años, los hermanos Sullivan. De toda la tripulación del barco sólo sobrevivieron diez marinos y ningún Sullivan.
La muerte, que suele ser imprevisible y sarcástica, amenazaba con repetir la tragedia. En mayo de 1944, cuando faltaba apenas un mes para el desembarco aliado en Europa, los Niland habían recibido una noticia terrible: Edward, de treinta y un años, sargento del 12 Grupo de Bombarderos del 43º Escuadrón, y operador de radio de un B-25 que bombardeaba la ruta de aprovisionamiento del ejército japonés, había sido derribado por fuego antiaéreo en una misión sobre Birmania. Se presumía que había sido derribado el 20 de mayo. Pero como ninguno de los tripulantes había sido hallado tras el impacto, se los consideraba “Missing in action – Desaparecido en acción”.

Los otros dos hermanos mayores de Fritz Niland, luchaban en unidades diferentes: Preston era segundo teniente del 22 Regimiento de Infantería y Robert era sargento técnico de la 25 Compañía del 505 Regimiento de Paracaidistas de la 82 División Aerotransportada. Debieron combatir separados, pero los unió la invasión a Normandía. Ambos, cada uno con su unidad, se habían lanzado en paracaídas sobre territorio francés y detrás de las líneas alemanas en la noche del 5 al 6 de junio de 1944, horas antes del amanecer y de que las primeras naves de la gran flota invasora aliada alertaran a los alemanes sobre la invasión inminente. Esa fue la invasión antes de la invasión.
El destino de los hermanos
Horas después del desembarco, después también de los terribles combates contra los alemanes, con los aliados en poder de las primeras cabezas de playa, un capitán de paracaidistas contó a “Fritz” Niland cómo había muerto su hermano Robert. Le dijo que el muchacho, que servía en esas horas como ametralladorista, había cubierto una retirada de su compañía ante un contraataque alemán que empleaba morteros en Neuville-au-Plain, un pueblo pequeño que integraba la comunidad de Saint-Mere Eglise; es un pueblo que pasó a la fama porque fue el primero liberado por los aliados y porque uno de los paracaidistas americanos, el soldado John M. Steele, había quedado colgado del campanario de la iglesia, las cuerdas de su paracaídas enganchadas en el reloj del templo: el chico tuvo que cortar su arnés para pisar tierra. La escena se hizo famosa primero por el relato que de ella hizo Cornelius Ryan en su inmortal “El día más largo del siglo” y, luego, por la película que en 1962 protagonizaron John Wayne, Henry Fonda, Robert Mitchum, Robert Ryan y Sean Connery, dirigidos todos por Ken Annakin, Andrew Marton y Bernhard Wicki.
El capitán de la compañía de Robert Niland dijo a Fritz que su hermano Robert se había quedado sin municiones en defensa de la retirada de su pelotón, y que al intentar reaprovisionarse, había sido matado por los alemanes. Estaba enterrado en el cementerio improvisado de Saint-Mere Eglise, donde se amontonaban los cadáveres y las identificaciones de las tropas aliadas muertas en combate y que luego serían sepultados en el cementerio de Colleville-Sur-Mer, frente a la sangrienta playa Omaha.
Fritz Niland quedó destrozado: a la pérdida en Birmania de su hermano mayor, se sumaba ahora la de Robert. Quiso verlo, al menos ver su tumba, su placa de identificación, algo que le devolviera un soplo de la vida de su hermano. Lo acompañó a Saint-Mere Eglise el teniente coronel Francis Sampson, que era también sacerdote de la Arquidiócesis de Servicios Militares y uno de los tipos más queridos en la legendaria 101 Airbone, la compañía de paracaidistas madre del desembarco aliado. Sampson se metió en los registros militares y dejó a Fritz esperando sus noticias cerca de Saint-Mere Eglise. Regresó con lo que creía una buena noticia para Fritz: “El muerto no es tu hermano –le dijo– Es otro Niland, éste se llama Preston”. Fritz, demudado, le demolió la esperanza: “Es otro Niland, pero también es mi hermano”. Sampson supo entonces que tenía que sacar al soldado Frederick “Fritz” Niland de Normandía y de la guerra. Sin saberlo, sin imaginarlo siquiera. “Fritz” Niland se había convertido en el futuro soldado Ryan de la película de Spielberg, que se filmaría medio siglo después.

Sobre la muerte de Preston Niland reina algo de confusión. Le había tocado desembarcar en la playa Utah, vecina a la despiadada Omaha y a las otras tres playas del desembarco Juno, Gold y Sword. En ese sector de la costa la marea y las ondas marinas eran caprichosas y altaneras, desviaron de la costa a varias de las lanchas de desembarco que eludieron así el mortal fuego de las defensas alemanas. Para entonces, el gigantesco caudal humano destinado a invadir el continente europeo había echado abajo la decisión del alto mando de impedir que miembros de una misma familia pelearan en un mismo frente de batalla. Algunos testimonios afirmaron que Preston Niland murió el 7 de junio, cuando intentaba ayudar a un camarada herido. Pero en la tumba de los dos hermanos en el cementerio de Colleville-sur-Mer figura en ambas la fecha del 6 de junio como la de sus muertes: así, Preston habría muerto el mismo día del desembarco y de la muerte de su hermano Robert. Son las tumbas 11 y 12, fila 15, parcela F.
Frederick “Fritz” Niland no quiso volver a casa. Se emperró en seguir en batalla porque, según uno de sus amigos, John Bacon, quería vengar la muerte de sus hermanos, dijo que volvería sólo si lo esposaban. Pero tan emperrado como él estaba el padre Sampson, que además era teniente coronel y al parecer administraba bien los embates de la guerra y la misericordia cristiana. Fue terminante: “Si querés –dijo a Fritz Niland– podés enojarte con el general Eisenhower y con el presidente Roosevelt. Pero volvés a casa”.
Eso implica que para Niland, que sería el soldado Ryan, no hubo ningún capitán Miller, ninguna patrulla y ningún combate sangriento en aras de devolverlo a Estados Unidos: el salvador de Niland fue el cura Sampson. Sin embargo, lo que Dios quiso salvar casi lo mata la burocracia, que es terca y fatal aquí en la Tierra como en el Cielo, así en la guerra como en la paz. El papeleo para sacar del frente al muchacho se demoró por las razones que el papeleo encuentra siempre para demorarlo todo, y Fritz Niland estuvo a punto de tomar parte de la operación militar “Market Garden”, la captura por parte de los aliados de los principales puentes de los Países Bajos, diseñada y puesta en práctica por el inefable mariscal británico Bernard Montgomery.
Un chismecito del ambiente: Montgomery era bastante chapucero, cometió varias chambonadas gordas incluso en África, donde puso en vereda a las huestes blindadas del mariscal Erwin Rommel. En Francia, por ejemplo, debió tomar la ciudad de Caen al tercer día siguiente a la invasión en Normandía: tardó diecisiete. La particular estrategia militar de “Monty”, que era como se lo conocía, le hizo reflexionar con feroz ironía a Dwight Eisenhower, comandante supremo de las fuerzas aliadas: “No estamos en condiciones de soportar un nuevo éxito militar de Monty”. La operación “Market Garden” fue un tremendo fracaso como quedó reflejada en otro film histórico, “Un puente demasiado lejos”, filmado en 1977 con Sean Connery, Michael Caine, Robert Redford, Dirk Bogarde, James Caan y Anthony Hopkins, entre otros, dirigidos por Richard Attenborough. Allí no había héroes de Marvel.

Fritz Niland vuelve a casa
De manera que después de haber sorteado una nueva misión de combate que hubiese puesto de nuevo su vida en peligro, y muy a su pesar, Fritz Niland volvió a casa. Primero dejó la guerra, fue retirado de Francia y enviado a un campamento levantado en Lamborne, al oeste de Londres. Allí esperó a que los eternos papeles de su regreso estuviesen sellados, firmados, orlados y untados con óleo sagrado. ¿Qué sucedió? El presidente Franklin D. Roosevelt dio orden de repatriarlo de inmediato y un día y medio después Niland volaba de regreso a New York, donde fue destinado a la Policía Militar.
Era el único de los cuatro hermanos varones Niland que había sobrevivido, pero tampoco era el único de los cuatro hermanos varones Niland que había sobrevivido. La historia, que a menudo suele andar de la mano con el ángel del azar, dio otro giro inesperado. Cuando se rindió Japón, en septiembre de 1945 y después de que dos bombas atómicas redujeran a cenizas las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, las tripas británicas que habían reconquistado Birmania hallaron en medio de la selva a centenares de prisioneros de guerra, ingleses y americanos, a punto de morir de hambre, vestidos con harapos, perdidos en la bruma de la selva y al borde de la sinrazón. Uno de ellos era Edward Niland. Pesaba treinta y ocho kilos.
El hermano Edward no había muerto en mayo de 1944 cuando su avión fue derribado. Se había lanzado en paracaídas, había vagado semanas por la selva hasta dar con una aldea de pescadores que lo entregaron a los japoneses; había pasado un año en un campo de concentración japonés del que se fugó para intentar sobrevivir en la jungla, un desafío que casi le cuesta la vida que en verdad estaba en juego a diario en manos de sus captores. Edward Niland también volvió a casa y se reencontró con su hermano Fritz. Su padre dijo que siempre había soñado que su hijo, desaparecido en acción, en realidad había saltado en paracaídas y que, en esos sueños, le decía: “Papá, estoy bien y vuelvo a casa”. Su madre, Augusta, confesó, y la familia lo sostuvo, que siempre había puesto en la mesa un plato de comida en espera de su regreso. Edward murió en 1984, un año después que su hermano Fritz.
Frederick se casó con Marilyn Batt, tuvo dos hijas, Catherine y Mary, entró ya grande a la universidad, se graduó como odontólogo y vivió en San Francisco. Hace cuarenta y dos años fue enterrado en Anchorage sin imaginar que una película lo haría inolvidable.

El Salvador de Niland, el teniente coronel Francis Sampson, fue capturado por los alemanes y pasó un tiempo como prisionero de guerra. Sirvió también en la guerra de Corea, fue condecorado por su valor y aspiró a la Medalla de Honor, propuesto por el presidente Eisenhower y denegada por el general George Marshall que no juzgó adecuado entregarla a quien no hubiese combatido. Sampson fue también jefe de capellanes del Ejército y visitó como tal a las tropas estadounidenses durante la guerra de Vietnam. Murió de cáncer a los ochenta y tres años, el 28 de enero de 1996, dos años antes del estreno de “Salven al soldado Ryan”. No hay registros que prueben que él y Niland se hayan reencontrado.
En cambio, el soldado Ryan de Spielberg, el de la ficción, sí que va en busca de su salvador, muerto en combate, para encontrar consuelo, alivio, desahogo. En la conmovedora escena final de “Salven al soldado Ryan”, y ya en el otoño de su vida, el imaginado soldado Ryan que ha visto pasar frente a sus ojos la epopeya de su rescate, de pie frente a la tumba de Miller, lanza dos preguntas tremendas en forma de ruego, dirigidas a la familia que lo rodea: “Decime que todo esto valió la pena. Decíme que fui un buen hombre”.
Frederick “Fritz” Niland ya no podía contestar.
Quién podría dar respuesta a esos dos interrogantes.
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